Y tú ¿para qué trabajas?
Alejandra María Sosa Elízaga*
Esta pregunta fue planteada a numerosas personas empleadas en las más diversas ocupaciones, y fue curioso que la mayoría de las respuestas podría resumirse en ésta: ‘trabajo para comer’.
Lo recordé al leer en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Jn 6, 24-35) que Jesús pide: “No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre” (Jn 6, 27).
¿Por qué dice esto Jesús? ¿Acaso está proponiendo que no hay que trabajar para comer? No. Jesús no está sugiriendo semejante cosa. Para entender lo que dijo hay que recordar que se está dirigiendo a unas gentes que luego de haberlo visto multiplicar panes y pescados lo han estado buscando. Se ha dado cuenta de que vienen con intención de asegurar, literalmente, el pan de cada día. Muy a gusto ir tras un líder que multiplica panes, a cuyo lado se tiene garantizado no tener hambre. Pero, como dijo alguna vez Jesús: “no sólo de pan vive el hombre” (ver Mt 4,4).
Es innegable que comer es vital, pero el ser humano no puede conformarse sólo con asegurar su comida. Está llamado a mucho más que eso. Dice el dicho que 'barriga llena, corazón contento', pero el contentamiento que se siente por haber comido tiene caducidad, termina cuando regresa el hambre, y aun mientras dura es insuficiente, no hace a nadie verdaderamente feliz.
Recuerdo una estadística muy significativa que fue publicada hace años. Mostraba que en ciertos países donde se habían establecido gobiernos que habían logrado que toda la población tuviera alimentación, salud y educación, pero también habían querido desterrar la religión, impedir que la gente acudiera al culto, borrar toda referencia religiosa, la gente declaraba que no era feliz, y eso que aparentemente contaba con todo lo necesario.
Es que lo material no basta. Tenemos un agujero en el alma del tamaño de Dios que sólo Dios puede saciar. Por eso Jesús invita a no trabajar por el alimento que se acaba. Y, ojo, no es que esté pidiendo que ya nadie busque o tenga empleo, que nadie quiera ganar dinero, que todos nos quedemos, mano sobre mano, esperando a ver si Dios vuelve a enviar maná del cielo. Está pidiendo que trabajemos, sí, pero por el alimento que dura para la vida eterna. Que lo esencial en nuestra vida no sea lo material, sino lo espiritual; no el conformarnos con los bienes de este mundo, sino aspirar a los del Cielo: y vivirlo todo en esta vida teniendo la otra en mente, de modo que todo lo que aquí hagamos o dejemos de hacer, tenga un nuevo sentido, un objetivo trascendental.
De ese modo, si te preguntaran ‘¿para qué trabajas?’, podrías dar una respuesta que quizá sonaría igual a las mencionadas, pero sería distinta: ‘trabajo para tener lo que necesito’, referido no a cosas materiales, sino a lo que realmente necesita tu alma: paz, amor, alegría, justicia, consuelo, esperanza; en otras palabras, una respuesta que expresaría que consideras que tu trabajo es un medio de vivir tu fe, un medio de santificar tu vida, un medio que te permite ponerte al servicio de Dios.
Alguien podría preguntarse: ‘¿pero qué chamba tendría que tener yo para lograr esto?’, a lo que cabría responder: cualquiera es buena (claro, que no sea inmoral ni ilegal); cualquier trabajo puede aprovecharse para este fin.
En el Evangelio dice que quienes lo seguían le pidieron a Jesús qué les dijera qué necesitaban para llevar a cabo las obras de Dios, a lo cual Él respondió “La obra de Dios consiste en que crean en Aquel que Él ha enviado” (Jn 6, 29).
Es decir, que para realizar las obras de Dios lo primero es creer en Jesús, y la fe en Jesús consiste en decir ‘sí’ a lo que Él propone. Y ¿qué propone? que nos amemos unos a otros como Él nos ama (ver Jn 15,12); que cada uno se ponga al servicio de los demás a imitación de Él, que no vino a ser servido, sino a servir (ver Mt 10,45).
¿Te das cuenta? Eso abre toda una gama de posibilidades maravillosas que puedes aplicar en tu vida diaria y, desde luego eso incluye tu trabajo. Ir, por ejemplo, cada día a trabajar pensando no qué puedes obtener, sino en qué puedes contribuir; no qué bien te pueden hacer otros a ti, sino tú qué bien puedes hacer a otros. Sucederá entonces algo muy curioso: estarás trabajando para conseguir lo que necesitas, pero no lo que pensabas que necesitabas, sino lo que en verdad necesitas, y experimentarás un gozo verdadero y perdurable.
Decía San Francisco de Sales que difícilmente se nos presenta en la vida la oportunidad de hacer algo grandioso por Dios, pero todos los días tenemos la posibilidad de hacer cosas pequeñas con mucho amor. Aplicado esto al trabajo puede convertir el tedio de la rutina, ciertos roces con los compañeros, el cansancio y demás dificultades de la vida laboral, en oportunidades para realizar incontables obras de misericordia para ayudar a otros y a la vez crecer en amabilidad, paciencia, tolerancia, perdón, amor. En eso consiste vivir y trabajar para el Señor.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Como Él nos ama”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 113)