¿Te alegra la alegría ajena?
Alejandra María Sosa Elízaga*

Cuando a alguien le pasa algo muy bueno que esperabas te pasara a ti, ¿cómo reaccionas?
Es fácil solidarizarse con el dolor de los demás, compadecerlos cuando le va mal, ¡ah!, pero ¡qué difícil es alegrarse cuando esta alegría es porque obtuvieron algo que hubiéramos querido para nosotros!
Considera estos ejemplos: dos pacientes comparten habitación en el hospital, uno sana, otro no; dos colegas se enteran de que uno será ascendido, el otro despedido; dos estudiantes estudiaron juntas: una sacó 10, la otra reprobó.
Quienes no obtuvieron el bien que anhelaban, tienen dos opciones: sentirse víctimas de una gran injusticia, quejarse y tal vez incluso enojarse con Dios, o compartir la alegría de quienes sí recibieron aquel bien.
Lo primero es lo más fácil, pero deja el alma llena de amargura.
Lo segundo parece más trabajoso, pero en realidad se puede lograr cuando se tienen en cuenta dos factores muy importantes:
1. Que todos somos amados por Dios. El hecho de que una persona obtenga un bien y otra no, no significa que ésta sea menos amada por Dios. Si Él no permitió que ella obtuviera aquel bien fue porque desde Su infinita Sabiduría y amor sabía que por ahora no le convenía. No cabe enojarse con Él, sino agradecérselo.
2. Que Jesús nos pide amarnos unos a otros como Él nos ama. ¿En qué consiste amar? En desear el bien del otro. Ello implica alegrarse cuando le va bien, alabar a Dios por lo que le da, no compararse ni enojarse por no recibir lo mismo.
Pidamos a Dios nos dé la gracia de saber gozar y agradecer no sólo las bendiciones que nos concede, sino las que concede a los demás.