¿Ahorramos tiempo?
Alejandra María Sosa Elízaga*
¡Apúrate, para pasar pronto a lo que sigue!, ¡córrele, que te rinda el tiempo!
Frases que decimos y nos decimos con demasiada frecuencia. Hay que acabar rápido el desayuno, lavarse rápido los dientes, revisar rápido el celular, hacer rápido la tarea, terminar rápido el trabajo. Somos expertos en hacer varias cosas al mismo tiempo: ver tele, comer, platicar, navegar por internet y textear mensajes llenos de siglas pues escribir palabras completas nos parece insoportablemente tardado, ¿cómo pedirle a alguien: ‘no te preocupes’ pudiendo teclearle: ‘ntp’?
Vivimos acelerados, procurando hacerlo todo pronto, empeñados en ahorrar tiempo. Y cabe preguntarnos, todo ese tiempo ahorrado, ¿dónde está? ¿Acaso en algún banco virtual al que podemos ir y decir: ‘vengo a hacer un retiro de mi tiempo ahorrado; deseo sacar una hora, para contemplar con calma el atardecer’?, ¿o ‘deseo retirar 30 minutos de mis ahorros, porque necesito sentarme a platicar con mi familia’? No, claro que no existe. Se suponía que si ahorrábamos tiempo, éste nos sobraría, pero no sucedió así. Nuestro tiempo ahorrado fue al instante llenado con algo que también hicimos apresuradamente.
La prisa inundó nuestra existencia cotidiana, y lamentablemente se ha filtrado también a nuestra vida espiritual.
Hay quien considera que las cosas de Dios le quitan demasiado tiempo, así que para ahorrarlo no va a Misa, la ve en redes, pero diferida, para poder adelantar el video y ahorrarse la homilía y las partes que sienta ‘lentas’. Al final cree que ‘cumplió’ porque ‘asistió’ a su Misa de 10 minutos. También hay quien no tiene tiempo para rezar el Rosario; si antes lo rezaba completo, ahora apenas un Misterio, y recortando las Ave Marías. Ya no dice: ‘Bendita Tú eres entre todas las mujeres’, sino: ‘Bendita entre mujeres’. ¡Goza ahorrándose dos segundos! Y si al chatear incluye una expresión de fe, la compacta, escribe dtb, en lugar de ‘Dios te bendiga’, sin pensar que su apresuramiento raya en falta de respeto.
Una paciente que sabía que pronto fallecería contó que al conocer su diagnóstico reflexionó que en su vida hizo muchas cosas sin saber que las hacía por última vez, y por una parte fue bueno, pues le permitió disfrutar, por ejemplo, pasear por su parque favorito, comer helado o ir a una reunión familiar, sin amargarse pensando que era por última vez, pero, por otra parte, de haber sabido, hubiera puesto más atención a cada detalle: al sol entre las ramas, a la textura cremosa y al delicioso sabor del helado, a las risas, pláticas y cercanía de sus seres amados. Decía que ahora que sabía que lo que hacía lo hacía por última vez, estaba decidida a poner pausa a la prisa con la que había vivido toda su existencia, y dedicarse a disfrutarlo todo a tope: llenarse la mirada de la luz y color del paisaje que veía en la ventana; aspirar los aromas y paladear los sabores y texturas de lo que comía, deleitarse con la cercanía de quien la visitara.
Su experiencia puede servirnos en nuestra vida espiritual.
Cuánta gente fue un domingo a Misa y el lunes, por la pandemia, cerraron las iglesias. Al poco tiempo se contagió y murió. Aquel domingo no supo que asistía a su última Misa. ¿Cómo la vivió?, ¿llegó corriendo, tarde y de malas?, ¿tenía prisa y se salió antes? Si hubiera sabido que era la última, de seguro hubiera tenido otra actitud.
Vivimos como perseguidos por el reloj y como en carrera de obstáculos, corremos y saltamos uno, corremos y saltamos otro, procurando terminar lo antes posible.
Es hora de detenernos a disfrutar lo que estemos haciendo, sobre todo en nuestra vida de fe. Aprovechar cada ocasión, cada don que Dios nos ofrece.
Al rezar el Rosario, gozar la privilegiada oportunidad de contemplar la escena, dialogar con Jesús y María e interceder por otros. Si asistimos a Misa, vivirla como si fuera la primera, la única, la última. Si leemos la Biblia, meditarla, dejar que baje de los ojos al corazón y ahí nos hable, nos mueva, nos conmueva.
Esta Cuaresma pidamos a Dios nos ayude a aminorar el paso, valorar cada instante y nunca más permitir que lo urgente nos haga olvidar lo más importante.