Y la vida del mundo futuro
Alejandra María Sosa Elízaga
Año de la fe
Conoce, celebra, fortalece, comunica tu fe
Serie sobre el Credo:
Ficha 56
En este mundo todo pasa, todo se acaba.
Nos alegra que así sea cuando nos toca sufrir.
Dice el dicho: ‘no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista’.
Pero cuando se trata de aquello que nos hace felices, ¡no quisiéramos que terminara nunca!
Ya lo decía aquella canción: ‘¡reloj, no marques las horas!’.
Pero el tiempo no se detiene, y nos parece que la vida pasa demasiado aprisa, querríamos que durara más, o mejor aún, que no finalizara nunca.
Los seres humanos tenemos ganas de vivir para siempre.
En todas las culturas de todas las épocas se ha hablado de una vida después de ésta.
Atenidos a su imaginación, muchos pueblos inventaron cómo podría ser esa vida.
Pero en nuestro caso no tuvimos que inventar nada, fue Dios mismo quien nos reveló que hay vida después de este mundo.
Se comprende que tengamos ansia de infinito, ¡claro!, si Dios nos ha dado esa sed es porque nos dará también el manantial para saciarla; anhelamos vivir para siempre porque ¡vamos a vivir para siempre!
Estamos destinados a la eternidad; nuestra vida no acaba; la muerte no es final, es puerta que da paso a una existencia interminable.
Con base en la Sagrada Escritura revelada por Dios, la Iglesia enseña que después de morir, el cuerpo se corromperá y el alma enfrentará un juicio personal que determinará a dónde pasará la eternidad.
El alma de quien muera en estado de gracia, sin tener pendiente expiar pecados o culpas, entrará en el cielo, a disfrutar la presencia de Dios, la plenitud de todo lo bello y lo bueno, donde ya no habrá llanto, ni dolor (ver Ap 21, 4), gozará de dicha eterna.
El alma de quien muera en amistad con Dios pero tenga todavía apegos, ataduras, pecados veniales que deba purificar para poder entrar al cielo con ese ‘traje de fiesta’ del que habla el Evangelio (ver Mt 22, 11-14), debe pasar por un estado de purificación llamado Purgatorio (y podemos ayudarle a salir más pronto de ahí con nuestras oraciones y ofreciendo Misas, sacrificios -ver CEC 1032).
El alma de quien muera en pecado mortal, sin arrepentimiento, es decir, que con pleno conocimiento y pleno consentimiento haya cometido falta grave y no se haya arrepentido, rechaza a Dios, y Él respetará su decisión. Dice san Agustín: ‘Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti’.
Quien rechace a Dios irá al infierno, al horror inimaginable de la ausencia de Dios, y por lo tanto sin amor, sin paz, sin luz, condenado a la desesperanza total y eterna, a la tiniebla interminable en la torturante compañía de Satanás. Los santos que en visiones visitaron el infierno han dicho que es aterrador.
Así serán las cosas hasta la Segunda Venida de Cristo, cuando Él regrese en el fin del mundo, al final de los tiempos.
Entonces los muertos resucitarán, y sus almas y sus cuerpos volverán a unirse, pero no ya como en este mundo, sino que serán cuerpos gloriosos, como el de Cristo Resucitado que no estaba sujeto a las leyes de la gravedad o al espacio o tiempo.
Y habrá un Juicio Universal para vivos y muertos, en el cual se dará a conocer todo de todos.
Allí quedará decidido o ratificado el destino eterno de cada persona.
Y ya sólo habrá dos opciones: pasar la eternidad en el cielo o en el infierno: “los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación” (Jn 5, 29).
Así pues, cuando en el Credo decimos que esperamos ‘la vida del mundo futuro’, estamos expresando nuestra esperanza de que cuando llegue el momento de la resurrección final, podamos vivir la eternidad en la presencia de Dios, en compañía de María y de todos los santos y santas; expresamos nuestra esperanza de volver a ver a nuestros seres queridos que ya fallecieron, expresamos que nuestra fe no consiste en recordar al Señor que vino hace dos mil años, sino también en esperar anhelantes Su venida, cuando este mundo pasajero deje de existir y podamos gozar plenamente de aquello a lo que fuimos llamados desde un principio, la bienaventuranza interminable de pasar la eternidad con Dios.
Y por eso esperamos impacientes y hacemos nuestras las últimas palabras de la Biblia: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20).
Para profundizar en este tema, lee el Catecismo de la Iglesia Católica, #1020-1060
(Continuará... ‘El Credo desglosado en el Año de la fe’)
La próxima semana: 'Amén'
¡No te lo pierdas!
Reflexiona y comparte:
¿Qué implica para ti esperar la vida del mundo futuro?
Pregunta del Catecismo:
¿Qué sucederá al final de los tiempos?
Respuesta del Catecismo:
“Al final de los tiempos, el Reino de Dios llegará a su plenitud.
Entonces, los justos reinarán con Cristo para siempre, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo material será transformado.
Dios será entonces ‘todo en todos’ (1Cor 15, 28), en la vida eterna.”
(Catecismo de la Iglesia Católica #1060).
Lo dijo el Papa:
“Si se la entiende como el final de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza...
Pero a esta falsa solución se rebela el «corazón» del hombre, el deseo que todos nosotros tenemos de infinito, la nostalgia que todos nosotros tenemos de lo eterno.
Entonces, ¿cuál es el sentido cristiano de la muerte?
Si miramos los momentos más dolorosos de nuestra vida, cuando hemos perdido una persona querida... nos damos cuenta que, incluso en el drama de la pérdida, incluso desgarrados por la separación, sube desde el corazón la convicción de que no puede acabarse todo, que el bien dado y recibido no fue inútil.
Hay un instinto poderoso dentro de nosotros, que nos dice que nuestra vida no termina con la muerte.
Esta sed de vida encontró su respuesta real y confiable en la resurrección de Jesucristo....
Nos da no sólo la certeza de la vida más allá de la muerte, sino que ilumina también el misterio mismo de la muerte de cada uno de nosotros.
Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, seremos capaces de afrontar con esperanza y serenidad incluso el paso de la muerte.
La Iglesia, en efecto, reza: «Si nos entristece la certeza de tener que morir, nos consuela la promesa de la inmortalidad futura». Es ésta una hermosa oración de la Iglesia.
Una persona tiende a morir como ha vivido.
Si mi vida fue un camino con el Señor, un camino de confianza en su inmensa misericordia, estaré preparado para aceptar el momento último de mi vida terrena como el definitivo abandono confiado en sus manos acogedoras, a la espera de contemplar cara a cara su rostro.
Esto es lo más hermoso que nos puede suceder: contemplar cara a cara el rostro maravilloso del Señor, verlo como Él es, lleno de luz, lleno de amor, lleno de ternura.”
(Papa Francisco, Audiencia General, 27 nov 2013).
*Publicado el domingo 22 de diciembre de 2013 en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México. También en la pag web de ‘Desde la Fe’ (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx). Esta Navidad regala o regálate el nuevo libro de Alejandra María Sosa E: '¿Qué hacen los que hacen oración? Guía práctica para empezar a orar y disfrutar la oración.' Pídelo a tu repartidor de ‘Desde la Fe’ (55) 18 40 99 o adquiérelo en la Librería de la Esperanza tel (55) 51 71 69 08 .