y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Enséñanos a orar

Alejandra María Sosa Elízaga*

Enséñanos a orar

¿Te ha sucedido que necesitas pedirle algo a una persona pero sin que ella o nadie te lo diga, sientes que no es oportuno interrumpirla y decides mejor esperar a un momento más oportuno?

Eso les sucedió a los Apóstoles, como lo muestra el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 11, 1-13). Dice San Lucas que en una ocasión (de las muchas) en la que Jesús está orando, los Apóstoles esperan a que termine y sólo entonces se acercan a hacerle una petición. ¿Por qué no se atreven los apóstoles a interrumpirlo?

“Seguramente porque han comprendido, a fuerza de ser testigos de ello, que hay algo extraordinario en la manera como Jesús se relaciona con Su Padre, que hay algo allí que los supera, que los hace darse cuenta de que existe otra manera de orar que no es la que habitualmente practican.

Pero además hay otra poderosa razón. Y no es, como algunos cuadros lo pintan, que se quedaran pasmados contemplando a Jesús con aureola y rayos brotándole de la cabeza. No. Si ellos no se atreven a interrumpirlo es porque han visto, han comprobado los resultados de la oración de Jesús. Saben que cuando su Maestro ora, sucede algo que los supera, pero cuyos resultados están a la vista. Algo que ellos sólo han podido contemplar desde afuera, pero sobre todo, después. Y es precisamente lo que han visto después lo que despierta en ellos una inquietud, un fuerte anhelo de tener lo mismo. Se dan cuenta de que a Jesús la oración lo llena de serenidad, de alegría, de amor, de fuerza interior. Que es en la oración donde Jesús encuentra el sustento para enfrentar las agotadoras jornadas entre multitudes ávidas de oírle, escribas y fariseos que no pierden ocasión de tenderle alguna trampa, y ciegos, leprosos y demás enfermos que le salen al encuentro para pedirle su curación.

Si los discípulos quieren aprender a orar como Jesús, es, sobre todo, porque quieren aprender a vivir como Él. Por eso le piden: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11, 1b). Y nosotros deberíamos imitarlos.

El problema es que pedirle a Jesús que nos enseñe a orar es lo mejor que podemos hacer, pero también lo más comprometedor. Porque la oración de Jesús está en perfecta coherencia con Su vida y viceversa. Nosotros en cambio descubrimos un tremendo abismo entre lo que somos y lo que oramos. Al pedirle a Jesús que nos enseñe a orar, tendríamos que pedirle también que nos enseñe a vivir la oración como Él, no sólo a repetirla. Que nos dejemos guiar, sacudir, cuestionar, iluminar, lanzar a la vida por la oración. Que ésta no se nos quede en desahogo verbal. Que se convierta en hechos, en testimonio, en punto de partida para nosotros y para los demás.

Jesús les dijo: “Cuando oréis, decid” (Lc 11,2). Pero cuando dijo esta frase jamás imaginó que algunos la tomarían tan al pie de la letra que convertirían Su oración en una manera de ‘decir’, algo que se repite sólo de labios para afuera sin dejar que penetre el corazón.

Hay que insistir en que en Jesús se da una perfecta coherencia entre el decir y el hacer. Por eso advierten asombrados Sus contemporáneos que Él “habla con autoridad, no como los escribas” (Mc 1,22), porque no hay ni la más pequeña contradicción entre lo que predica y lo que vive. Su Palabra no es, como la nuestra, palabrería vana que hoy afirma y mañana se retracta, sino Palabra creadora, generadora, verídica, que realiza de inmediato lo que pronuncia, que es actuante...

Por eso cuando Jesús invita a decir el Padrenuestro, en realidad invita a vivirlo. No a convertirlo en fórmula mágica (que se dice apresuradamente en casos de apuración). No a usarlo como la única manera de dirigirse a Dios para tenerlo contento, al fin que Él nos la enseñó. No a convertirlo en rezo de estampita, mecánico o, repetitivo. No a tenerlo a la mano junto con el número de los bomberos y la cruz roja, sólo para casos de emergencia. No a usarlo sólo para cumplir mandas o penitencias. No para considerarlo sólo una cuenta de Rosario que se reza distraída o atropelladamente. No para rezárselo a algún santo para que haga un favor. No para memorizarlo con la mente pero no dejar que penetre el corazón. No, no y no. Nada de eso tenía en mente Jesús cuando nos invitó a decir (Él pensaba que con toda el alma, no sólo con los labios) el Padrenuestro.

Con el Padrenuestro Jesús responde perfectamente a la solicitud de Sus discípulos: “enséñanos a orar”, es decir, enséñanos a relacionarnos con Dios. Y hace eso exactamente:...Nos revela que Dios es nuestro Padre y quiere que lo experimentemos como tal todos los días de nuestra vida. Y que a partir del gozo y la confianza en la paternidad de Dios construyamos nuestra existencia...

Es una guía para la vida. Una provocación a vivir, no a repetir. Una propuesta para ser y hacer, no sólo para decir...”

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga. “Para orar el Padrenuestro”, Ediciones 72, México, 6ta Edición, pp. 13-17. Disponible en Amazon).

Publicado el domingo 24 de julio de 2022 en la pag web y de facebook de Ediciones 72