Persecusión y recompensa
Alejandra María Sosa Elízaga**
Cuando estábamos en la escuela, a los niños estudiosos, que sacaban buenas calificaciones, los llamaban ‘mataditos’.
En secundaria y prepa, a las jovencitas que no le entraban al alcohol ni a la mariguana, ni aceptaban tener escarceos sexuales con sus compañeros, las tildaban de ‘fresas’.
En el barrio, en el trabajo, en la comunidad, a la persona de la que se sabía que acudía a Misa, que practicaba su fe, le decían ‘mojigata’, ‘mocha’, ‘mochila’, ‘mochilona’.
Hoy las cosas no son muy diferentes. Han cambiado solamente los nombres.
Ahora a los aplicados les hacen ‘bullying’ y los llaman ‘nerds’; a los que no pertenecen al grupito de los ‘cool’, los llaman ‘loosers’ (‘perdedores’), y a los católicos practicantes: ‘retrógradas’ y ‘fanáticos’ .
Ayer como hoy, se usan adjetivos peyorativos para descalificar a aquellos cuya conducta incomoda a los demás, ¡por buena!
Increíblemente, a mucha gente le cae mal el que se porta bien, el que hace el bien.
En la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa, leemos: “Los malvados dijeron entre sí: ‘Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados.’ (Sab 2,12).
Desde siempre, los buenos han sido atacados por los malos, ¿por qué?, quizá porque les tienen envidia, quisieran ser como ellos y no lo son porque realmente no se empeñan en lograrlo y prefieren dejarse llevar por sus instintos, por sus vicios, o por presiones externas.
Y, lamentablemente, muchos buenos se dejan presionar.
Es el caso de la jovencita que sale de su casa completamente vestida y en la esuela se sube la blusa para mostrar el ombligo, se abre el escote y se baja el pantalón a la cadera para que se le vea esa parte donde, como decía mi abuelita, ‘la espalda pierde su nombre’; del universitario que invita a sus compañeros a su casa, no ya para estudiar sino a ver pornografía en su computadora; del católico que decide vivir su fe ‘en privado’, con el pretexto de que así no molesta a nadie y nadie lo molesta a él.
Pero buscar la aprobación del mundo es un error, no sólo porque la aprobación del mundo no vale nada, es voluble, hoy la tienes y mañana ya no, sino porque el mundo suele aprobar valores completamente opuestos a los de Dios.
Y los hijos de Dios estamos llamados a darle gusto a nuestro Padre, a buscar cumplir en todo Su voluntad.
Como creyentes, lo único que debía importarnos es la aprobación de Dios, sin importar que por ello tengamos que enfrentar las pruebas y trampas que nos tienda el mundo.
En la Primera Lectura dicen los malvados acerca de ese justo al que detestan y al que piensan tenderle una trampa: “Veamos si es cierto lo que dice, vamos a ver qué pasa en su muerte. Si el justo es hijo de Dios, Él lo ayudará y lo librará de las manos de sus enemigos. Sometámoslo a la humillación y a la tortura, para conocer su temple y su valor”. (Sab 2,17-19).
Estas frases se parecen mucho a las que gritaban los que pasaban frente a la cruz donde pendía Jesús. “Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: ‘Soy Hijo de Dios’...” (Mt 27, 43).
¿Qué sucedió al final? ¡Conocemos el resultado!
El Justo venció. Jesús resucitó. Con su aparente derrota en la cruz, derrotó al pecado y a la muerte y nos trajo la salvación.
Demostró que en verdad era Hijo de Dios.
¿Dónde quedaron los que lo atacaban?, ¿todos ésos que se sentían muy listos burlándose de él?
Se perdieron en el anonimato, no hicieron nada notable, son recordados solamente por su vergonzosa intervención en la historia de la salvación.
Es algo que deben tomar en cuenta los creyentes que sufren críticas, burlas, humillaciones, y ahora también persecuciones, sanciones, tortura y aun la muerte, por ser fieles a su fe y a sus convicciones.
Es fuerte la tentación de de cambiar, de pasarse al bando contrario, con tal de no sufrir y también de recibir del mundo aprobación.
Pero no hay que ceder, hay que resistir, hay que tomarse más fuertemente de la mano de Aquel que soportó infinitamente más de lo que nos tocará jamás soportar, y venció, y nos da la gracia para salir también victoriosos.
Mala elección renunciar a vivir cristianamente, ir a contracorriente de la propia conciencia, para que los enemigos de la fe nos aprueben y nos dejen en paz.
Esa paz no es verdadera, la verdadera paz mana de las llagas del Crucificado, (ver Jn 20, 19-29), de Aquel que soportó primero el rechazo, la humillación, el aparente fracaso, de Aquel que asumió todos nuestros dolores para que podamos soportarlos con Él y salir victoriosos como Él.
Prueba de ello es la fortaleza que les ha dado a los cristianos perseguidos en Medio Oriente, que sufren horrores pero no abandonan su fe; la firmeza con que sostiene a los cristianos que han enfrentado sanciones y aun cárcel en EUA por negarse a aprobar el matrimonio homosexual; la entereza que ha infundido en los católicos chinos, sus sacerdotes y obispos, que están dispuestos a ser torturados y desaparecidos, por rehusar cambiarse a la falsa iglesia católica, creada por el gobierno.
Todos ellos sufren lo indecible, pero mantienen inquebrantable su fe en Jesús y Él no les falla, los sostiene y les ayuda a cargar con su cruz.
La situación para los creyentes cristianos, y en especial para los católicos, es cada vez más difícil, en todo el mundo, y probablemente va a empeorar, pero no es razón para flaquear y mucho menos para apostatar.
No hay que olvidar lo que dijo Jesús: “Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo” (Lc 6, 22-23).