y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Orar, no sólo protestar

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Orar, no sólo protestar

No sé si tú conozcas a alguno, pero en este momento no puedo recordar a ningún político que no haya sido juzgado, cuestionado, criticado, caricaturizado, ridiculizado, atacado, incluso odiado.

Y lo mismo en un taxi que en una sobremesa familiar, en un café con amigos o en el receso de una jornada laboral o parroquial, no tarda en salir el tema de las últimas decisiones, declaraciones o acciones de algún importante funcionario, que muestran su prepotencia, ignorancia o indiferencia hacia las necesidades de quienes está llamado a servir, y por ello provocan justificadamente mucha molestia e indignación.

Pero ojalá provocaran también mucha oración.

En la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Tim 2, 1-8), pide san Pablo: “Te ruego, hermano, que ante todo se hagan oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, y en particular, por los jefes de Estado y las demás autoridades”

El apóstol invita a orar por todos, pero en especial por quienes tienen autoridad.

¿Por qué? Porque cuando se tiene poder, se tiene siempre la tentación de abusar de él.

Y mientras más alto sea el cargo de quien toma malas decisiones, se ven afectadas más y más personas.

Y si alguien se pregunta, ¿para qué orar por los gobernantes?, ¿qué caso tiene? Le responde san Pablo: “para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido.”

Esta respuesta da a entender que la oración tiene un gran poder. Puede transformar personas y circunstancias que creíamos incapaces de cambiar.

Y es que por nosotros mismos, nada podemos, necesitamos ponernos en manos del Todopoderoso, el único capaz de tocar corazones y modificar situaciones.

Dice san Pablo que orar “es bueno y agradable a Dios, pues Él quiere que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad...”

Es interesante lo que afirma el apóstol.

Primero, que a Dios le agrada que oremos por los gobernantes.

Ya eso sólo bastaría para que lo hagamos.

Segundo, da a entender que orar por otros trae al menos dos muy positivas consecuencias: por una parte, ayuda a su salvación, es decir, pide la gracia divina para rescatar a la persona de todo aquello que la ata: sus pecados, sus apegos desordenados, su desmedido afán de dinero y de poder, etc. para que pueda pasar, de ser esclava de este mundo, a gozar de la libertad de que disfrutan los hijos de Dios.

Y por otra parte, ayuda a que la persona pueda conocer la verdad, a que no se deje engañar por un mundo que promueve como bueno lo malo y como malo lo bueno, sino que sepa ver cuál es el camino recto, el perfecto, el que agrada a Dios.

¡Qué diferente resultado se obtendría si en lugar de limitarnos a protestar por lo que hacen las autoridades, rezáramos por ellas!

Si al escuchar en la radio, leer en el diario o ver en el noticiero de la televisión, noticias que nos indignan y escandalizan, no nos conformemos con decir: ‘¡éstos me tienen hasta la coronilla!’, sino mejor ¡recemos la Coronilla!, ¡sí!, la de la Divina Misericordia, cuyo rezo obtiene grandes gracias, según lo prometió Jesús a santa Faustina.

Si en cada marcha, cada mitin, cada plantón, no sólo se corearan consignas, sino se rezaran Padre Nuestros y Ave Marías, ¡qué potencia adquiriría esa manifestación!

Cuando las cosas no vayan bien, hagamos lo que podamos para que cambien, pero entre tanto, no ganamos nada con repelar, ¡pongámonos a orar!

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La respuesta de Dios”, Col. ‘La Palabra del Domingo’, Ediciones 72, México, p. 120, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 20 de octubre de 2024 en la pag web y de facebook de Ediciones 72