En la misma barca
Alejandra María Sosa Elízaga*

Hay textos bíblicos que algunos malinterpretan a propósito. El otro día una señora platicaba que un hermano separado le dijo, para justificar su alejamiento de la Iglesia:: ‘yo no necesito que nadie me enseñe nada, aprendo directo de Dios, como san Pablo’, y acto seguido le enseñó el texto que se proclama como Segunda Lectura en la Misa de la Vigilia (es decir la del sábado por la noche) de la Solemnidad de san Pedro y san Pablo que celebramos este domingo (ver Gal 1, 11-20).
Dice el Apóstol: “El Evangelio que he predicado, no proviene de los hombres, pues no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno”, y más adelante añade que un día Dios “quiso revelarme a Su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos. Inmediatamente, sin solicitar ningún consejo humano, y ni siquiera ir a Jerusalén para ver a los apóstoles anteriores a mí, me trasladé a Arabia...”
¿Cómo entender esta afirmación del Apóstol? ¿De veras se estaba yendo por la ‘libre’?, ¿pensaba que se mandaba solo y no necesitaba de la Iglesia fundada por Cristo?
Si consideramos sus palabras aisladas, podría dar esa impresión, pero no si las situamos en contexto.
Para ello es necesario leer el inicio de su carta dirigida a los gálatas. Allí descubrimos que san Pablo los regaña porque se han dejado convencer por unas gentes que les han predicado un Evangelio distinto al que él les predicó (ver Gal 1, 6-7).
Y que con intención de hacerles ver que no pueden ‘irse con la finta’ y creerle a cualquiera que venga a quererlos convencer de poner su fe en algo distinto a lo que él les ha enseñado, les hace ver que, a diferencia de lo que cualquiera puede enseñar, lo que él enseña, viene ni más ni menos que del propio Jesucristo.
De ahí su insistencia en hacerles ver que lo recibió directamente de Él.
No era su intención decir que no necesitaba a la Iglesia. Prueba de ello es que después narra que fue a Jerusalén a ver a san Pedro. Deja claro que, al igual que los Apóstoles y que toda la comunidad cristiana, reconocía en san Pedro al que Jesús eligió para ser la piedra sobre la que fundó la Iglesia, a quien confió las llaves del Reino de los Cielos y dio poder de atar y desatar en la tierra y el Cielo (ver Mt 16, 19), en otras palabras fue a reunirse con el primer Papa de la historia, vicario de Cristo, guía de la cristiandad, de quien respetó su autoridad.
Queda claro que a pesar de que san Pablo recibió revelaciones directas de Jesucristo, jamás se le ocurrió quedarse al margen de la Iglesia ni fundar otra, sino que siempre tuvo claro que Dios le había concedido, como nos ha concedido a nosotros, el privilegio de pertenecer a ella; el compromiso de mantenerse dentro de ella; el deber de respetarla, y la vocación de amarla y edificarla.
Es significativo que cada 29 de junio la Iglesia celebra juntos a los Santos Pedro y Pablo, Apóstoles, para mostrar que trabajaron unidos, uno como la cabeza de la Iglesia y el otro como su incansable promotor y defensor. Le da tanta importancia que, a diferencia de otras celebraciones de santos que son siempre omitidas en domingo, ahora en lugar del XIII Domingo del Tiempo Ordinario, se celebra esta importante Solemnidad, que tiene Misa vespertina y del día, así como oraciones y Lecturas propias.
Pero que la alegría de este día no se quede en un recuerdo del pasado, sino nos traslade al presente, para llenarnos de gozo sabiendo que luego de más de dos mil años seguimos contando con un sucesor de san Pedro, en el que podemos confiar, como confió san Pablo.
Aprovechemos para orar por él, y disfrutemos la paz que nos da saber que aunque sean turbulentos los mares por los que atravesamos, navegamos como los Apóstoles, unidos como hermanos, y vamos hacia puerto seguro, porque Jesús nunca ha abandonado ésta Su barca, y ahora tuvo a bien encomendarle el timón al Papa León.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La respuesta de Dios”, Col. ‘La Palabra del Domingo’, ciclo C, Fragmento del capítulo ‘Mantenerse dentro’, p. 78, Ediciones 72, México, disponible en Amazon).