Piedra angular
Alejandra María Sosa Elízaga**
¿Por qué un maestro de la construcción rechazaría emplear cierta piedra en su obra?
La pregunta viene al caso porque en el Salmo Responsorial de este domingo en Misa dice que “la piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular” (Sal 118, 22), y en la Primera Lectura, san Pedro cita ese Salmo y revela que Jesús es esa piedra angular, es decir, esa piedra que se coloca en cierto ángulo de una construcción para que sirva de cimiento y la afiance, pero que fue rechazada por los constructores (ver Hch 4, 11).
Descubrimos así que no se está hablando de una simple piedra, sino que ésta representa a Cristo, por lo que resulta relevante preguntarnos ¿qué pudo mover a esos constructores a cometer el error garrafal de rechazar esa piedra fundamental?, no sea que lo mismo nos suceda a nosotros y vayamos a desechar la roca firme sobre la que nos tendríamos que cimentar.
Consideremos pues al menos siete razones (o mejor dicho, sinrazones):
1. Los constructores consideraron que la piedra era demasiado grande.
Lo mismo sucede con quien tiene la idea de que Dios es demasiado demasiado grande, y poderoso como para ocuparse de nosotros. Lo sienten ajeno, lejano, piensan que creó el mundo y se desentendió. ¡Se equivocan! Dios nos creó porque nos ama, y por amor nos tiene en la palma de Su mano (ver Is 49, 16), conoce lo que necesitamos y nos lo da según nos conviene (ver Lc 12, 22-32).
2. Los constructores consideraron que la piedra era demasiado chica.
Lo mismo sucede con quien no puede creer que Dios haya querido venir a este mundo, renunciando a los privilegios de Su condición divina, que se nos haya puesto en las manos como un frágil bebé recién nacido, más aún, que se haya quedado entre nosotros, en algo tan pequeñito ¡como una Hostia consagrada! Pero así es Dios, por amor a nosotros quiso hacerse semejante a nosotros, (en todo excepto en el pecado). Y ello no sólo no disminuye Su grandeza, sino nos da la feliz oportunidad, el extraordinario privilegio de encontrarnos con Él en nuestra pequeñez.
3. Los constructores consideraron que la piedra no era suficientemente dura.
Lo mismo sucede con quien espera que Dios manifieste Su poder con violencia, que arrase con los malos, que haga llover fuego del cielo; no aceptan Su humildad y mansedumbre, no toleran que se haya dejado traicionar, negar, condenar, abofetear, escupir, flagelar, crucificar. Pero como dice san Pablo, la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres; lo que Jesús padeció nos trajo la redención, y desde entonces todo sufrimiento unido al Suyo, adquiere sentido redentor.
4. Los constructores consideraron que la piedra era demasiado pesada.
Lo mismo sucede con quien rechaza abrirse a la fe, conocer a Jesús, acercarse a la Iglesia. Le parece que va a exigir mucho, que va a tener que cambiar demasiadas cosas en su vida; teme que la relación con Dios le agobie, exija más de lo que está dispuesto a dar. Pero ¡no es así! La relación con Jesús descansa el alma, porque Su yugo es suave y Su carga ligera.
Decía san Agustín, “Señor, todo lo que Tú tocas, lo aligeras, pero como yo estoy lleno de mí, soy una carga para mí mismo”.
Dios nunca entra en la vida de alguien como invasión, sino como liberación.
5. Los constructores consideraron que la piedra no tenía la forma que deseaban.
Lo mismo sucede con quienes se alejan de la fe o de la Iglesia porque lo que enseña no es lo ‘políticamente correcto’ o lo que está ‘de moda’ o lo que propone tal o cual grupo o partido.
Pero es que aunque la Iglesia está constituida por seres humanos, no es una institución humana, fue fundada por Dios, así no está regida por el mundo sino por la voluntad divina, y qué bueno, porque el mundo es voluble, sus propuestas suelen ser volubles, contradictorias, prometer lo que no cumplen y terminar en callejones sin salida, en cambio los caminos del Señor son siempre de esperanza, de amor, de verdad, de vida.
6. Los constructores consideraron que la piedra no sería fácil de moldear a su gusto.
Lo mismo sucede con quien dice perder la fe porque Dios no le responde como quiere, porque no hace lo que espera, porque no accede a sus peticiones o caprichos. Se enoja, se impacienta, se desespera, llega a pensar que Dios no lo ama o no lo escucha.
Pero no es así. No hay que olvidar que los caminos de Dios están muy por encima de los nuestros (ver Is 55, 8-9). Él ve, por encima del tiempo y del espacio, lo que realmente nos conviene (que con frecuencia no coincide con lo que creemos que nos conviene), y nos concede, generosa y oportunamente, sólo aquello que es para nuestro bien. (lee Rom 8, 28).
7. Los constructores consideraron que la piedra quedaría mejor en otra obra, no en ésta.
Lo mismo sucede con quien piensa que eso de ser creyente y más aún, practicante, está bien para otros pero no para sí. No considera la posibilidad de leer la Biblia, orar, confesarse, ir a Misa, o tal vez la considera para algún futuro que nunca llega. Y sigue posponiendo el encuentro con Jesús para ‘cuando me jubile’, ‘cuando se casen mis hijos’, ‘cuando tenga tiempo’.
Pero dice san Pablo, ‘hoy es el tiempo favorable, hoy es el día de la salvación’ (2Cor 6,2). Cuando comprendes que encontrarte con Jesús es lo mejor que te puede pasar, quieres que lo mejor que te puede pasar te pase ¡hoy!
El constructor que desecha la piedra sobre la que debía edificarse se arriesga a vivir con la falsa impresión de que su construcción está firme, pero cuando lleguen los vendavales, los temblores, no resistirá, se derrumbará.
Dice el salmista: “Si el Señor no edifica la casa, en vano se afanan los constructores...” (Sal 127,1).
Por ello conviene examinar: ¿qué lugar ocupa Cristo en nuestra edificación?, ¿lo hemos dejado a un lado o es nuestra piedra angular?