y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Gratitud adelantada

Alejandra María Sosa Elízaga*

Gratitud adelantada

¿Cuándo agradeces algo?

Seguramente cuando lo has recibido, o cuando tienes la seguridad de recibirlo porque te lo ha prometido alguien en quien confías.

Por lo general no agradecemos aquello que todavía no recibimos ni tenemos la certeza de recibir.

No diríamos, por ejemplo: ‘¡muchas gracias porque me vas a prestar dinero!’, a alguien que no ha expresado la más mínima intención de prestárnoslo; ni tampoco: ‘¡gracias, por invitarme a tu fiesta!’ a alguien que ni siquiera nos ha enviado invitación.

Como que expresar gratitud por adelantado suena sarcástico o como intento de presionar, parece chantajillo sentimental: ‘ya te lo agradecí, ahora no te puedes negar’.

Con ello en mente, tal vez nos suene muy raro lo que nos pide san Pablo en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Flp 4, 6-9): “No se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud” (Flp 4, 6).

Se comprende que nos pida que no nos inquietemos por nada, la inquietud nos roba la paz. Decía san Francisco de Sales que, con excepción del pecado, lo que más daña el alma es la inquietud, porque nos hace desconfiar de Dios y caer en la desesperanza.

Si estamos en manos de Dios, no cabe inquietarnos por nada, hasta ahí vamos bien.

También suena lógico que nos diga que en todo momento presentemos nuestras peticiones a Dios en la oración y la súplica, claro, si nosotros no podemos nada y Dios lo puede todo, y nos ama, y busca nuestro bien, ¿cómo no íbamos a encomendarle todo a Él?

Pero la última frase es la que llama la atención, pide que oremos “llenos de gratitud”.

Algunos hermanos cristianos dirían que esto de la gratitud se explica porque si oras con fe y seguro de que vas a recibir lo que pides, lo recibirás, así que ya puedes irlo agradeciendo de antemano.

Se toman muy al pie de la letra la promesa de Jesús de conceder lo que se pida en Su nombre, pero ignoran que a veces el Señor permite que pasemos por ciertas dificultades porque ello contribuirá a nuestra salvación, así que por más que nos concentremos en creer que nos librará o curará sólo porque se lo pedimos con fe, tal vez no lo hará. No podemos pretender saber mejor que Él lo que nos conviene.

Entonces, ¿cómo entender eso de orar y suplicarle a Dios “llenos de gratitud”?

Quizá cabría entenderlo en dos sentidos.

Por una parte, puede referirse a la gratitud que nos da el saber que tenemos un Dios que nos ama, que se digna escucharnos, un Dios al que le importan nuestros asuntos y está siempre atento para ayudarnos y concedernos lo que en verdad necesitamos (aunque no siempre coincida con lo que creemos que necesitamos...).

Oramos y suplicamos agradecidos de tener a Quien orar y suplicar, agradecidos de no estar abandonados, atenidos a nuestras solas fuerzas.

Y por otra parte, puede referirse también a la gratitud que nos da saber que Dios tomará en cuenta lo que le pedimos, y responderá, del modo que considere más adecuado, que será sin duda el que mejor contribuya a nuestra conversión y salvación. En este sentido se entiende lo que siempre recomendaba san Pío de Pietrelcina: orar y confiar.

Así pues, que con nuestras oraciones vaya siempre nuestra gratitud ‘adelantada’, porque sabemos no sólo que serán siempre escuchadas, sino atendidas y respondidas por el Señor, desde Su inagotable sabiduría y amor.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga: “Murmullo de Brisa”, Col. ‘La Palabra del Domingo’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 139, disponible en Amazon)

Publicado el domingo 8 de octubre de 2023 en la pag web y de facebook de Ediciones 72