y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

La corrección de Dios

Alejandra María Sosa Elízaga*

La corrección de Dios

¡Te va a castigar Dios!

Esta es una frase que seguramente hemos escuchado y quizá dicho muchas veces. Se emplea para advertirle a alguien lo que le espera por algo que hizo o que planea hacer.

Lo malo de esta frase es que no solamente resulta bastante ineficaz para lograr que quien la escucha se enmiende (los castigos endurecen más el corazón; sólo el amor puede ablandarlo y transformarlo), sino que va grabando en su mente la imagen distorsionada de un Dios castigador, que tiene el cinturón o la vara siempre a mano, siempre dispuesto a descargar toda la fuerza de su ira sobre alguien.

Pero creer que Dios es así no sólo es erróneo sino injusto. Él es todo amor y nunca actúa movido por algo que no sea el amor. Ahora bien, antes de que alguien piense que puede hacer lo que le venga en gana al fin que Dios no lo castigará, cabe aclarar que Dios sí castiga, pero no como a veces los papás castigan a sus niños, para desahogar su enojo, para asustarlos, lastimarlos o humillarlos. No. El castigo de Dios es siempre producto de su amor y buscando nuestro verdadero bien.

Pensemos en esto: si un papá permite que sus niños se comporten como se les antoje, no sólo los lastima con su desinterés sino que los perjudica dejándolos sumirse en el caos, pues los niños necesitan saber que sus acciones tienen consecuencias y deben asumirlas;  necesitan límites y disciplina para desarrollar adecuadamente todo su potencial.

Así pues Dios, Padre sabio y amoroso, no se desentiende de nosotros ni se cruza de brazos: nos pone límites, nos disciplina. Dice la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Heb 12, 5-7.11-13) que "el Señor corrige a los que ama" (Heb 12, 6). Y ¿cómo es la corrección de Dios? Puede decirse que varía según el caso:

Puede ser dulce y discreta como la que le da Jesús a Martha cuando ésta acusa a su hermana de no ayudarla con el quehacer: ('Martha, Martha, muchas cosas te preocupan y una sola es necesaria..."(Lc 10, 41-42).

Puede ser tan radical y rotunda como la que le aplica a Saulo cuando lo derriba por tierra y lo deja ciego tres días para detenerlo cuando éste sintiéndose superhéroe se dispone a ir a Damasco a seguir su desaforada persecución de cristianos (ver Hch 9,1-19).

Puede ser muy incómoda, cuando nos fuerza a pasar por lo que menos querríamos (¿no has oído eso de 'al que no quiere caldo, la taza llena'?): convivir con esa persona que nos choca; aceptar esa ayuda; soportar esa situación; admitir ese error; ofrecer esa disculpa, es decir, vivir algo que nos obliga a derribar resistencias, superar nuestros miedos, romper algún apego exagerado y crecer en tolerancia, humildad, fortaleza...

Puede ser dolorosa, cuando nos deja padecer las consecuencias de nuestras malas decisiones, como nos sucede hoy que vivimos en un mundo que ha querido sacar a Dios de la política, de la escuela, del hogar, y se ha llenado de corrupción, violencia, injusticia, libertinaje sexual, consumismo, adicciones...

En fin, la corrección de Dios adopta muchas formas pero tiene siempre una misma razón de ser: que nos ama y se interesa por nosotros, y un mismo objetivo: animarnos a reaccionar cuando todavía es tiempo.

La pregunta es: ¿permitimos que se cumpla ese objetivo? Dice la Segunda Lectura dominical que: "de momento ninguna corrección nos causa alegría, sino más bien tristeza" (Heb 12, 11), y es verdad: nos choca que nos corrijan, nos cuesta admitir que nos equivocamos, que procedimos mal. Por ello nos conviene considerar lo siguiente: si un niño cuyos papás lo aman y buscan su bien, es corregido por éstos, puede reaccionar de dos maneras: encerrarse en el resentimiento y sentirse víctima de la injusticia (‘¡mis papás no me entienden!’, ‘¡no me quieren!’'), o reflexionar que efectivamente hizo algo que no debía, pero ahora le están dando la posibilidad de corregirse y lo mejor que puede hacer es aprovecharla. La primera reacción no conduce a nada bueno, la segunda en cambio sí.

Dice la Carta a los Hebreos que la corrección produce "frutos de paz y santidad" (Heb 12, 11). ¿Cómo puede darse esto? Cuando aceptamos la corrección con humildad y no la echamos en saco roto.

Revisemos los casos de Martha y de Saulo. Si luego de lo que le dijo Jesús, Martha hubiera mirado enojada a su hermana con ojos de ‘en cuanto el Maestro se vaya me las pagas’, o si cuando Saulo se levantó del suelo hubiera dicho: ‘pues aunque ciego yo le sigo’, y hubiera continuado persiguiendo cristianos, ambos hubieran desperdiciado miserablemente un gran regalo, una oportunidad que Dios les había puesto en bandeja de plata: la de ajustar sus prioridades, reorientar su vida y encaminarla de veras hacia Aquel que es la Luz, el Camino, la Verdad, la Vida...

Afortunadamente ambos respondieron positivamente. Y ¿nosotros? También a nosotros nos corrige Dios, y ¡vaya que tiene recursos para llamarnos la atención! La cuestión es: ¿como reaccionamos? ¿Nos deprimimos?, ¿nos enfurecemos y rebelamos?, ¿decidimos ignorarlo? ¡Cuidado! Dios no se resigna a nuestros malos caminos ni suele quitar el dedo del renglón cuando se trata de rescatar a un hijo suyo. Si no haces caso a la primera, insistirá. Si crees que puedes 'salirte con la tuya' quizá en apariencia así suceda, pero puedes tener esta certeza: no será siempre así, y más temprano o más tarde lo tendrás que enfrentar: ¡te va a corregir Dios!, y muy probablemente lo hará cuando menos lo vas a esperar...

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Vida desde la Fe”, Col. ‘Fe y vida’, vol. 1, Ediciones 72, México, p. 183)

Publicado el domingo 21 de agosto de 2022 en la pag web y de facebook de Ediciones 72