y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Cumplirlos

Alejandra María Sosa Elízaga*

Cumplirlos

A veces me pongo a imaginar cómo sería el mundo hoy si cuando Dios dio los diez mandamientos a Moisés, su pueblo los hubiera cumplido y difundido, y otros pueblos, también los hubieran cumplido y difundido y así hasta nuestros días, todo mundo hubiera obedecido lo de amar a Dios con todo el corazón, toda el alma, toda la mente, todas las fuerzas, y al prójimo como a uno mismo; si nadie mintiera, nadie robara, nadie matara.

¿Te imaginas? No habría injusticias, corrupción, violencia, desigualdad. No habría gente súper millonaria ni paupérrima; no habría desempleo, todos disfrutaríamos de un nivel de vida más o menos igual, para todos los habitantes del mundo habría suficiente alimentación, vivienda, escuela, trabajo, incluso descanso.

Ya me imagino que al leer esto, más de uno dirá: ‘uuuuy, qué esperanza, ¡sueñas!, eso es absolutamente imposible’. Y me pregunto por qué hemos llegado a considerar que lo que debía ser lo más natural nos parezca una utopía.

En la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Dt 30, 10-14) dice Moisés refiriéndose a los mandamientos:

No son superiores a tus fuerzas ni están fuera de tu alcance. No están en el cielo, de modo que pudieras decir: ‘¿Quién subirá por nosotros al cielo para que nos los traiga, los escuchemos y podamos cumplirlos?’. Ni tampoco están al otro lado del mar, de modo que pudieras objetar: ‘¿Quién cruzará el mar por nosotros para nos los traiga, los escuchemos y podamos cumplirlos?’. Por el contrario...están muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón, para que puedas cumplirlos.”

Contamos con la grandísima bendición de un Dios que se acomidió a darnos unas sabias  normas de conducta, con el objeto no de coartar nuestra libertad, sino de darnos una orientación para poder alcanzar la verdadera felicidad.

A quienes asistimos al catecismo en la infancia, nos hicieron aprender de memoria los mandamientos y nos recalcaron que debíamos cumplirlos.

Entonces ¿qué sucedió?, ¿cómo, cuándo, dónde, por qué fue que un mal día mucha gente se atrevió a decir: ‘naaaaa, no es necesario cumplirlos’, ‘ya están superados’, ‘son reglas antiguas que ya no aplican hoy en día, y menos en mi vida’?

De a poquito o de sopetón, en las familias, en las escuelas, en los centros de trabajo, en la política, en la sociedad, se hicieron a un lado los mandamientos, y el resultado es que el mundo ha quedado como un tren al que le hubieran quitado el riel pensando en ‘liberarlo’. Lo único que se logró fue descarrilarlo.

Y ahora las autoridades proponen soluciones que no alcanzan ni siquiera a curar los síntomas, mucho menos erradicar la enfermedad.

Se pretende ‘moralizar’ sin Dios a la sociedad.

Pero sin tomar en cuenta a Aquel que nos creó y que sabe qué es lo mejor para nosotros y qué es lo que nos hace mal, ¿quién puede decidir qué es lo moral? ¿Acaso es lo políticamente aceptable?, ¿es lo popular?, ¿es lo que todos hacen?, ¿es lo que produce más ganancias, más votos, más aplausos?, ¿lo que pide la ONU?, ¿lo que exigen ciertos grupos que tienen un lobby muy bien organizado?, ¿lo que sale en el cine, en la televisión?, ¿lo que circula en las redes sociales? Se corre el grave riesgo de que lo que se proponga como moral, sea en realidad inmoral.

Es que dejando fuera a Dios, todos los puntos de vista son igualmente aceptables o inaceptables, nadie tiene derecho a imponer el suyo a los demás.

Pero para ordenar el caos del mundo no hay más solución que reconocer que no somos autosuficientes, que hay Alguien que nos creó, que sabe lo que nos hace bien y lo que nos hace mal, y como quiere lo mejor para nosotros, hemos de pedirle Su ayuda para distinguir lo moral de lo inmoral, y Su gracia para discernir y cumplir Su voluntad, tener siempre presentes Sus mandamientos, y, sobre todo, cumplirlos.

Publicado el domingo 14 de julio de 2019 en las pags web y de facebook de Ediciones 72