No temas
Alejandra María Sosa Elízaga**
“No temas”, le pidió el Ángel a María (ver Lc 1,30); y se lo pidió también a José (ver Mt 1,20).
¿Por qué les pidió lo mismo a los dos?, ¿de qué tenían temor?
Al pensar en ello hay quien considera que María y José tenían temores distintos, pero tal vez no es así, tal vez los dos sentían un mismo temor.
Primero cabe preguntarnos, ¿de qué sintió temor María?
No fue de que se le apareciera de pronto el Ángel Gabriel, pues si así hubiera sido, lo primerito que él le hubiera dicho hubiera sido: ‘no temas, no soy un intruso, ni un ladrón ni vengo a hacer daño, soy un Ángel enviado por Dios’. Pero no fue así.
Lo primero que le dijo fue que se alegrara porque el Señor estaba con ella (ver Lc 1, 28), y fueron esas palabras las que la preocuparon, las que despertaron el ella un temor que el Ángel quiso tranquilizar.
¿Por qué sintió temor María?
¡Porque no es cualquier cosa que Dios se manifieste!
Una cosa es saber, así en teoría, que estamos siempre en la presencia del Todopoderoso, y otra ¡muy distinta! sentir que Él quiere algo de ti y ¡estás a punto de averiguarlo!
María, conocedora de la Sagrada Escritura, era muy consciente de que Dios solía manifestarse de manera extraordinaria cuando esperaba algo extraordinario de alguien. Y siendo, como era, humilde, se sentía azorada de que Dios hubiera puesto en ella Su mirada.
Y a José, ¿qué le dio temor?
¡Lo mismo!
Cuando el Ángel le dice: “no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20), no le está explicando que ella no está embarazada de otro hombre, José no necesitaba semejante explicación, era imposible que dudara de María, cuya pureza y rectitud de vida eran sin duda por todos conocidas, y lo movieron a elegirla para compartir su vida; lo que el Ángel le estaba pidiendo era que no tuviera temor de ser esposo de la que concibió por el Espíritu Santo, que no temiera tomar parte en el extraordinario plan de Dios; que no se sintiera indigno de acoger en su hogar a aquella anunciada siglos antes por el profeta, la virgen que concebiría y daría a luz al Emmanuel, al Dios-con-nosotros (ver Is 7,14).
María y José compartieron el mismo temor, el mismo asombro y temblor de saberse elegidos por Dios, invitados por Él a tener una importante participación en Su plan de salvación.
¡Qué bendición para nosotros que pudiendo decir que no y salir huyendo despavoridos, ambos confiaron en que aunque Dios les pedía algo muy grande, también sería muy grande la gracia que les daría para cumplirlo.
Y así fue.
Y podemos tener la seguridad de que si hoy les preguntáramos a María y a José si se arrepienten de haber aceptado, ambos dirían de inmediato que no.
Su aceptación les trajo toda clase de consecuencias, desde pequeñas incomodidades hasta desgarros en el corazón, pero el resultado final ¡bien valió la pena!
Su experiencia de temor y valor, de inquietud y fe, nos anima a seguir su ejemplo y responder positivamente a lo que nos propone el Señor.
Quizá se trata de una vocación a la vida sacerdotal, religiosa o matrimonial; quizá se trata de elegir una carrera o aceptar un puesto; quizá se trata de renunciar a algo, por algo mejor.
A veces nos da temor considerar, y sobre todo a aceptar lo que quiere de nosotros el Señor, pero realmente no hay nada que temer, porque si el Señor nos pide algo, nos da lo necesario para realizarlo.
Por eso le decía san Agustín: ‘dame lo que me pides y pídeme lo que quieras’, es decir, dame Tu gracia, Tu fortaleza, Tu luz para cumplir Tu voluntad, y, no importa qué sea, lo podré lograr.
Y aunque al principio haya cierto temor, al final llegará la paz, porque si hay algo que nadie nunca tendrá que lamentar, es haberle dicho sí al Señor.