La fuerza de Dios
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘Para tí es muy fácil decirlo, nunca has estado en esta situación, no sabes lo que se siente.’
Es una frase que suele decir quien está padeciendo una situación difícil, por ejemplo pérdida de un ser querido, pérdida de salud, una crisis familiar o económica, y recibe un comentario, una observación, una crítica o una recomendación de alguien que no tiene ni idea de lo que habla porque no lo ha sufrido en carne propia.
Pues esa frase sí que no podemos decírsela a san Pablo, que en la Segunda Lectura que se proclama en Misa este domingo (ver 2Cor 4, 6-11), empieza diciendo que la luz de Cristo brilla en nuestros corazones, pero que “llevamos este tesoro en vasijas de barro”, es decir somos frágiles y débiles. Y da a entender que ello no es motivo de desánimo, al contrario, conviene que así sea, para que se vea que la fuerza que nos sostiene no proviene de nosotros mismos, sino de Dios. Añade el apóstol: “Por eso sufrimos toda clase de pruebas, pero no nos angustiamos. Nos abruman las preocupaciones, pero no nos desesperamos. Nos vemos perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no vencidos.”
Parece que ese texto hubiera sido escrito hoy.
Seguramente hay mucha gente que se identifica con la primera parte de cada frase, porque está sufriendo toda clase de pruebas, se encuentra abrumada por preocupaciones, está siendo perseguida, se siente derribada.
Pero si es creyente, si tiene su fe puesta no en sí misma, sino en Dios, ha de identificarse también con la segunda parte de cada frase, e imitar a san Pablo en no angustiarse ni desesperarse ni darse por vencida. Y no puede replicarle al Apóstol: ‘para ti es muy fácil decirlo, nunca has estado en esta situación, no sabes lo que se siente’, pues ¡vaya que lo sabe! Él sí que sufrió toda clase de pruebas, se vio abrumado por incontables preocupaciones (si quieres darte una pequeña idea lee 2Cor 11, 24-29), padeció muchas persecuciones (ver Hch 13, 50; 17, 13; 2Tim 3,11), e incluso fue derribado (literalmente, al grado de ser tenido por muerto y arrastrado fuera de la ciudad, ver Hch 14, 19).
Queda claro que san Pablo habla con conocimiento de causa, por lo que lo que vale la pena prestarle atención y aprender de él a vivir las pruebas, las preocupaciones, las persecuciones, sin angustiarnos ni desesperarnos, sin sentirnos desamparados ni vencidos, sino sabiendo en todo momento que, aunque nos sintamos a punto de quebrarnos, pues somos vasijas de barro, y aunque por todos lados parezcan rodearnos las tinieblas del miedo, de la inseguridad, de la violencia, del odio a la fe, de la injusticia, la fuerza de Dios siempre nos sostiene, y en nuestro corazón brilla inextinguible la luz de Cristo, que nos dijo: “En el mundo tendréis tribulación, pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).
Dice san Pablo que “llevamos siempre y por todas partes la muerte de Jesús en nuestro cuerpo, para que en este mismo cuerpo se manifieste también la vida de Jesús.”
¿Cómo se manifiesta en nosotros la vida de Jesús? Nos hace capaces de reaccionar al miedo con valor; a la violencia con paz; al odio con amor; a la injusticia con justicia; a la mentira con verdad. Nos ilumina interiormente y nos permite comunicar Su luz e irradiarla. Viene a la mente algo que decía Concepción Cabrera de Armida, que cuando comulgaba sentía como si comulgara al sol y sus rayos no sólo la iluminaran toda por dentro, sino iluminaran todo alrededor.