y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

¿Por qué no me confieso?

Alejandra María Sosa Elízaga**

¿Por qué no me confieso?
  1. No tengo pecados.
  2. Nunca me he confesado, no sé cómo hacerlo.
  3. Hace demasiado tiempo que no me confieso.
  4. Ya acumulé demasiados pecados.
  5. Me da pena que el padre sepa lo que hice.
  6. Una vez me regañó un confesor y no he vuelto a confesarme.
  7. ¿Por qué tengo que confesarme con uno que quizá es más pecador que yo?
  8. Probablemente voy a volver a caer en lo mismo, ¿qué caso tiene confesarme?
  9. Me confesé cuando hice la Primera Comunión, una vez basta.
  10. Yo me entiendo con Dios directamente.

Éstas son las diez objeciones que más gente plantea con relación a la Confesión.

¿Te reconoces en alguna o en varias? Sigue leyendo.

A continuación se proponen las 10 razones para responder a cada una de dichas objeciones.

No tengo pecados.

1.- Todos tenemos pecados.

Dice san Juan: “Si decimos: ‘No tenemos pecado’, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos...” (1Jn 1, 8-9).

Quien afirma que no tiene pecados, tal vez desconoce lo que es el pecado: es decirle ‘no’ a Dios; no a cumplir Su voluntad; no a amarnos unos a otros como Él nos ama.

Todo pensamiento, palabra, obra u omisión que no está motivada por el amor, sino por el egoísmo, la propia conveniencia, el rencor, la envidia, la injusticia, la violencia, etc. es pecado.

2.- Nunca me he confesado, no sé cómo hacerlo.
Díselo al confesor y él te irá guiando, te irá ayudando a hacer una buena confesión.

3.- Hace demasiado tiempo que no me confieso.
Y todo ese tiempo Dios no se ha cansado de esperarte con los brazos abiertos.

4.- Ya acumulé demasiados pecados.
No importa que sean muchos, Dios quiere y puede perdonártelos todos.

5.- Me da pena que el padre sepa lo que hice.
Los confesores han oído ¡de todo! No se escandalizan de nada.

Y siempre tienes la posibilidad de confesarte en un confesionario, para conservar tu anonimato.

O bien buscar a un padre que no te conozca.

6.- Una vez me regañó un confesor y no he vuelto a confesarme.
¿Nunca te ha tratado mal un mesero? Y no por eso dejaste de comer.

Dicen que quien aparta a otro de la Iglesia, comete homicidio espiritual, pero quien se aleja comete suicido espiritual.

Tú solito te privas de un gran Sacramento sólo por una mala experiencia.

Es verdad que no todos los confesores tienen el don de ser pacientes, prudentes, caritativos. Pero eso no es motivo para dejar de confesarse.

Lo que hay que hacer es preguntar quién es un buen confesor, y procurar confesarse con él.

En todas las parroquias hay algún padre que tiene fama de ser buen confesor.

Búscalo y confiésate con él.

7.- ¿Por qué tengo que confesarme con uno que quizá es más pecador que yo?
Porque el Sacramento es ‘a prueba de pecadores’.

No importa si el confesor es un santo o un pecador, él no te está absolviendo en nombre propio, sino en nombre de Cristo.

8.- Probablemente voy a volver a caer en lo mismo, ¿qué caso tiene confesarme?
En cada Confesión recibes la gracia divina para superar tus pecados.

Y renuevas o reanudas tu amistad con Dios.

Él no se va a resignar a verte caído, así que más te vale tomar la mano que Él te tiende, y levantarte una y otra vez.

9.- Me confesé cuando hice la Primera Comunión, una vez basta.
A lo largo de la vida, cometemos muchos errores, fallamos, herimos a otros, sin querer o queriendo. Si eso sucede a nivel humano, ¡cuánto más con relación a Dios!

Desde que hicimos la Primera Comunión, seguramente hemos cometido muchas faltas, pequeñas y tal vez grandes, de las que necesitamos arrepentirnos y pedir perdón.

Quizá consideramos que son poquitas o insignificantes y no cuentan, pero como dice el dicho: ‘de poquito en poquito se llena el jarrito’, y toda falta lastima nuestra relación con Dios y puede llegar al punto de afectarla seriamente y aun romperla.

Considera esto: si alguien que usa lentes no los limpiara nunca, o un conductor jamás limpiara su parabrisas, el poquito polvo de cada día se acumularía hasta volver imposible ver a través de ese cristal.

Así sucede con el alma: el poquito polvo acumulado se vuelve una gruesa capa que hace que no podamos percibir a Dios presente en nuestra vida; que no veamos a los demás como hermanos; que no distingamos los baches o peor, los barrancos en los que podemos caer...

No debemos dejar que se acumulen los pecaditos (y menos los pecadotes)...

10.- Yo me entiendo con Dios directamente.
Es Dios, no tú, quien determina la manera como puedas reconciliarte con Él.

Cierto que puedes pedirle directamente perdón y Él atiende tu oración.

Pero recuerda que Él dio a Sus apóstoles (y a los sucesores de éstos), el poder de perdonar pecados en Su nombre.

Lo vemos en el Evangelio que se proclama este Segundo Domingo de Pascua en Misa (ver Jn 20, 19-31).

Es voluntad Suya que aproveches esta mediación.

¿Por qué? Porque te da muchas cosas que la ‘confesión directa’ no te da:

¿Qué te da la Confesión?

a. Poder reconocer lo que haces, detectar en concreto qué te hace caer.

Esto te ayuda no sólo a asumirlo, sino a tenerlo detectado para saber cómo combatirlo.

b. Desahogarte sin deprimir o escandalizar a tus seres cercanos, y sin temor de que el confesor platique lo que confieses.

c. Recibir consejo.

Uno solo no siempre sabe salir del atolladero.

d. Tener la certeza de recibir el perdón de Dios (a diferencia de quienes no se confiesan, que no escuchan la absolución y nunca tienen la seguridad de haber sido perdonados).

e. Una penitencia que no es castigo, sino una ayuda para reconstruirte interiormente, porque todo pecado nos fractura espiritualmente.

f. La gracia divina para que te fortalece en tu lucha contra el pecado.

g. Quitarte un peso de encima y experimentar el amor, el abrazo del Padre.

El Papa Fco dice que Dios no se cansa nunca de perdonar, que somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.

También dice que Dios está esperando que demos un pequeño paso para salirnos al encuentro con los brazos abiertos.

¡No nos cansemos de pedir perdón, y no dejemos a Dios esperándonos con los brazos abiertos!

Aprovechemos que en este domingo se celebra la Fiesta de la Divina Misericordia, y ¡dejémonos reconciliar con Él, dejémonos abrazar por Él!

*Lee las reflexiones de esta autora, conoce sus libros impresos y sus libros electrónicos y cursos de Biblia gratuitos, así como su ingenioso juego de mesa Cambalacho, aquí en www.ediciones72.com