3 mitos que desmintió la JMJ
Alejandra María Sosa Elízaga*
El domingo pasado terminó la Jornada Mundial de la Juventud, y la entusiasta participación de más de un millón de jóvenes contribuyó a desmentir 3 mitos:
1. Que a los jóvenes no les interesa Dios
Los jóvenes se hallan en el umbral de su existencia adulta y se hacen muchas preguntas. Quieren saber cuál es el sentido de su vida, por qué están aquí, qué los puede hacer felices, cómo pueden hacer la diferencia, dejar un mundo mejor que el que encontraron, trascender. Desgraciadamente la sociedad les ofrece respuestas falsas, los invita a buscar la felicidad en el dinero, en la evasión del alcohol, en la efímera euforia de la droga, en la riesgosa banalidad de la promiscuidad. Decía san Agustín: ‘busca lo que buscas, pero no donde lo buscas’. Lo que los jóvenes necesitan es descubrir que no es verdad que Dios no existe (como les hacen creer muchos profesores en la universidad), que Jesús está Vivo, que Él es el Camino, la Verdad y la Vida, que los ama y pueden entablar con Él una relación personal y hallar en Él la verdadera felicidad. La JMJ les dio esa oportunidad, y fue hermoso contemplar a incontables jóvenes gozosos de saberse amados por Dios y decididos a poner su vida en Sus manos.
2. Que los jóvenes buscan todo breve y superficial
Mucha gente cree que como los jóvenes usan redes sociales donde los mensajes deben ser cortitos y llamativos o nadie los lee, así también la Iglesia debe ofrecerles capsulitas de doctrina diluida y Misas ‘entretenidas’ que duren máximo 15 minutos para no ‘aburrirlos’. Pero eso es falso. A los jóvenes les gusta ir a fondo en lo que les interesa, son capaces de digerir textos complicados en sus estudios, así que son capaces también de profundizar en temas de fe. Y no necesitan Misas que compitan con las asambleas protestantes en las que solo hay prédicas exaltadas y música movida; pueden apreciar y conmoverse ante una hermosa liturgia, bien celebrada, que eleve su alma a Dios. En la JMJ vimos a los jóvenes escuchar muy atentos prédicas como las del obispo Robert Barron (disponibles en internet), que los hacían reflexionar; los vimos participar, muy motivados y devotos, en las largas Misas, los vimos pasar mucho rato de rodillas, reconociendo y adorando a Jesús, Presente en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía. La JMJ demostró que los jóvenes saben valorar lo bello, lo bueno, lo verdadero.
3. Que a los jóvenes hay que darles por su lado
Hay quien piensa que para atraer a los jóvenes a la Iglesia hay que aceptarlos como sea para que se sientan ‘incluidos’, pues si se les pide conversión, huirán. Pero así como el mejor maestro no es el ‘maestro barco’ que aprueba a todos, sino el que los desafía a superarse, la Iglesia, como Maestra, no apapacha pecados, sino invita a renunciar a ellos. La JMJ mostró largas filas de jóvenes formados para confesarse, aceptando el reto de reconocerse pecadores y de aceptar la gracia de Dios para poder cambiar.
Antes de esta JMJ hubo cierta inquietud porque uno de los organizadores declaró que ésta no era para convertir a los jóvenes a Cristo ni para acercarlos a la Iglesia Católica ni nada de eso, sino para que jóvenes de cualquier religión y ateos pudieran tomarse de las manos y sentirse felices de ser diferentes. Eso suena muy ‘ecuménico’, pero no sólo niega el propósito que han tenido todas las JMJ, sino que entraña el grave riesgo de que con tal de no ‘ofender’ a los ‘diferentes’ no hubiera Misa, ni adoración al Santísimo, ni procesión mariana, ni promoción vocacional ni todos los otros eventos que suele haber para celebrar la fe. Sólo habría conciertos, y no de músicos católicos, y ¡paseos a museos! Pero gracias a Dios no fue así. La JMJ fue lo que su fundador san Juan Pablo Magno quiso que fuera: no una reunión juvenil cualquiera, sino para que jóvenes católicos puedan acercarse más a Cristo, conocer a otros jóvenes que comparten su misma fe, hacerse amigos. Y así fue. El principal organizador, el Espíritu Santo, y Nuestra Señora de Fátima lograron este objetivo.