¿Qué vas a ser?
Alejandra María Sosa Elízaga**
Querías que tu hijo fuera médico y te resultó ingeniero; querías heredarle el negocito y no lo quiere; esperabas enseñarle lo que sabes hacer, pero no le interesa aprenderlo.
Sucede con frecuencia que los papás sueñan con tener un hijo que comparta sus gustos y siga sus pasos, pero éste elige un camino muy diferente.
Ay si los papás pudieran hacer hijos “bajo pedido”, solicitarle a Dios que éstos tuvieran ciertas características, tal vez lo harían, pero no es posible. Así que cuando unos padres conciben un bebé nadie sabe qué le espera.
Antes de que nazca, lo más que se puede hacer es escuchar su corazoncito (que empieza a latir a las tres semanas de concebido) y verlo en un ultrasonido, pero a nadie se le ocurriría vaticinar, si se capta que el bebé se chupa el dedo o bosteza, que de grande va a ser ingenuo o perezoso.
Y cuando está recién nacido a lo más que se llega es a suponer: “mira, tiene manos grandes, quizá va a ser pianista”; o “se parece a su abuelo, tal vez heredará su afición al futbol”.
Hay que esperar años para empezar a vislumbrar las aptitudes de un niño, y aun así no se puede asegurar a qué se dedicará cuando crezca. Hace poco vi que en un programa en el que concursan cantantes adolescentes pasaron unos videos caseros de cuando aquéllos eran chiquitos. Se ve que cuando tenían dos o tres años ya les gustaba cantar y se la pasaban cantando; pero todavía no se podía pronosticar si ésa sería su vocación o una simple afición.
Recordaba esto al leer en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 1, 57-66. 80), que cuando nació Juan Bautista, se dieron una serie de situaciones extrañas que hacían pensar que algo extraordinario sucedía: su mamá era estéril, su papá se quedó mudo, ambos lo concibieron siendo ya ancianos. Las gentes se preguntaban admiradas “¿qué va a ser de este niño?” (Lc 1,66), pero no tenían ni idea.
Es que nadie conoce qué será de cada criatura que viene a este mundo. Sólo Dios sabe. Y no es una frase, es una realidad cargada de profundo significado, como lo prueban las oraciones y Lecturas que se proclaman en la Liturgia de la Palabra este domingo.
Como es 24 de junio, se celebra la Natividad de Juan el Bautista, Solemnidad que tiene dos Misas propias, la de la Vigilia, que corresponde al sábado, y la Misa del día, que sustituye la dominical. Llama mucho la atención que en ambas celebraciones se mencione ¡siete veces! lo que sucede en el seno materno.
Veamos:
En la Antífona de Entrada y en el Evangelio de la Misa vespertina de la Vigilia se hace referencia a que Juan el Bautista quedó lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre (ver Lc 1,15).
En la Primera Lectura, Dios le dice al profeta Jeremías: “Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te consagré profeta para las naciones” (Jer 1,5).
En respuesta, el salmista le agradece al Señor: “Desde que estaba en el seno de mi madre, yo me apoyaba en Ti y Tú me sostenías” (Sal 71,6)
Luego, en la Misa del día, en la Primera Lectura el profeta Isaías revela: “El Señor me llamó desde el vientre de mi madre; cuando aún estaba yo en el seno materno, Él pronunció mi nombre” (Is 49,1), y más adelante reconoce: “me formó desde el seno materno, para que fuera Su servidor” (Is 49,5).
En respuesta el salmista dice a Dios: “Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el seno materno...” (Sal 139,13).
No es poca cosa ni casualidad que se repita tantas veces el mismo tema; evidentemente se nos quiere hacer notar que tiene una relevancia especial para nosotros.
¿Cuál?
La de comprender que desde antes de que naciéramos Dios tenía ya un plan para nosotros; nos creó con un propósito y nos dotó de todo lo que necesitaríamos para poder llevarlo a cabo.
La pregunta es ¿cuál es ese plan? Es importantísimo conocerlo, porque obviamente cumplirlo es lo que más nos conviene pues estamos perfectamente adecuados para ello, es para lo que servimos, para lo que estamos mejor dotados, ya que Dios se aseguró de darnos todas las capacidades necesarias para realizarlo y sería terrible desperdiciarlas.
Ahora bien, cabe aclarar que esto no se refiere a ese tipo de habilidades que sólo pueden ser empleadas de cierta manera, en cierto oficio, en cierto trabajo o profesión, y si no se pierden; por ejemplo, si se diera el caso de que hubiera alguien con dotes para ser un gran futbolista y terminara chambeando en una oficina, perdería su oportunidad de ser un segundo Pelé.
No se trata de cualidades que sólo pueden desarrollarse en determinadas circunstancias. Los dones con que Dios nos ha dotado pueden ser empleados en cualquier tiempo y lugar y jamás se pierden, porque son espirituales. Puede ser que no los usemos ni los hayamos usado, pero los tenemos siempre dentro de nosotros, a nuestra disposición, aguardando el momento feliz en que los aprovechemos.
A diferencia de los papás humanos que nunca saben cómo les resultará su chamaquito, Dios Padre en cambio sí lo sabe, porque Él mismo se aseguró de que pudiéramos resultar como le gustaría. Nos hizo “bajo pedido”, nos formó según Su voluntad.
Nos creó a Su imagen y semejanza, puso en nuestra alma todo lo que requerimos para poder seguir Sus pasos, imitarlo, ¿en qué? en amar como Él nos ama, en perdonar como nos perdona, en dar generosamente como Él nos da; en ser buenos como Él es Bueno, capaces de hacer salir el sol de nuestra caridad sobre buenos y malos; en ser santos como Él es Santo.
A la pregunta que todos los papás humanos se hacen: “¿qué será de esté niño?, ¿qué va a ser?”, Dios sí podría responder: Será amoroso, porque lo he colmado de Mi amor; será compasivo, porque le he comunicado Mi bondad; será justo y veraz, porque puse en él una conciencia que le remorderá si no lo es.
Nos dio todo lo necesario para ser lo que nos hará plenos; para cumplir nuestra mejor vocación, la que nos permitirá aprovechar al máximo todo nuestro potencial, la que nos hará verdaderamente felices: la de ser hijos Suyos, herederos Suyos, llamados a ser como Él.
Solamente hay un problema, y es que junto con todas esas capacidades nos dio también la libertad de ejercerlas o desperdiciarlas. ¡Qué tremenda posibilidad!
Da pena considerar por ejemplo, ¿cómo se hubiera quedado Dios si todos esos personajes de los que leemos en las mencionadas lecturas hubieran rechazado su llamado, su vocación, si Jeremías, Isaías, Juan el Bautista le hubieran dicho: “no”?
Y ¿qué hubiera sido de la gente ante la que dieron testimonio, el pueblo al que debían llevar el mensaje de Dios? No lo sabemos, porque ellos no rechazaron la vocación que Dios les dio. Le dijeron sí al Señor.
Cabe entonces preguntarnos: ¿y nosotros?, en especial tú, ¿también le dices que sí?
También a ti, como a ellos, el Señor te formó, te sostuvo desde el vientre materno, pronunció tu nombre, te consagró como profeta Suyo, te formó para que pudieras servirlo. ¿Estás respondiendo a Su llamado?, ¿a la vocación de amor y servicio para la que te ha capacitado?
Ojalá puedas contestar que sí, porque da tristeza imaginar qué frustrado se quedaría Dios y qué sería de toda la gente que está necesitando tu testimonio, si desaprovechas los dones que te han sido dados para alentar la esperanza y fortalecer la fe y comunicar el amor de Dios a los que te rodean.
Este domingo la Palabra de Dios nos invita a darnos cuenta de que tenemos una inmensa responsabilidad: la de ser hijos de un Padre que nos ha dado mucho porque espera mucho de nosotros.
Tiene la ilusión de que compartamos Sus gustos y sigamos Sus pasos, pero no para Su conveniencia sino para la nuestra, porque eso es lo único que nos hará dará auténtica felicidad, y Él quiere que seamos dichosos, pero no por nuestra cuenta y temporalmente, sino con Él y para toda la eternidad.
Dios Padre ya sabe lo que tú puedes ser; la pregunta es: ¿lo serás?
Conoce los libros y cursos gratuitos de Biblia de esta autora y su juego de mesa Cambalacho, aquí en www.ediciones72.com