Bajó del cielo
Alejandra María Sosa Elízaga*
Año de la fe
Conoce, celebra, fortalece, comunica tu fe
Serie sobre el Credo:
Ficha 25
Se dice fácil.
Cuando en el Credo afirmamos que Jesucristo ‘bajó del cielo’, pensamos: ‘claro, si estaba con Dios en el cielo, era lógico que bajara’; nos suena tan natural como enterarnos de que alguien que vive en una zona montañosa desciende al valle a hacer una visita.
Pero el asunto no es tan simple.
Que Jesús bajara del cielo implica una renuncia extraordinaria, algo que sobrepasa toda comprensión.
Para intentar captar al menos un poquito de lo que significa, quizá nos ayude considerar cuánto nos cuesta a nosotros renunciar a ciertos derechos y privilegios.
Por ejemplo, si convivimos con personas que amamos, si disponemos de cierta cantidad de dinero al mes, si nos gusta el lugar donde vivimos, si gozamos de cierto bienestar, incluso si nos hemos acostumbrado a usar ciertos electrodomésticos y aparatos electrónicos, no querríamos prescindir de nada de eso.
Sólo una razón muy poderosa puede motivarnos a renunciar a aquello a lo que nos hemos acostumbrado y apegado.
Viene a la mente el caso de los misioneros, que con tal de ir a anunciar la Buena Nueva de Cristo a quienes no la conocen, son capaces de abandonar su confortable estilo de vida e ir a pasar penurias entre los más pobres de los pobres.
Pero aún entonces no renuncian a todo lo que son o lo que tienen.
¡Nada se compara con la renuncia que asumió Cristo cuando “bajó del cielo”!
Él, que todo lo creó, se sometió a Su creación y a Sus creaturas.
Él, que estaba por encima del tiempo, se sometió al desesperantemente lento transcurrir de los segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años.
Él que estaba en todas partes, se encarnó, quedándose en el mismo lugar más de treinta años.
Él que estaba por encima del espacio, se sometió a las leyes de la física, de la gravedad.
Él, que es Todopoderoso, se hizo frágil, vulnerable, bebé.
Él, que todo lo domina, se sujetó a una autoridad humana.
Él que todo lo sabe, se dejó enseñar a hablar, a caminar, a rezar.
Él, la Palabra de Dios, se sometió a la sordera de los hombres, a su palabrería mezquina, a sus preguntas malintencionadas, a sus gritos y a sus silencios.
Él, todo amor, bondad, misericordia, se sometió a la incomprensión, a las injurias, al odio, a la condena humana.
Él, que es Salvador del mundo, no se salvó a Si mismo de los latigazos, los escupitajos, la corona de espinas, la cruz.
Él, que es Eterno, vive desde siempre y para siempre, se sometió a la muerte para rescatarnos de ella.
No podemos ni siquiera imaginar lo que todo ello significó para Él.
Dice san Pablo: “Conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con Su pobreza” (2Cor 8, 9).
“Siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de Sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres...se humilló a Sí mismo” (Flp 2, 6-8a).
¿Qué pudo motivar a Cristo a bajar del cielo?, ¿qué lo hizo aceptar voluntariamente renunciar a tanto?
Sólo hay una explicación, la misma que se da siempre, la única que hay:
Su amor nosotros, por ti.
Venir a salvarnos a nosotros. Salvarte a ti.
(Continuará...’El Credo desglosado en el Año de la fe’)
La próxima semana: ‘y por obra del Espíritu Santo’
¡No te lo pierdas!
Reflexiona y comparte:
Considera a cuánto renunció Cristo, al bajar del cielo para tu salvación y exprésale tu gratitud.
Pregunta del Catecismo:
¿Para qué bajó Jesucristo del cielo?
Respuesta del Catecismo:
Para nuestra salvación (ver 1Tim 1,15; Flp 3,20).
Cristo bajó del cielo para llevarnos al cielo.
Recordemos que todo ser humano fue creado “para conocer, servir y amar a Dios, para ofrecer en este mundo toda la Creación a Dios en acción de gracias, y para ser elevado a la vida con Dios en el cielo.” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica #67)
Lo dijo el Papa:
“...el hombre llega a percibir muy dolorosamente que, sin la presencia de Dios en su vida, se convierte en presa de la propia culpa, y madura en él la convicción de que sólo Dios es quien lo arranca de la esclavitud, sólo Dios salva, y de este modo siente en sí mismo, más ardiente aún, el deseo de su venida: "¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!" (Is 63, 19)...
...¿Acaso no es un drama de nuestro mundo de hoy, de la humanidad actual y del hombre, el hecho de que veinte siglos después del cumplimiento del ardiente grito del Profeta —cuando los cielos se han rasgado y Dios, revistiéndose de un cuerpo humano, bajó y habitó entre su pueblo para renovar en cada uno de los hombres su imagen, grabada en el acto de la creación, y para darle la dignidad de hijo suyo—, que todavía hoy, y quizá más aún que antes, el hombre se encuentre en poder del pecado, y sufra dolorosamente las consecuencias de esta esclavitud?”
(Juan Pablo II, homilía pronunciada el 29 de noviembre de 1981).
*Publicado el domingo 5 de mayo de 2013 en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México, año XVII, n.844, p.4.
También en la pag web de 'Desde la Fe' (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx)
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