Cinco razones para creer que Jesús resucitó
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘¡Resucitó!, ¡en verdad resucitó!’, es el saludo gozoso que intercambian los cristianos de Oriente en Pascua. Y si acaso alguien se pregunta, por qué creemos que Jesús resucitó, cabe responderle que tenemos, al menos cinco poderosas razones para creer en la Resurrección:
1. Él lo anunció y lo cumplió
Jesús, que nunca mintió, les anunció a Sus discípulos que resucitaría (ver Mc 8, 31; 9, 30-31; 10, 32-33). Y en el Evangelio según san Juan prometió no sólo que Él resucitaría, sino también quienes creamos en Él (ver Jn ´6, 40. 54; 11, 25; 14, 1-6).
2. Los testimonios de los contemporáneos de Jesús
Entre los historiadores, se considera muy valioso, y válido, un documento que narra algún hecho cien o doscientos años después de ocurrido. ¡Cuánto más son valiosos y válidos los testimonios de quienes vivieron en tiempos de Jesús y escribieron cuando apenas habían transcurrido unos cuantos años!
En los cuatro Evangelios y en Cartas de san Pedro, san Pablo, se afirma claramente que Jesús resucitó, y se menciona incluso cómo y a quién se apareció después de resucitado, gente que todavía vivía cuando fueron escritos estos textos, y que hubiera podido desmentirlos (ver Mt 28,9-10.16-19; Mc 16, 9-14; Lc 24, 13-48; Jn 20, 11-21, 24,30; Hch 2, 22-24; 1Cor 15, 3-8; 1Pe 3, 18-22).
Y quienes describen las apariciones de Jesús Resucitado mencionan que lo tocan, que come con ellos; usan un lenguaje claro, no simbólico. Además, cabe hacer notar que cuando las mujeres dijeron a los apóstoles que Jesús resucitó, no les creyeron, pero cuando lo vieron resucitado, tuvieron un cambio radical de actitud, pasaron de la incredulidad y del terror que los había hecho esconderse, a la certeza y la valentía de salir a ser Sus testigos, y estar dispuestos a dar su vida por Él.
3. La enseñanza de la Iglesia Católica
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma claramente, como dogma de fe, que la Resurrección de Cristo fue un hecho histórico, es decir, que sucedió realmente tal como lo narran los Evangelios, y no se le puede interpretar de otra forma. (ver CEC #639; 643-646).
4. El testimonio de la Sábana Santa
En Turín se conserva la sábana que envolvió el cadáver de Cristo en el sepulcro.
Tiene marcas que produjo una radiación intensísima que emanó del propio cuerpo, marcas que revelan que en ese instante el cuerpo estaba ingrávido, es decir, flotando en el aire (pues si hubiera seguido acostado se hubieran impreso con más intensidad en la parte inferior, por el peso, pero no es así).
También tiene marcas de sangre (por espinas clavadas en la cabeza; ciento veinte marcas de cuarenta azotes dados con un flagelo triple; golpes varios; caídas que lastimaron las rodillas; llagas en las muñecas y los tobillos que fueron traspasados por clavos, y una herida en el costado), que nos hablan de Su sufrimiento atroz y Su muerte, en notable contraste con la serenidad y paz de Su rostro.
Es sin duda una ‘instantánea’ del momento de la Resurrección y un poderoso testigo. Dice el Evangelio que cuando Juan entró al sepulcro, “vio y creyó”, claro, él había ayudado a envolver a Jesús en la sábana y fue un impacto verla tal como la habían dejado cuando cubría el cuerpo de Jesús, pero ¡vacía!
5. Nuestra propia experiencia
Dice el salmista: “haz la prueba y verás qué bueno es el Señor” (Sal 34,9). Todo aquel que hace la prueba de establecer una relación personal con el Resucitado, leer Su Palabra, dialogar con Él en la oración, recibir Su perdón en la Confesión, y a Él mismo en la Eucaristía, no puede menos que recibir Su gracia y Su paz, y descubrirlo vivo y presente en Su vida. Entonces la Resurrección de Jesús, y la suya propia algún día, se vuelven una fuente cierta de consuelo, esperanza y alegría.