Aprender a depender
Alejandra María Sosa Elízaga*
Parecía que iban a lugares diferentes. Había unos que traían simplemente una mochila a la espalda, otros en cambio, no sólo venían arrastrando tremendas maletas sino que además cargaban en bolsos lo que no les cupo en ellas. Eran jóvenes que iban de misiones al mismo lugar y por el mismo tiempo. ¿Por qué entonces unos viajaban tan livianos y otros llevaban hasta 'la mano del metate'?
En primera instancia se podría pensar que porque unos eran sumamente prácticos y los otros sumamente previsores, pero hay que replantear esa rápida conclusión al leer el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mc 6, 7-13).
Nos cuenta San Marcos que cuando Jesús envió a Sus Apóstoles a su primera misión, “les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica” (Mc 6, 8-9).
¿Por qué les pidió esto Jesús?, ¿qué no hubiera sido mejor que los enviara bien abastecidos con todo lo habido y por haber que pudieran necesitar?
Cabe pensar que lo hizo así porque quería que Sus apóstoles aprendieran dos cosas fundamentales:
1. A depender de la Providencia Divina.
Consideremos esto: si los Apóstoles hubieran sido enviados con la bolsa repleta de comida y de dinero, hubieran puesto su confianza en sus propios medios; se hubieran creído autosuficientes; hubieran llegado a pensar, como piensan algunos que tienen recursos suficientes o abundantes, que no necesitaban a Dios.
En cambio el ir como fueron enviados, sin ningún 'guardadito', los obligaba a pedirle a Dios todo lo que necesitaban, por grande o pequeño que fuera, y a confiar en que Él les daría lo que les conviniera.
Aquel que enseñó a Sus discípulos a pedirle al Padre el “pan de cada día” (Mt 6,11), quiso que no sólo lo dijeran de dientes para afuera, sino que experimentaran esta diaria dependencia. ¿Por qué? Cabe pensar que no sólo porque se fortalecería su relación con Dios y su confianza en Él al comprobar que de una u otra manera siempre respondía, oportuna, sabia y misericordiosamente, a sus peticiones, sino también porque tendrían una gran credibilidad al evangelizar, no sólo de palabra sino con su testimonio de vida.
2. A depender también de los demás.
Notemos que Jesús les pide: “Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de ese lugar” (Mc 6,10). Es evidente que no quiere que lleguen ante la gente con una actitud de superioridad, como 'enviados divinos' que están por encima de los demás mortales, sino como hermanos que vienen a enseñar, sí, pero también a aprender; que vienen a dar, sí, pero también a recibir.
Es una enseñanza importantísima para todo aquel que quiera ir de parte de Dios a comunicar la Palabra, a catequizar, a aconsejar, a realizar un servicio en la Iglesia: debe estar dispuesto a depender no sólo de Dios, sino también de los hermanos, porque regularmente Dios le hará llegar lo que necesite no en un paquete caído directamente desde el cielo (tan auténtico 'correo aéreo' podría descalabrarlo...), sino a través de los hermanos, y en particular, de aquellos a los que se dirige.
Si hubiéramos podido acompañar a los Apóstoles en su misión hubiéramos visto que ofrecieron alimento para el alma, recibieron alimento para el cuerpo; recibieron un techo para el cuerpo, ofrecieron cobijo para el alma.
¡Qué bella fraternidad cristiana se establece cuando todos aportan y reciben de otros lo que Dios les da para el bien común!
Vemos esto también años después cuando San Pablo realizaba su misión. En algunas de sus primeras cartas se ufanaba de no serle gravoso a nadie (ver 1Tes 2,9; 2Tes 3,8), pero cuando Dios lo puso en posición de tener que depender de otros, que le salvaron la vida (ver Hch 9,25), que organizaron colectas para sostenerlo (ver 2Cor 11,8; Flp 4, 15-16 ), que lo obligaron a aceptar su hospitalidad (ver Hch 16,15), ello redundó en gran beneficio espiritual para muchos.
Este domingo la Palabra de Dios nos invita a confiar en que Él asiste a quienes envía. Podemos pues deshacernos del excesivo bagaje al que nos aferramos 'por si acaso', con la falsa ilusión de poder ser autosuficientes, y en cambio atrevernos a ir en Su nombre, ligeros de equipaje, con plena seguridad y conciencia de que Él sostendrá nuestros esfuerzos y nos dará todo lo que necesitemos para el viaje.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Como Él nos ama”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 104)