y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Dolor y Misericordia

Alejandra María Sosa Elízaga*

Dolor y Misericordia

‘Como nunca te pagué la mercancía que me fiaste, fíame más’. ‘Como choqué tu coche, permíteme volver a manejarlo’; ‘como manché la ropa que me prestaste, préstame otras prendas tuyas’.

Son frases que probablemente jamás vas a decir ni a escuchar. ¿Por qué? Porque parece absurdo solicitar un favor recordándole a alguien lo malo que sucedió la primera vez que te lo concedió. Te arriesgas a que te contesten: ¿cómo te atreves a pedirme que te siga fiando si no me has pagado?, ¿que te deje manejar mi coche si lo chocaste?, ¿que te preste más ropa si dejaste inservible la que te dejé usar? Y si esa persona te muestra el pagaré que firmaste, el coche que abollaste o la ropa que le arruinaste, seguro lo haría para echarte en cara las pruebas que te inculpan.

Es por eso que sorprende lo que narra el Evangelio que se proclama en Misa este domingo (ver Jn 20, 19-31), que cuando Jesús se apareció a Sus discípulos después de haber resucitado y les mostró las heridas que tenía en las manos y el costado, huellas de la crucifixión, no lo hizo para reclamarles lo que por ellos padeció, ni para hacerles saber que los hombres no merecían ya Su misericordia, sino ¡todo lo contrario!, luego de mostrárselas les deseó la paz y les concedió un don extraordinario: el poder perdonar, en Su nombre, los pecados (no en balde éste es el texto evangélico que se proclama siempre en este Segundo Domingo de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia).

¿Por qué fue capaz Jesús de reaccionar así? Porque a diferencia de los ejemplos mencionados al principio, (en los que alguien recibe un daño que ni esperaba ni quería), lo que Jesús padeció fue algo que Él no sólo conocía y esperaba, sino que aceptó voluntariamente por una sola razón: por amor a nosotros. Ésa es una gran diferencia. Y por eso, cuando Jesús les mostró las heridas de Sus manos y costado no lo hizo en plan de reclamo, sino para mostrarles las pruebas palpables de Su amor, un amor que lo hizo capaz de dar Su vida para rescatarlos -rescatarnos- del mal, del pecado y de la muerte.

Se explica así que muchas oraciones de la Iglesia mencionen lo que padeció Jesús, como medio de obtener el favor del Padre Eterno, por ejemplo la que Jesús dictó a Santa Faustina, la Coronilla de la Divina Misericordia, para rezarla en especial este domingo (‘Por Su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero’).

Cualquiera hubiera podido pensar que sería absurdo recordarle al Padre la dolorosa Pasión de Su Hijo para pedirle un favor; que resultaría contraproducente pedirle misericordia para la humanidad recordándole aquel episodio en el que la humanidad no tuvo misericordia con Su Hijo; que sería arriesgarse a despertar Su ira el recordarle lo que por nuestra culpa padeció Jesús, pero resulta que es ¡todo lo contrario! Mencionar la dolorosa Pasión de Jesús es apelar al amor infinito de Dios por nosotros, un amor que lo llevó al extremo de aceptar la muerte de Su Hijo con tal de rescatarnos a todos del pecado y de la muerte, y de abrirnos a todos el camino de la salvación.

El sufrimiento de Cristo, asumido libremente y ofrecido por amor, tuvo un sentido redentor. Y también nuestro sufrimiento puede adquirir ese sentido, si lo unimos al de Cristo. Eso lo sabía muy bien san Juan Pablo Magno. Él consideraba que si quien sufre une sus sufrimientos a los de Cristo, los convierte en un medio poderoso para interceder por muchos y presta a la Iglesia una ayuda invaluable en el combate cósmico contra el mal; he ahí la razón por la que aunque tuvo muchos sufrimientos, nunca se quejó de ellos, sino supo aprovecharlos hasta el final. Y no fue casualidad que cuando ya se estaban celebrando las primeras vísperas de la Fiesta de la Divina Misericordia, haya sido llamado a la casa del Padre aquel que vivió uniendo sus dolores a la dolorosa Pasión de Cristo para solicitar Misericordia Divina para toda la humanidad.

Este domingo celebramos esa Fiesta, y Jesús prometió que quien este día honre Su Divina Misericordia, recibirá un perdón total de todas sus culpas y pecados, semejante al recibido en el Bautismo. ¿Qué hay que hacer? Confesarse, asistir a Misa completa, comulgar, y rezar la Coronilla de la Divina Misericordia (bit.ly/1WvcsqS).

Aprovechemos este regalo extraordinario que nos da Aquel por cuyas llagas hemos sido curados, Aquel que nos invita a recordar lo que padeció, no para avergonzarnos ni para desanimarnos pensando que no tenemos perdón, sino para que tengamos presente Su sufrimiento redentor, aceptado por amor, y abramos a Su infinita misericordia nuestro corazón.

 

(Adaptado del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La Fiesta de Dios”, Col. ‘Lámpara para tus pasos’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 71, disponible en Amazon).

 

Publicado el domingo 16 de abril de 2023 en la pag web y de facebook de Ediciones 72