¿Pueden comulgar si casi no van a Misa?
Alejandra María Sosa Elízaga**
“Estoy preocupada porque mis hijos adultos casi nunca van a Misa, pero en estas fechas vienen a casa, nos acompañan a su papá y a mí a la Misa de Navidad y a la de Año Nuevo, y a la hora de la Comunión, como ven que nosotros comulgamos, ellos también se paran a comulgar. No me atrevo a pedirles que no lo hagan, porque no quiero que se sientan rechazados y se alejen para siempre de la Iglesia, pero a mí me enseñaron que no se puede comulgar estando en pecado mortal y que faltar a Misa es pecado mortal, así que me preocupa mucho que a su pecado de faltar a Misa añadan el de comulgar indignamente. No sé qué hacer. ¡Por favor oriéntenme! Gracias”.
Una madre de familia envió este mensaje hace unos días, y como probablemente haya otras personas en su mismo caso, resulta oportuno responderle ahora.
Lo primero es preguntar, ¿por qué ‘casi nunca van a Misa’?, ¿la consideran un ritual aburrido al que hay que asistir para pasar lista ante Dios?, ¿molesto pago en abonos para entrar al cielo? ¡La Misa no es eso!
Consideremos que Jesús dejó un solo mandamiento: amarnos unos a otros como Él nos ama (ver Jn 13, 34). Y como conocía nuestras malas inclinaciones, las tentaciones y malos ejemplos que nos rodearían, puso a nuestra disposición toda la ayuda necesaria para que logremos amar como nos pide, y nos la da, en especial, en cada Misa.
Allí nos regala Su perdón, Su Palabra y nos entrega Su Cuerpo y Su Sangre, Pan de vida eterna y Cáliz de eterna salvación.
Jesús personalmente instituyó la Eucaristía y nos pidió participar de ella. Y para asegurarse de que no nos perdamos este regalazo, la Iglesia pide, como mandamiento obligatorio, que asistamos a Misa completa todos los domingos y fiestas de precepto.
Quien no asiste por enfermedad, o porque en casa tiene un bebé, un enfermo o ancianito a quien no puede llevar ni dejar solo, desde luego que no le obliga ir a Misa.
Pero si falta por flojera o indiferencia, está optando por dejar vacío el huequito que Jesús le había apartado para sentarle junto a Él a la mesa, a recibir Su abrazo, Su Palabra y a Él mismo en Comunión. Voluntariamente lo ha dejado plantado.
La Iglesia lo considera pecado grave, expresión de soberbia por desobedecer lo que pidió Jesús, y considerar que no se necesita Su ayuda para poder amar.
Y quien está en pecado grave no puede comulgar. Debe confesarse. Pero confesarse bien, no sólo confesar el síntoma (no fui a Misa), sino qué lo provoca, la enfermedad del alma, el mal espiritual que hay detrás.
Así pues, aunque es muy bonito que al menos en Navidad y en Año Nuevo asistan a Misa los que sólo van cuando ‘les nace’, y hay que acogerlos con mucho amor, es conveniente que se den cuenta de que su lejanía tiene consecuencias. Que así como si apartan de un amigo, si le cuelgan el teléfono, si dejan de verlo, no se atreverían a llegar a una fiesta en su casa, sentarse a la mesa y ponerse a comer sin disculparse primero, igual aquí, si una y otra vez han dejado plantado al Amigo, han lastimado Su corazón, no pueden simplemente llegar a participar de Su banquete como si nada, deben primero pedirle perdón.
El Papa dice que la Eucaristía no es premio para los perfectos sino medicina para los enfermos, y es verdad, pero para enfermos que quieren curarse, no que quieren quedarse como están; eso sería como tratar de abusar de la misericordia divina.
Los dones del Señor no hay que arrebatarlos según la conveniencia del momento, sino pedirlos con humildad, recibirlos con agradecimiento y quererlos aprovechar.
Es muy bello acercarse a comulgar, pero no como ‘colados’, sino como invitados, acogidos y perdonados.