Mi luz y mi salvación
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘Por su propia seguridad’ haga tal cosa o absténgase de hacer tal otra.
Siga las ‘normas de seguridad’ cuando arma un aparato, cuando lo prende, cuando viaja...
Use obligatoriamente el ‘cinturón de seguridad’ al ir en su automóvil.
Abundan las ‘empresas de seguridad’ que supuestamente ofrecen protección contra robos; los políticos que prometen aumentar los índices de ‘seguridad’ en su entidad.
La palabra ‘seguridad’ es muy utilizada, porque nos atrae, a todos nos gusta sentirnos seguros.
El problema es que aunque sigamos todas las instrucciones, las normas, contratemos o demos un voto a alguien, nada garantiza que de veras estaremos seguros.
Es que de por sí nada es seguro en este mundo, todo es cambiante, frágil, sujeto a incontables imponderables.
Si ponemos nuestras seguridades en las cosas o personas, de seguro quedaremos defraudados.
Sólo Dios es seguro, sólo en Él podemos en verdad confiar y sentirnos tranquilos.
Canta el salmista: “Sólo en Dios descansa mi alma, porque de Él viene mi salvación” (Sal 62, 2).
Y dice el Salmo que se proclama este domingo en Misa (ver Sal 27):
“El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién voy a tenerle miedo?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién podrá hacerme temblar?”
Es un Salmo que expresa confianza total en el Señor, pero cabe preguntar, ¿confianza en qué? Es que este texto puede ser malinterpretado en, al menos, dos sentidos.
Primero, puede ser que alguien piense que lo que dice el Salmo significa que si Dios es su luz, si tiene a Dios en tu vida, nada malo le puede pasar, va a ser de sus ‘consentidos’ y le va a librar de todo mal, así que no tiene por qué tener miedo ni temblar.
Pero tarde o temprano se da cuenta de que está en un error, que le pasan cosas malas al igual que a toda la gente. Y corre el peligro de sentirse defraudado e inseguro, y apartarse de ese Dios que aparentemente le ha fallado.
Segundo, hay personas que piensan que lo que dice el Salmo significa que si creen en Jesús y lo aceptan en su corazón como su Salvador, ‘ya la hicieron’. Interpretan que eso de que el Señor es su salvación, significa que ya son ‘salvas’, que ya pase lo que pase, se salvaron.
Pero Jesús nunca prometió que la salvación fuera así de fácil. Nos pidió esforzarnos por entrar por la puerta estrecha (ver Lc 13, 24) y dio a entender que Dios juzgaría a cada uno no por su fe, sino por sus obras (ver Mt 25, 31-46). También san Pablo dice que cada uno será juzgado por sus obras (Rom 2, 6), que hay que trabajar “con temor y temblor por la salvación” (ver Flp 2,12), es decir, que nadie la tiene ‘segura’.
Entonces, ¿cómo entender lo que dice el salmista?
Tal vez puede significar que cuando el Señor es tu luz, Él rompe tus tinieblas, te rescata de la oscuridad de tus miedos, de tus egoísmos, de tus pecados, de todo aquello que oscurece tu vida. Y te da la gracia para que le encuentres sentido a lo que te suceda, sea que de momento te parezca bueno o malo, te alegre o te entristezca, te serene o te inquiete (una enfermedad, tuya o de un ser querido; una discapacidad; una dificultad económica, una crisis familiar, una tragedia..), y lo puedas vivir como camino de salvación.
Estando sano o enfermo, con o sin empleo, solo o acompañado, en un ambiente de paz o de violencia, puedes siempre pedir al Señor que sea tu luz, que te ilumine y ayude a transformar lo que te toca vivir en oportunidad para acercarte más a Él, interceder por los demás, y alcanzar la santidad.
En ese sentido, no hay situación que no puedas aprovechar.
Si lo que te da seguridad es tu salud, o una persona, o una cuenta bancaria, te hace temblar perderla, incluso pensar en la posibilidad de perderla.
Pero si lo que te da seguridad es que el Señor sea tu luz y contar con Su ayuda para vivirlo todo como medio para encaminarte hacia la salvación, sabes que con Él siempre podrás contar, así que no tienes que temer y nada ni nadie puede hacerte temblar.