y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Testigos

Alejandra María Sosa Elízaga*

Testigos

Siempre me pasa lo mismo. Antes de cerrar las tapas de las cajotas y cajitas de cartón en las que guardo el Nacimiento, la corona de Adviento, un mini arbolito de pino y diversas decoraciones navideñas que durante esta temporada fui poniendo por la casa, doy una última vuelta por ésta para asegurarme, mediante una -según yo- minuciosa inspección, que no se quede ningún adorno fuera.

Debo confesar que esto no me gusta, me hace sentir como ese viejito cascarrabias que odiaba la Navidad, el tal Scrooge de la obra de Charles Dickens, pero ni modo, alguien tiene que hacerlo y me toca a mí. Parafraseando al Eclesiastés cabría decir que como todo tiene su momento, hay un tiempo para poner los adornos y un tiempo para quitarlos, y no hay de otra (ni modo de hacer como una persona de la que supe que deja su arbolito puesto en la sala todo el año, qué horror. No sólo es antilitúrgico y antipedagógico, sino que para cuando llega la época de disfrutarlo está tan 'visto' y tan polvoriento que ya nadie le hace caso).

Una vez que termino la ingrata tarea con lo que considero una eficacia que si él no fuera de por sí verde, haría poner verde de envidia al mismísimo Grinch (me refiero al simpático personaje de los dibujos animados basados en el cuento original del Dr. Seuss, no al sobreactuado de la adulterada versión que nos endilgó Hollywood hace unos años), cierro todas las cajas y voy y vengo llevando una por una al fondo de la covacha de triques, donde las acomodo en precaria torre, cierro la puerta esperando no escuchar un estrépito detrás, guardo la llave y doy por terminada la tarea.

Entonces en un momento dado del que nunca se sabe cuándo pero sí que sucederá inevitablemente, quizá en unas horas, en varios días o hasta en semanas, cuando menos me lo espero, voy por la casa quitada de la pena y ¡zas! mis ojos captan el brillo pícaro de una esferita roja medio escondida en un estante, o una flor de nochebuena de tela que asoma de un florero; una vela de muñequito de nieve que me mira risueño desde un candelabro.

Antes me chocaban estos descubrimientos extemporáneos por la lata de tener que volver a abrir la covacha de los triques, localizar la respectiva caja, casi siempre la de más abajo de la torre, moverlas todas, abrir la correspondiente, guardar ahí el adornito, cerrarla, apilarlas todas de nuevo y esperar que no haya que hacer esto mismo otra vez.

Ya no. De un tiempo a esta parte, estos inesperados hallazgos me hacen mucha gracia, los considero una especie de travesura del Niño Jesús, un guiño Suyo para que ahora que estamos empezando el tiempo ordinario, no se me olvide la Navidad, no crea que es una temporada que ya pasó y a la que se le puede empaquetar para no acordarse de ella hasta el próximo diciembre, sino que sea consciente de que la Navidad sigue aquí porque Aquel que le da sentido ha venido a quedarse entre nosotros. Sigue aquí.

Un año dejé fuera sin querer una estrellita de plástico fluorescente que había colgado en la ventana arriba del Nacimiento. No la había notado hasta que, cuando creí que ya había yo terminado de quitar todo y ya me iba a ir a dormir, apagué la luz, y entonces su tenue brillo me hizo advertirla y detenerme un momento a agradecer su mudo pero luminoso testimonio.

¡Ah!, ¡cómo nos hacen falta los testigos!, ¡cómo necesitamos que haya quien nos ponga delante de los ojos lo que a veces se nos escapa, lo que fácilmente pasamos por alto! Quizá por eso en el Evangelio que se proclama en Misa este Segundo Domingo del Tiempo Ordinario (ver Jn 1,29-34) la Iglesia nos vuelve a presentar a Juan el Bautista para que nos dé un testimonio vital y ¡vaya que lo hace!

En primer lugar llama a Jesús el “Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”, es decir, lo señala como el Salvador que viene a rescatar del pecado a la humanidad entera. Que no quepa duda de que Aquel que fue bautizado entre pecadores no es uno de éstos, que Él vino a este mundo a quitar el pecado.

Luego dice que Jesús ya existía antes que él (ver Jn 1, 30). Quienes saben que Isabel su madre tenía seis meses de embarazo cuando María concibió a Jesús (ver Lc 1, 36), comprenden que no se está refiriendo Juan a quién nació primero, sino a una existencia más allá de la de este mundo, se está refiriendo a la existencia eterna de Jesús, de Aquel que vive desde siempre y para siempre.

Es algo muy fuerte lo que afirma Juan, nada menos que ¡la divinidad de Jesús! Y todavía lo reafirma diciendo que quien lo envió a bautizar con agua (no aclara quién lo envió, quizá Juan, al igual que su padre Zacarías, y que José y María, recibió de un Ángel del Señor el anuncio de su vocación) le dio una señal para saber reconocer al que vendría a bautizar con Espíritu Santo, señal que se cumple en Jesús y razón por la cual Juan da testimonio de Él.

Llama la atención que dos veces dice Juan, refiriéndose a Jesús: “yo no lo conocía”. ¿Por qué dice eso si es muy probable que ambos se hubieran visto cuando niños pues sus respectivas madres además de parientas seguramente eran amigas? Porque no se refiere a conocer como se entiende en este mundo, sino como lo entiende la Biblia, como una relación íntima, y ésta desde luego, fruto de un conocimiento íntimo, profundo, espiritual, inspirado por Dios. Dice Juan que no lo conocía, sino hasta que lo vio, cabría añadir, con su mirada de fe.

A estas alturas del año, cuando hace semanas que han pasado las fiestas navideñas, se reanuda la vida cotidiana y se puede caer en el desánimo de tener que emprender la llamada 'cuesta de enero', con todo lo que ello implica (¡ay los gastos!, ¡ay la dieta!, ¡ay el fin de las vacaciones!), la Iglesia te invita a no permitir que la luz de la Navidad se apague en tu corazón, a darte cuenta de que Jesús sigue aquí, cerca de ti, y a buscar de veras conocerlo para poder proclamar gozosamente, como Juan: “yo lo vi y por eso doy testimonio” ante un mundo que lo necesita mucho, pues corre siempre el riesgo de permitir que lo ordinario lo haga olvidar lo extraordinario.

Publicado el domingo 15 de enero de 2023 en la pag web y de facebook de Ediciones72