y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Sacudida

Alejandra María Sosa Elízaga*

Sacudida

Los escucharé cuando me llamen en cualquier tribulación, y siempre seré su Dios.”

Esta frase, tomada de la Antífona de Entrada de la Misa de este domingo, llega como la oportuna respuesta de Dios a las angustiadas oraciones de tanta gente que ha levantado la mirada hacia Él durante el terremoto, y en medio de la devastación que éste ha causado.

Nos da la certeza de que Dios nos escucha, y que si no siempre responde tan rápido o del modo como nosotros querríamos, no es porque no nos oiga o no le importemos: nos reitera Su amor al recordarnos que siempre será nuestro Dios, es decir, Aquel que por amor nos creó y por amor nos sostiene en la palma de Su mano. Lo que sucede es lo que Él mismo dice, a través del profeta Isaías (ver Is 55, 8), que Sus pensamientos no son como los nuestros, ni nuestros caminos son los Suyos, así que no cabe intentar comprender por qué permite algo, sólo podemos tener la certeza de que Él sabe escribir derecho en renglones torcidos, transformar las situaciones, y hacer que al mismo tiempo que se da una tragedia, se dé una bendición. 

Pienso por ejemplo en los jóvenes. Se han volcado a ayudar con una entrega abnegada y heroica, aguantando toda clase de incomodidades, hambre, falta de sueño, frío, lluvia, lastimaduras en las manos por remover o pasar piedras o cubetas de cascajo en las cadenas humanas. Ello les ha permitido descubrir que es verdad lo que dijo Jesús, que “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20, 35), y que poner todas sus capacidades al servicio de los demás, entregarse por completo para hacer el bien, no se compara con desperdiciarse en un antro consumiendo alcohol o droga. Lo primero es infinitamente satisfactorio y deja en el alma un gozo profundo. Lo segundo sólo deja una cruda física y moral. Ahora les ha sido sembrada una semilla, una inquietud, que, bien canalizada, puede ayudarles a orientar o reorientar sus pasos a una vida de servicio y plenitud.

Otro ejemplo: En muchos centros de acopio, los voluntarios se han puesto espontáneamente a orar antes de la partida del vehículo que lleva la ayuda a alguna población. Eso también está sembrando en mucha gente semillas de conversión.

En esta ciudad que se estaba deshumanizando cada vez más, esta sacudida terrible ha dolido mucho, eso que ni qué, lloramos a nuestros difuntos, nos duelen los que lo perdieron todo, nos da miedo que vuelva a suceder. Pero sin duda ha servido para despertarnos del aletargamiento en que estábamos sumidos y nos ha obligado a reajustar nuestras prioridades, nos ha recordado que lo que verdaderamente cuenta no es el dinero, ni el poder, ni perderse en una búsqueda egoísta de bienestar y placer, sino que lo que verdaderamente cuenta es amar y ser amado, ayudar y dejarse ayudar, consolar y dejarse consolar, hacerse uno con los demás, aceptar que nos necesitamos unos a otros, valorar a nuestros seres queridos, en especial a nuestra familia, y, sobre todo, reconocer que necesitamos a Dios, que no es, como algunos suponen, un Dios vengativo y castigador, sino un Dios amoroso que puede y quiere ayudarnos. 

Dice el salmista: “Bueno es el Señor para con todos, y Su amor se extiende a todas Sus creaturas”

De Él proviene el amor con que nosotros podemos amar; de Él el consuelo con que nosotros podemos consolar. Todo lo bueno que tenemos, lo recibimos de Él, para poder compartirlo con los demás. 

Por eso, en toda situación, buena o mala, pero especialmente cuando vivimos una tragedia como la que estamos viviendo, lo único que puede no sólo fortalecernos y devolvernos la paz, sino darle un sentido para lograr sacar un bien en medio de tanto mal, es ponernos en las manos amorosas de Dios. 

Hay que hacerlo. 

Dice la Primera Lectura: “Busquen al Señor mientras lo puedan encontrar, invóquenlo mientras está cerca” (Is 55, 6). 

Y el Salmo lo confirma: “No está lejos de aquellos que lo buscan; muy cerca está el Señor, de quien lo invoca” (Sal 144, 18).

Publicado el domingo 24 de septiembre en la pag web y de facebook de Ediciones 72, editorial católica mexicana.