Ida y vuelta
Alejandra María Sosa Elízaga*
“¿Qué hacen allí parados, mirando al cielo?”
Fue lo que, según la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Hch 1, 1-11), dos hombres de blanco (la Iglesia interpreta que se trataba de ángeles), les preguntaron a los Apóstoles que se quedaron inmóviles, viendo hacia arriba cuando Jesús ascendió al cielo.
Si éstos hubieran podido responder tal vez hubieran dicho, ‘no nos molesten, estamos aquí tristeando, porque se nos fue nuestro Maestro’, o ‘déjenos tranquilos, nos embarga la nostalgia, queremos quedarnos aquí, recordándolo y platicando de Él.’
Pero esos hombres no les dieron oportunidad de responder, porque no estaban realmente preguntando sino más bien invitándoles a darse cuenta de que no debían quedarse así, “parados mirando al cielo”, y de inmediato dieron la razón: “Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse.”.
En otras palabras, no se queden ahí sin hacer nada, entregándose a la nostalgia, no hay tiempo que perder, porque Jesús va a volver.
Va a volver Aquel que contó la parábola del amo que repartió talentos entre sus empleados y esperaba recobrarlos multiplicados, verlos rendir, va a venir.
Va a volver Aquel que contó la parábola del administrador que será recompensado si cuando regrese el amo lo encuentra trabajando, cumpliendo con su deber.
Va a volver y espera hallarlos haciendo los que les mandó hacer.
Si esos hombres hubieran vivido en nuestro país y en nuestro tiempo, hubieran añadido: ‘así que pónganse las pilas’, y ¡a darle, que es mole de olla!’
Ni un ratito los dejaron remolonear. ¿Por qué? Porque es urgente anunciar y edificar el Reino de Dios en nuestro mundo.
Los Apóstoles estaban llamados a ello. Jesús les pidió ser testigos Suyos “hasta los últimos rincones de la tierra”. Debían prepararse con oración para ese momento en que el Espíritu Santo descendería sobre ellos y los llenaría de fortaleza para lanzarse sin miedo a anunciar a todo el mundo el Evangelio.
Y nosotros estamos llamados a hacer lo mismo.
También a nosotros nos podrían preguntar: ‘¿qué estás haciendo ahí, inmóvil, sentada, recostado, desperdiciando las horas viendo tele o navegando en internet, o chateando en el celular, o papando moscas en algún centro comercial o realizando alguna otra ocupación que ni a ti ni a nadie deja nada? ¿Qué estás haciendo? ¡Jesús volverá! Y no sabes ni el día ni la hora. ¿Qué te gustaría estar haciendo cuando llegue?, Si regresara ahorita mismo, ¿cómo quieres que te encuentre?, ¿pensando eso que estás pensando?, ¿diciendo eso que estás diciendo?, ¿haciendo eso que estás haciendo?, ¿omitiendo eso que estás omitiendo?
Y no se trata de decir: ‘por si acaso regresa, me voy a pasar todo el día en la iglesia para que me encuentre rezando’, o ‘por si ya llega hoy, voy a hincarme en arroz crudo para que vea que estoy haciendo penitencia’. No.
El Señor no espera de nosotros que hagamos actos extraordinarios, sino simplemente que orientemos nuestra vida hacia Él, y que busquemos el modo de edificar Su Reino, comunicando a los demás nuestra fe, animándolos con nuestra esperanza, y compartiéndoles con amor nuestros bienes y talentos.