y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Recuérdalo

Alejandra María Sosa Elízaga**

Recuérdalo

Nos gusta que nos recuerden.

 Sentimos bonito cuando alguien que fue de viaje nos trae un recuerdito y nos dice: ‘me acordé de ti’.

Nos agrada que si nos topamos a un antiguo conocido en la calle, y le hacemos la riesgosa pregunta: ‘¿te acuerdas de mí?’ diga que sí, y sea cierto, o que en una reunión de ex alumnos nadie nos pregunte: ‘¿cómo dices que te llamas?, ¿de veras ibas tú en mi salón?’ 

¡No queremos que se olviden de nosotros!

 En general solemos considerar el olvido como algo fatal, literalmente: los no creyentes piensan que los difuntos sólo viven en la memoria de sus deudos, así que para que no mueran del todo tienen que ser recordados.

 Y qué decir de los enamorados despechados, para los cuales han sido escritas incontables canciones que hacen del olvido una queja: ‘¡no te puedo olvidar!’; una amenaza: ‘¡te olvidaré!; una razón para ufanarse: ‘¡ya te olvidé!’

 Nos hace sufrir pensar en que nos dejen caer en el olvido.

 El niño al que no pasan a recoger a tiempo a la salida de la escuela, llora pensando que su mamá se olvidó de él y lo dejará para siempre en manos de la temible directora.

 El adulto que le encargó su asunto a un funcionario y no recibe respuesta se angustia pensando: ‘el licenciado ya se olvidó de mi caso!’

 El viejito solitario en el asilo se duele: ‘¡ya nadie me visita!, ¡mis hijos se han olvidado de mí!’

 Ser olvidados nos da tristeza y temor; nos hace sentir disminuidos, como si la vida fuera una foto y saliéramos borrosos, desdibujados porque nadie nos recuerda nítidamente.

 No quisiéramos ser echados al olvido, especialmente por nuestros seres queridos, nuestra gente más cercana, pero es inevitable: la memoria humana es frágil, limitada, susceptible de perderse por el tiempo y la distancia.

 Por eso nos resulta tan conmovedor y toca una fibra tan honda, lo que nos dice Dios a través del profeta Isaías, en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa:

 “...’¿Puede acaso una madre olvidarse de su criatura hasta dejar de enternecerse por el hijo de sus entrañas? Aunque hubiera una madre que se olvidara, Yo nunca me olvidaré de ti’, dice el Señor Todopoderoso” ( Is 49, 14-15)

 ¿Te das cuenta? ¡Esto te lo dice Dios a ti!

 ¡¡El Señor no se olvida nunca de ti!!

 Y no pienses que te recuerda para decir: ‘ah, sí, es el humano número tal, al que le di la vida el día tal, ¡no sé en qué estaba Yo pensando!’

 Ni tampoco es un recordarte para decir: ‘¡Sí, me acuerdo bien, hasta hoy ha cometido ochorrocientos nueve pecados, no se me ha olvidado ni uno!’

 ¡No!

 Lo que el Señor recuerda de ti es el momento feliz en que te creó.

 Lo que tiene siempre presente de ti es cuánto te ama.

 Lo que no deja caer en el olvido de ti son las cualidades que te dio y todo lo bueno que cree y espera que puedes dar.

 El Señor no te olvida porque está prendado de ti, es un eterno Enamorado que no te puede sacar de Su cabeza ni de Su corazón, aunque tú no siempre le correspondas...

 Y en su declaración va implícita una amorosa confesión:

 Aunque tú te hayas olvidado de Mí toda tu vida, Yo nunca me he olvidado de ti.

 Aunque sólo me recuerdes los domingos, Yo pienso en ti durante toda la semana.

 Aunque en tu jornada ni te acuerdas de Mí, Yo te tengo presente todo el día.

 Quizá tú crees que te he olvidado porque no se resuelve ese asunto que me has encomendado, pero Yo no me olvido de ti, y lo estoy resolviendo a Mi modo y a Mi tiempo.

 Quizá piensas que te he olvidado porque sigues en este mundo y tú quisieras ya irte al cielo, pero Yo no me olvido de ti, y si te mantengo aquí es porque todavía tengo grandes planes para ti.

 Quizá consideras que te he olvidado porque te sientes demasiada poca cosa para que Yo, tu Dios, piense en ti, pero eres valioso a Mis ojos; te creé porque te amo, y no te olvido porque tengo tu nombre tatuado en la palma de Mi mano' (ver Is 49, 16).

 El más modesto empleado de una empresa no se atrevería a preguntarle al director de ésta: ‘¿sabe quién soy, se acuerda de mí?’, para ahorrarse la pena de que éste le conteste que no tiene ni idea.

 Pero si un día se lo encontrara y éste lo saludara afectuosamente por su nombre, ¡qué agradable sorpresa! ¡qué orgullo sentiría de que alguien tan importante lo recordara!

 Pues ¡cuánto más debe regocijarnos que Dios, el Autor de todo cuanto existe, el Soberano Creador del universo nos diga que no se olvida nunca de nosotros, te diga que no se olvida de ti!

 Este domingo, a unos días de iniciar la Cuaresma, es un buen tiempo para, válgase la redundancia, recordar que Dios nos recuerda; un buen tiempo para recordar que Aquel que nunca nos olvida, a Su vez, está esperando que no nos olvidemos de Él...

*Publicado el 3 de marzo de 2014 en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y en la pag. del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx). Conoce los libros y cursos de Biblia gratuitos de esta autora y su ingenioso juego de mesa 'Cambalacho' aquí en www.ediciones72.com