Año de misión
Alejandra María Sosa Elízaga**

Nunca supo lo que se siente dejar la patria para irse lejos a misionar.
No tuvo que despedirse de sus seres queridos para ir a un país de costumbres extrañas.
No aprendió otro idioma para poder comunicar la Buena Nueva a gentes que no le entendían ni jota.
Jamás sudó la gota gorda caminando a pleno sol, en un calor agobiante, ni tiritó con los pies en la nieve para llegar a un apartado rincón a evangelizar.
Y desde luego en su roperito nunca se halló el típico casco blanco, bermudas y botas color caqui que vestían unos misioneros de su tiempo, fotografiados enseñando el catecismo a un puñado de niños en una selva africana.
En suma, como diría hoy un ejecutivo: no tenía el requerido ‘perfil’, al parecer su ‘currículum’ no daba el ancho, y sin embargo, santa Teresita del Niño Jesús, religiosa carmelita que nunca salió de su convento, fue nombrada santa patrona de misiones y misioneros.
¿Por qué?, ¿acaso porque sus papás siempre dieron una generosa aportación a la Obra de la Propagación de la Fe?, ¿o porque de chiquita daba su ‘domingo’ para esa causa?, ¿o porque le encantaba leer vidas de misioneros?, ¿o porque escribió cartas a dos de ellos?, ¿o porque hubiera querido ser misionera?
No. La razón la da quien la nombró, el Papa Pío XI, en su encíclica Rerum Ecclesiae: “Aun viviendo en claustro, tomó tan de veras a su cargo el ser colaboradora de los misioneros que... ofreció por ellos a Jesús sus oraciones, penitencias voluntarias y de regla, y, sobre todo, los agudos dolores que le originaba su penosa enfermedad”.
En este domingo, en que la Iglesia celebra el DOMUND, Domingo Mundial de las Misiones, para invitarnos a orar por los misioneros y a dar donativos para apoyar sus labores, respondamos a su invitación, pero hagamos algo más: imitemos a la santa patrona de los misioneros, y esforcémonos en ayudar a que al menos una persona se abra a la fe, ¿cómo?, orando y ofreciendo al Señor por ella las contrariedades que enfrentemos diariamente.
Decía santa Teresita: ‘Cuántas veces he pensado que todas las gracias que he recibido se las debo a la oración de un alma que pudo pedir por mí a Dios.’
Qué maravilla si en este Año de la Fe puedes ser esa alma que, con sacrificio y oración, pida y obtenga de Dios para alguien el mayor beneficio: la gracia de su conversión.