Siempre y sin desfallecer
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Qué porcentaje de tu jornada diaria lo ocupa la oración?
Repasa lo que sueles hacer cada día, considerando el tiempo que dedicas a cada cosa desde que te levantas hasta que te acuestas, por ejemplo, cuánto te toma bañarte, vestirte, desayunar, comer, realizar ciertas actividades cotidianas que acostumbras hacer todos los días, incluidos, si los hay, trayectos de ida y de venida, y ve sumando minutos y horas. De todo eso, ¿qué parte dedicas exclusivamente a orar?
Ante esta pregunta tal vez haya quien no tenga ni que pensar y de inmediato responda: ‘un minuto, lo que me toma el Padre Nuestro y Ave María que rezo al despertar, y nada más.’
Y quizá, ojalá, haya muchos que puedan contestar que en su día a día conceden gran importancia a orar.
El planteamiento anterior se debe a que en estos días he estado leyendo, y disfrutando mucho, un librazo: “Se hace tarde y anochece”, del Cardenal Robert Sarah, a quien el Papa Francisco nombró en 2014 Prefecto de la Congregación para el culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Dice el Cardenal Sarah que en gran medida la crisis que estamos viviendo es porque nos falta oración. Que hay quien piensa que el tiempo dedicado a Cristo, en oración íntima y silenciosa es tiempo desperdiciado, pero que no es así, que los frutos más maravillosos se obtienen tras la oración silenciosa frente a Jesús Sacramentado.
Dice el Cardenal que “la oración puede parecer estéril. En un mundo de ruido, aberraciones y agitación, en un mundo ansioso por producir más y más, es imperativo pasar tiempo en silenciosa adoración”
Pide “no olvidar a la Madre Teresa de Calcuta. Jesús siempre ocupó el primer lugar en su día. Antes de ir al encuentro del pobre, iba al encuentro de Dios. Antes de tomar al pobre y al moribundo en sus brazos, había pasado largas horas en los brazos de Jesús. Lo había contemplado y amado por largo tiempo. De esta fuente de amor, tomaba ella la energía que necesitaba para darse totalmente a las personas más abandonadas de la tierra. El silencio con el Padre nos prepara para ir al encuentro de los demás, para acercárnosles con los ojos de Dios.”
En el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 18, 1-8), dice san Lucas que Jesús enseñaba a Sus discípulos “la necesidad de orar siempre y sin desfallecer”.
Cuando leemos eso de ‘orar siempre’ nos puede parecer que sólo le concierne a religiosas o monjes que se la pasan rezando en sus conventos, pero no es así. También nosotros hemos de orar siempre, que en nuestro caso, como personas que viven inmersas en el mundo y no en monasterios, significa mantener lo que san Francisco de Sales llamaba ‘la conciencia de la presencia de Dios’, es decir, que a lo largo de nuestra jornada nos mantengamos conscientes de que el Señor está con nosotros, y nos dirijamos a Él constantemente, como a un Amigo, con toda naturalidad y confianza, para alabarlo, agradecerle, encomendarle alguna necesidad, pedirle consejo, etc.. Desde luego también implica apartar tiempos específicos para dedicárselos sólo a Él, en Misa, en adoración frente al Sagrario o al Santísimo expuesto, en la lectura de Su Palabra, etc. y no renunciar a ellos por cualquier pretexto, sino respetar esos momentos, que son nuestra cita de amor con el Señor. No es fácil. El chamuco se encarga de que surjan siempre imprevistos que nos tientan a posponer o de plano a abandonar nuestros propósitos de orar, pero no hay que ceder, hay que defenderlos a como dé lugar.
Es interesante que a la petición de “orar siempre”, se añade la de “sin desfallecer”.
Ya nos conoce el Señor, sabe que somos inconstantes, que nos desanimamos luego luego, pero Él quiere que perseveremos. ¿Por qué? Porque la oración nos acerca a Él, nos recuerda que lo necesitamos, que sin Él nada podemos, y dispone nuestro corazón a recibir Su gracia y Su amor.