Sabiduría preferible
Alejandra María Sosa Elízaga*
Si haces una encuesta en la calle, para preguntarle a la gente cuál de estas opciones prefiere: ser poderosa o rica o famosa o hermosa o sana o sabia, puedes tener por seguro que la última opción no será la más elegida, incluso puede ser que no sea elegida en absoluto.
Por eso resulta sumamente sorprendente que el autor del texto que se proclama en la Misa dominical como Primera Lectura (ver Sab 7, 7-11), asegure que prefiere la sabiduría al poder, a la riqueza, a la salud, a la belleza, ¡hasta a la luz!
Muchos pensarán que está loco, que no es lógico ni normal que pudiendo escoger ser poderoso, rico, bello y mantenerse sano, elija ser sabio.
Al parecer la sabiduría no goza de gran aprecio.
Tal vez porque la gente suele pensar que la sabiduría consiste en saber mucho, en tener muchos conocimientos.
Se suele representar a los sabios como viejitos de largas barbas blancas, solitarios, huraños, rodeados de aburridos y polvorientos libros, buenos para consultarlos, ¡pero no para imitarlos!
Pero en la Biblia no considera así la sabiduría.
En la Sagrada Escritura la sabiduría es un don del Espíritu Santo que nos ayuda a amoldarnos a la voluntad de Dios, a elegir Sus caminos, a preferir Sus planes a los nuestros, a ir por el camino correcto, el que nos conduce hacia Él.
Se comprende entonces por qué alguien pueda preferir ser sabio a ser poderoso o rico, pues, ¿de qué le sirve tener mucho dinero si eso lo llevara a la perdición? Como dice Jesús: ‘¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Mt 16, 26), ahí tenemos el caso del joven rico del que habla el Evangelio (ver Mc 10, 17-22), lo entristeció que Jesús le pidiera que se deshiciera de sus muchos bienes.
Se comprende que alguien prefiera ser sabio que sano, porque un enfermo que sabe unir su sufrimiento al sufrimiento redentor de Cristo, le encuentra sentido y puede no sólo padecerlo, sino aceptarlo con paz e incluso agradecerlo y hacer de éste un medio que contribuya a su salvación y a la de otros. En cambio la buena salud puede hacer que alguien sienta que no necesita a Dios, y se olvide de Él.
Se comprende que alguien prefiera ser sabio que bello, porque la belleza física se marchita, pero la sabiduría embellece el interior, que es lo que cuenta a los ojos de Dios.
Preferir la sabiduría al poder, a la riqueza, a la salud, a la belleza, no es una tonta o equivocada opción.
Es elegir lo que nos permite vivir la vida a la luz de Dios, es optar por dejar que Él nos conduzca a nuestra salvación.