Hijo de hombre
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘Y, ¿cómo te gusta que te digan?’
Cuando e preguntas esto a alguien que te acaba de decir su nombre, sobre todo si es un nombre largo o compuesto, casi siempre te responde con algún diminutivo o apodo que le agrada porque así le dicen de cariño sus familiares o amigos, o porque se refiere a alguna característica suya de la que se siente feliz u orgulloso, o porque le trae agradables recuerdos, en suma, porque lo hace sentir bien.
Y me atrevería a decir que si a Jesús le hubieran preguntado: ¿cómo te gusta que te digan?, hubiera respondido: ‘Hijo de hombre’.
Es la expresión con la que más veces Jesús se refiere a Sí mismo en los Evangelios.
Y se la puede entender de dos maneras, cada una de las cuales corresponde a la perfección con cada una de las naturalezas de Cristo: la humana y la divina.
‘Hijo de hombre’, puede ser entendida como una referencia a la encarnación de Jesús, a que se hizo hombre.
Es conmovedor que le guste referirse a Sí mismo con un término que le recuerda que nos ama tanto que aceptó hacerse uno de nosotros (en todo excepto en el pecado), que nos ama tanto, que aceptó renunciar a los privilegios de Su condición divina, y Él, que estaba por encima del tiempo, se sometió al tiempo; Él que no tenía cuerpo, asumió un cuerpo que padecería no sólo hambre, sed, frío, cansancio, como cualquier ser humano, sino que sería sometido a las peores torturas que puede sufrir un hombre.
Es conmovedor que a Jesús le guste referirse a Sí mismo aludiendo a Su condición humana.
Lamentablemente hay hermanos separados mal interpretan esto y señalan: ‘mira, el propio Jesús se llama a Sí mismo: ‘hijo del hombre’, eso prueba que sabía que no era divino’.
La respuesta a este planteamiento equivocado, se halla en el otro significado que tiene la expresión ‘Hijo de hombre’, según se revela en el texto del profeta Daniel que se proclama como Primera Lectura en la Misa de este domingo (ver Dn 7, 13-14).
Allí narra Daniel una visión que tuvo, que vio a un ‘hijo de hombre’ venir entre nubes, ser introducido en la presencia de Dios, recibir la soberanía, la gloria y el reino, y termina diciendo: “Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido.” (Dn 7, 14).
Queda claro que no se puede decir que al referirse a Sí mismo como ‘Hijo de hombre’, Jesús esté aceptando que sólo es humano, un simple hombre, hijo de un hombre. Nada de eso.
A la vez que alude a Su humanidad, alude a Su divinidad, ya que sólo Dios puede recibir lo que anuncia Daniel: todo el poder y la gloria, y sólo el Reino de Dios no será destruido jamás.
No es casualidad que se proclame ese texto de Daniel este domingo en que la Iglesia termina el año litúrgico con la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
Se nos recuerda que Jesús es Rey, pero que, como Él mismo se lo dijo a Pilato, según proclama el Evangelio dominical (ver Jn 18, 33-37), Su Reino no es de este mundo.
Jesús es Rey, un rey Hijo de hombre, que nace en un establo y muere en una cruz; pero es también un rey, Hijo de hombre, que derrotó al pecado y a la muerte, que resucitó, que ascendió al cielo y está a la derecha de Dios Padre.
Con razón ‘Hijo de hombre’ era la manera favorita de Jesús para referirse a Sí mismo, una expresión cercana a Su corazón, porque se relaciona con nosotros, alude al amor que lo llevó a la encarnación y al amor con que nos ofrece la salvación.