La Preciosísima Sangre de Cristo
Alejandra María Sosa Elízaga*
Cuando en pantalla, sea de TV o de redes sociales, se publica una noticia en cuyas imágenes hay sangre, se acostumbra presentar antes un letrero: “Advertencia: Contiene imágenes que pueden herir la sensibilidad del espectador.”
Es que ver sangre es impactante. Procuramos evitarlo.
Entonces ¿por qué la Iglesia, que dedica cada mes del año a diversas devociones, propone como tema para julio “la Preciosísima Sangre de Cristo”, si tampoco nos gusta contemplar la sangre de Jesús? Recuerdo que Mel Gibson fue muy criticado en su película ‘La Pasión de Cristo’ porque lo presentó demasiado sangrante, siendo que la gente prefiere verlo como suele ser representado en los crucifijos: con una llaga en el pecho, de la que si acaso brota sangre es un discreto hilito, pequeñas costras en manos y tobillos, a veces las rodillas raspadas, y para de contar.
Gibson explicó que se basó en el testimonio de la Sábana Santa, lienzo que envolvió a Cristo en el sepulcro, y que muestra manchas de sangre de 120 azotes con flagelo, 50 heridas en la cabeza, una profunda llaga en el hombro, y otras lastimaduras en rostro, manos y rodillas, producto de trancazos y caídas. Es la representación fílmica de Cristo más realista que se ha presentado. Y aunque nos horrorice, hemos de reconocer que una de las principales causas de la muerte de Cristo fue que se desangró. Literalmente derramó hasta la última gota de Su Sangre por nosotros. Y no en una transfusión anestesiada, sino a base de brutales golpes, latigazos y agudas espinas enterradas con saña.
Siglos antes, el profeta Isaías había descrito a Jesús como Siervo Doliente del cual se aparta la mirada, y anunció que muchos se horrorizarían al verlo (ver Is 52, 14;53,3). Entonces, ¿por qué la Iglesia nos invita este mes a contemplar la Sangre de Cristo?
Para comprenderlo, cabe recordar 3 significados que se daba a la sangre en el Antiguo Testamento, porque son aplicables a la de Jesús.
1. La sangre era considerada sede de la vida. ¡Cuánto más lo es la Sangre de Cristo, el Viviente por excelencia, el Autor de la existencia, Aquel que derrotó la muerte con Su Resurrección! Por eso afirmó: “quien bebe Mi Sangre tiene vida eterna” (Jn 6, 54).
A Adán y Eva les advirtió Dios que si comían el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, morirían. Lo comieron, no murieron. ¿Era sólo una amenaza vacía? No. Sí murieron, pero no perdieron su vida física, sino espiritual, se vieron privados de la vida sobrenatural, la vida de la gracia. Es ésta la vida que Jesús nos restituye cuando bebemos Su Sangre.
2. En la noche en que el pueblo judío salió de Egipto, donde era esclavo, la sangre de un cordero, untada en el dintel de las puertas, salvó de morir a quienes vivían en las casas marcadas, y pudieron huir hacia la libertad (ver Ex 12,13).
La Sangre de Cristo, el Cordero inmolado, no sólo nos salva de la muerte, pues aunque muramos, resucitaremos, sino que ya en este mundo, nos libera de la esclavitud del pecado, para gozar de la libertad de ser hijos de Dios.
3. Desde el inicio de la historia de la salvación Dios estableció alianzas (con Adán y Eva, Noé y su familia, Abraham y su tribu, Moisés y Su pueblo), y para pactarlas se solía sacrificar un animal y rociar con la sangre el altar y a la gente.
Pero como una y otra vez, los hombres fueron infieles a la alianza con Dios, Él prometió enviar al que establecería una alianza que fuera para siempre, y envió a Jesús.
Cuando en la Última Cena Él tomó en Sus manos una copa de vino y lo transformó en Su Sangre, dijo que ésa era la Sangre de la alianza, nueva y eterna, que sería derramada por muchos, para el perdón de los pecados.
A lo largo de todos los siglos han corrido ríos de tinta acerca de la Sangre de Cristo. Los santos la han llamado Sangre vivificadora, salvadora, fuente de redención, torrente infinito de perdón, manantial de vida eterna, mar de inagotable misericordia, bebida de salvación.
No alcanza este espacio para describirla. No alcanza este mes para contemplarla. No alcanza esta vida para adorarla y agradecerla.