Estar con Dios
Alejandra María Sosa Elízaga*
“Ya está con Dios”.
Es una frase que la gente suele usar para consolar a alguien cuyo ser querido ha fallecido.
Y sí, de momento, se puede asegurar que el alma de esa persona difunta está con Dios.
La pregunta es ¿se quedará con Dios?
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que cuando morimos, nuestra alma es llevada a la presencia de Dios, donde enfrenta su juicio particular (ver C.E.C. #1021-1022).
Dice san Pablo que Dios juzgará y dará a cada uno según sus obras (ver Rom 2,6; 2Cor 5,10).
¿Qué se juzgará?
Según san Juan de la Cruz seremos examinados en el amor.
Suena bonito, pero resultará ¡exigentísimo!
Basta que nos preguntemos, no ya de toda nuestra vida, sino apenas de hoy, ¿todos nuestros pensamientos de hoy fueron inspirados por el amor?, ¿o pensamos mal de alguien? ¿Hoy hemos sentido sólo amor, o rencor, deseos de venganza, ganas de ahorcar? ¿Lo que hemos dicho hoy ha sido inspirado por el amor o por llamar la atención contando un chisme interesante, o para acabarnos a alguien lapidándolo, como dice el Papa Francisco, con nuestra lengua? ¿Todo lo que hicimos o dejamos de hacer hoy, lo hicimos o dejamos de hacer por amor?
De estos cuestionamientos seguramente no todos saldríamos aprobados...
Quizá somos como ése que hacía la siguiente oración:
‘Señor, Hoy puedo asegurarte, con toda verdad, que no he pensado mal de nadie, no he hablado mal de nadie, ni he hecho mal a nadie. Ahora que me baje de mi cama, y comience mi jornada ¡concédeme seguir así!’
Ja ja ja. ¡Se puede ser muy santo cuando todavía uno no se ha levantado! Pero, como decía santa Teresa, ‘las virtudes se prueban en las ocasiones, no en los rincones’.
Y si considerar en examinar tan sólo un día de nuestra vida nos pone nerviosos, ¡cuánto más tendría que inquietarnos pensar que el Señor la evalúe toda!
Pero no debe ser de esa clase de inquietud que nos llena de aprensión, y nos deja mordiéndonos las uñas, atemorizados y desesperanzados, sino de la que nos mueve a reaccionar y hacer algo concreto para que ese día no nos tome desprevenidos, y no resultemos reprobados en el examen del amor.
Estamos a tiempo de cambiar para amar más, para amar mejor.
Siempre he pensado que no es coincidencia que la Iglesia celebre el día de todos los Santos y al día siguiente el día de los fieles difuntos.
Como que nos está mandando un mensaje muy sutil: acuérdense de que un día van a morir, así que antes de eso, cuando todavía es tiempo, aprovechen bien la gracia que Dios les da para ser santos.
Sólo los santos entrarán al cielo. Tenemos que serlo, no nos queda de otra.
Y cabe aclarar que esto no significa que nos ganamos el cielo por santos.
El cielo es un regalazo tan grande, tan estupendo, tan maravilloso, imagínate ¡participar de la máxima felicidad y para siempre!, que nada de lo que pudiéramos hacer nos obtendría semejante premio.
Es Dios quien nos lo da, gratuitamente. Jesús nos obtuvo la salvación con su Muerte y Resurrección.
Entonces, ¿para qué debemos ser santos? Para demostrar que aceptamos ese regalo, y que estamos dispuestos a vivir, ya desde ahora, edificando el Reino de los Cielos, y, como dice san Pablo, como familiares de Dios y conciudadanos de los santos (ver Ef 2,19).
Si estamos invitados a vivir en el cielo, donde no hay odio, ya desde ahora nos esforzamos por perdonar. Si queremos vivir allí donde no hay maldad, desde ahora hemos de esforzarnos por ser buenos.
Esta vida es, por así decirlo, como un ‘gimnasio’ donde nos entrenamos para llegar a ser, por ahora imperfectamente, lo que un día seremos perfectamente.
Dice san Juan en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Jn 3, 1-3), que como tenemos la esperanza de llegar a ver a Dios tal cual es, desde ahora nos purificamos, para llegar un día a ser tan puros como Él.
Cuando llegue el momento de partir de este mundo, quienes hayan aprovechado la gracia de Dios, para vivir en santidad, entrarán al cielo; quienes tengan todavía algo que purificar, lo harán en el Purgatorio, antesala del cielo, y quienes reprueben el examen del amor, y no se arrepientan de ello, pasarán, desgraciadamente, la eternidad sin amor, sin Dios.
Dice la Oración sobre las Ofrendas de esta Misa de la Solemnidad de Todos los Santos, que de ellos tenemos ‘la certeza’ de que ya alcanzaron la felicidad eterna.
Sólo de ellos podemos tener esa certeza.
Por los demás, hay que seguir orando...
Es verdad que todos los que muramos ‘estaremos con Dios’, pero no se trata solamente de llegar a Su presencia, sino de quedarnos...