Seguridad falsa y verdadera
Alejandra María Sosa Elízaga*
“¡Ay de ustedes, los que se sienten seguros...!”
Así empieza la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Am 6, 1.4-7).
Es una frase que pronunció Dios por boca del profeta Amós, en contra de miembros de Su pueblo que pusieron su confianza “en el monte sagrado de Samaria”, desde donde aparentaban rendir culto a Dios, pero realmente se habían hecho una religiosidad a su medida, de ritos vacíos, mezclados con rituales paganos, y como gozaban de gran prosperidad, (dice el texto bíblico que se reclinaban sobre divanes, se recostaban sobre almohadones, comían manjares exquisitos, canturreaban, se emborrachaban y se perfumaban), tenían la seguridad de que dicha prosperidad era clara señal de que contaban con la aprobación de Dios, pero estaban equivocados.
Dios les echó en cara, por boca del profeta, que no se preocuparon “por las desgracias de sus hermanos”.
Y acabaron mal, fueron llevados al destierro.
Hoy en día nos puede suceder lo mismo.
Podemos sentirnos seguros pensando que tenemos muy contento a Dios porque asistimos a Misa el domingo, pero no le rendimos el culto que Él espera porque asistimos de ‘cuerpo presente’, pero con la mente y el corazón en otro lado.
Y quizá como los samaritanos, ponemos nuestro interés en nuestros bienes, y nos sentimos seguros si disfrutamos de dinero, títulos, vivienda propia, etc. pero nos olvidamos de compartir lo que somos y tenemos con los demás; nos olvidamos de ayudarles en sus necesidades.
El verdadero culto a Dios, implica corresponder a Su amor con todo nuestro ser, amándolo a Él y amando a los hermanos.
Decía un teólogo que a la vida eterna no vamos a tener esperanza, porque ya se habrá cumplido lo que esperamos, ni tampoco fe, porque veremos a Dios cara a cara, pero sí tendremos amor, a Dios y a los demás.
Decía que podemos fincar nuestra seguridad en ese amor, porque no se acabará nunca, durará toda la eternidad.
Dice en la ‘Imitación de Cristo’ (genial librito que todos debíamos tener y leer de a poquito cada día), que ‘el que no ama, desfallece y cae’, pero ‘el amor siempre vela, y durmiendo no se duerme; fatigado, no se cansa; angustiado, no se angustia; espantado, no se espanta, sino como viva llama y ardiente antorcha, sube a lo alto y se remonta con seguridad” (Cap 3,5).