Levántate y resplandece
Alejandra María Sosa Elízaga*
“¡Levántate y resplandece!” (Is 60, 1)
Con esta exhortación inicia la Primera Lectura (ver Is 60, 1-6), en este DOMUND (Domingo Mundial de las Misiones).
Llega, oportuna, a animarnos a responder a la invitación que nos hace el Papa Francisco a ser, en nuestro mundo tan desgarrado por la desigualdad, la injusticia, la miseria, la intolerancia, la violencia, la desesperanza, misioneros de la Buena Nueva de Jesucristo, y, en especial, misioneros de Su misericordia.
Levántate, dice el profeta Isaías.
¿De qué te pide que te levantes?
De la indiferencia con que te has acostumbrado a ver la necesidad de los que te rodean y no hacer nada.
De la inmovilidad de sentir satisfacción de lo que eres y tienes, y querer quedarte como estás.
De la flojera que te da leer la Biblia, ir a Misa, dedicar tiempo a cultivar tu amistad con Dios.
De la parálisis del miedo de ser testigo de Cristo, en un mundo cada vez más violentamente anti cristiano.
De la amodorrada cruda que te deja entregarte a las promesas vanas del placer efímero y enajenante que te ofrece el mundo.
De la inercia que te hace ver pasar la vida sin aprovecharla, desperdiciar el tiempo, tus talentos, las oportunidades.
De la postración en la que te tienen tus pecados.
Del rincón donde yaces lamiendo las heridas que has ido acumulando.
Del sueño inútil de imaginar grandezas que tal vez nunca llegarán, y dejar pasar las oportunidades pequeñas de hacer con amor lo cotidiano, lo que tienes a mano.
Del cansancio que sientes al ver que por más que te esfuerzas, las cosas siguen igual o van de mal en peor.
Del desencanto de vivir mirando sólo los bienes de la tierra y no los del cielo.
¡Levántate, y resplandece!
Y ¿cómo puedes resplandecer?
Reflejando en tu persona, en tu modo de pensar, de hablar, de actuar, a Aquel que dijo: “Yo soy la Luz del mundo” (Jn 8, 12).
Resplandece, compartiendo con alguien tu experiencia de fe.
Alentando a otros con tu firme esperanza.
Tratando a todos con verdadera caridad.
Contagiando a otros tu amor por la Iglesia.
Realizando obras espirituales de misericordia (enseñar al que no sabe; dar buen consejo al que lo necesita; corregir al equivocado; perdonar las ofensas; consolar al afligido; soportar con paciencia los defectos del prójimo y orar por vivos y difuntos).
Realizando obras corporales de misericordia (dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; vestir al desnudo; hospedar al peregrino; visitar al enfermo; visitar al encarcelado; enterrar a los muertos).
Levántate y resplandece.
Date cuenta de que el Señor te da Su gracia para que puedas superar lo que sea, y reflejar Su luz a tu alrededor en toda circunstancia.
Conserva esta certeza en tu corazón y en tu memoria: no importa si “tinieblas cubren la tierra y espesa niebla envuelve a los pueblos... sobre ti resplandece el Señor y en ti se manifiesta Su gloria.” (Is 60, 2).