¿Sabios o sabiondos?
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Que quiere decir 'sabiduría'? -le preguntó un chavito a su mamá que estaba sentada cerca de mí en la banca de la iglesia. Ambos habían estado viendo la hojita de las Lecturas de la Misa, una de las cuales era del Libro de la Sabiduría. La señora le contestó: 'saber mucho, m'ijito, y como aquí dice que es muy bueno tenerla tienes que apurarte mucho en la escuela, ¿eh?'. El niño puso cara de que volverse 'matadito' no era para él, dejó a un lado la hojita y se dedicó a columpiar las piernas.
Mucha gente piensa que tener sabiduría consiste en 'saber mucho', y cuando lee en la Biblia que debe desear sabiduría, cree que se le está invitando a acumular conocimientos, pero no es así, pues ¿qué provecho saca un creyente por el solo hecho de llenarse de información? Ésta no necesariamente lo acerca más a Dios. Recordemos a los 'sabios' de Jerusalén que cuando nació Jesús supieron citar con precisión los textos proféticos donde se anunciaba Su nacimiento y el lugar exacto donde nacería, pero ¡no fueron a verlo! Su mucha 'ciencia' no les sirvió ¡de nada!
Conocí una catequista que se sentía 'realizada' si sus alumnos podían recitar -de memoria y casi casi sin respirar- todo el catecismo. Lo malo es que cuando el sacerdote les preguntaba quién era Jesús, daban una respuesta salida de un libro, no salida de su propia experiencia. Jesús era para ellos una definición que se aprendieron, no un Amigo. Su maestra aseguraba orgullosa que estos niños 'ya sabían todo lo que tenían que saber', pero seguramente el autor del Libro de la Sabiduría no los hubiera considerado sabios, sino sabiondos.
¿Qué es entonces lo que según la Sagrada Escritura hace a una persona verdaderamente sabia?
La Lectura que se proclama este domingo en Misa (Sab 9, 13-19), nos da una idea bastante clara al respecto: nos hace ver que la sabiduría es un don del Espíritu Santo que nos ayuda a conocer lo que le agrada a Dios y a enderezar nuestros caminos.
No se trata aquí de atiborrar de datos la mente, sino de mantenerla abierta, atenta para descubrir y ser dóciles a lo que nos pide Dios. ¿Qué sentido tiene pedir y cultivar esta virtud? ¡Mucho! Dice la Lectura dominical que "los pensamientos de los mortales son inseguros y sus razonamientos pueden equivocarse" (Sab 9,14) pues "el barro de que estamos hechos entorpece el entendimiento" (Sab 9,15), es decir que nuestra condición humana nos hace susceptibles de fallar, errar la senda, perdernos. La sabiduría que procede de Dios entra al 'quite', nos rescata, nos ilumina para que no nos vayamos chueco, sino sepamos preferir los caminos de Aquél que nos creó, pues son los únicos que pueden conducirnos a la Vida.
En este sentido, el Evangelio de este domingo (Lc 14, 25-33), es una clara invitación a proceder con sabiduría: Jesús nos invita a preferirlo a Él por encima de nuestros seres más queridos, e incluso por encima de nosotros mismos.
Muchos creyentes malinterpretan estas palabras, las consideran demasiado exigentes porque se les figura que Jesús les está pidiendo que abandonen a su familia y se dediquen sólo a Él (aunque pensándolo bien, a algunos no les disgustaría nada la idea de deshacerse de algún parientito incómodo...). Creen que les está solicitando que dejen todo y se pasen el día rezando, sin atender las necesidades de los demás ni de sí mismos, pero eso no es lo que Jesús está pidiendo.
El Señor sabe que tenemos una vida en el mundo, ¡Él nos la dio!, y no es Su voluntad que nos convirtamos en algo para lo que no tengamos vocación. Cuando Él plantea que hay que preferirlo a Él nos está invitando a vivir nuestra vida sabiamente, nos está proponiendo algo que nos ayudará a elegir el camino mejor, que es el Suyo, más aún, nos está llamando a recorrerlo junto a Él.
¿Te has fijado cómo los amigos que pasan mucho tiempo juntos terminan por tener gustos parecidos?, ¿o cómo hay personas que cuando admiran a otra quieren parecérsele y hablan igual, imitan sus gestos y en todo procuran hacer lo que la otra hace? Pues bien, podría decirse que lo que Jesús está planteando aquí es algo semejante: que quien quiera ser Su discípulo debe preferir lo que Él prefiere, no lo que el mundo prefiere; ello implica ir tras Él y escucharlo, no como 'fan' que lo mira con admiración pero desde lejos, sino como Su más cercano seguidor, alguien que se atreve a hacer lo mismo que Él hace (amar, comprender, perdonar, tender la mano...) aunque le cueste...
Como el que antes de construir una torre debe calcular si podrá terminarla; como el que antes de salir a la batalla tiene que considerar si saldrá victorioso, antes de admitirnos como discípulos Jesús quiere saber si de veras podrá contar con nosotros, contigo, conmigo. Y no se anda por las ramas. Nos dice claramente lo que nos espera. Ser discípulo de Jesús no es para 'burros' espirituales; exige el valor de querer vivir cada minuto sabiamente, pero no con una 'erudición de enciclopedia', sino con la sabiduría que Él mismo nos ofrece para que sepamos ser verdaderos discípulos: preferirlo y seguirlo a donde sea...
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Vida desde la Fe”, Col. ‘Fe y vida’, vol, 1, Ediciones72, México, p. 190)