Los límites de la libertad
Alejandra María Sosa Elízaga**
Si el ‘grandulón’ de la escuela pidiera permiso al director para burlarse de un niño que le cae mal y pegarle, si quien ocupa el piso superior pidiera permiso a los inquilinos del edificio, para escupirles desde arriba cuando salen a la calle, si alguien pidiera permiso a la policía para lanzarle dardos a la gente, seguramente no lo obtendrían, y nos parecería muy bien.
Aprobamos que se limite la libertad de hacer bullyng, agredir o matar, pero si alguien trata de limitar la libertad de expresión, es tachado de nazi, fascista y dictador.
¿Por qué se considera bueno limitar la libertad de quien quiere hacer daño con sus acciones y en cambio se considera malo limitar la libertad de quien quiere hacer daño con sus expresiones?
Por citar un ejemplo, quien publica una caricatura en un periódico, tiene un foro que no tiene la persona caricaturizada. Usar ese foro para burlarse de ella es como hacerle bullyng, como escupirle desde arriba, como lanzarle dardos.
Nos hemos acostumbrado a ver caricaturas que ridiculizan el aspecto de algún líder político, social, religioso. Ello hace gracia a sus enemigos, pero lastima a un ser humano que merece respeto. Si no se está de acuerdo con sus ideas o acciones, hay que criticarlas con argumentos, no con un dibujo que exagere rasgos físicos de los que no tiene la culpa.
La libertad parece ser el valor supremo, queremos ser libres sin que nada ni nadie nos restrinja, pero hay un valor superior al de la libertad, y es el bien de la sociedad, respetar a los demás, porque, como decía Benito Juárez, ‘el respeto al derecho ajeno es la paz’, y en este mundo tan lastimado por guerras y rencores, es imperativo hacer cuanto sea posible por restaurar y conservar la paz.
Cuando en una familia o en la escuela o en el trabajo está muy tenso el ambiente, y a alguien se le ocurre hacer o decir algo que puede empeorar las cosas, no falta quien le recomiende: ‘ahorita ni le muevas, el horno no está para bollos’.
También tendría que haber quien no sólo recomiende, sino legisle para limitar ciertas expresiones que pueden crispar los ánimos y generar agresividad.
Desde luego debe permitirse debatir ideas, discutir respetuosamente distintos puntos de vista, pero no burlarse.
Hoy en día en los medios de comunicación abundan quienes consideran que la religión es una estupidez de la cual pueden hacer mofa. Y abusan de su situación de privilegio, para ridiculizar a los creyentes.
Viene a la mente el caso de la revista parisina Charlie Hebdo.
Tras el lamentable atentado se difundieron en las redes mensajes de solidaridad: ‘#YoSoyCharlie’, pero hubo uno que decía: ‘#YoNoSoyCharlie’. Su autor explicaba que condenaba el ataque a la revista, pero no podía identificarse con lo que ésta hace: burlarse irreverentemente de todas las religiones, que con eso no puede estar de acuerdo. Tiene razón.
Dice el Papa Francisco: “La libertad de expresión no da derecho a insultar la religión del prójimo”
Cuando las caricaturas ridiculizan figuras religiosas, se comete un atropello inadmisible contra lo que las personas tienen por más querido y sagrado, su fe en Dios, sea del credo que sea, y puede suceder que respondan de modo iracundo y comience una espiral de ira y de venganza de imprevisibles consecuencias.
Si alguien da de palos a un avispero, que no se extrañe de que las avispas salgan furiosas a perseguirle y picarle.
En un mundo en el que cada vez hay más violencia e intolerancia, no es fácil ni popular, pero sí indispensable limitar las expresiones que no ayuden a edificar y a mantener la paz.