A los de corazón apocado
Alejandra María Sosa Elízaga**
Dios manda recado “a los de corazón apocado” en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Is 35, 4-7).
¿Qué significa ‘apocado’?
El diccionario lo define como: acobardado, abatido, de poco ánimo.
Y cabe cuestionarnos, ¿qué provoca que nuestro corazón se acobarde, se abata, se desanime?
Estaba con una familia y le hice esta pregunta.
Sin pensarlo dos veces, el niño respondió que lo que le da miedo es la oscuridad; su mamá dijo que el pensar en quedarse sola algún día; y el papá admitió que lo desaniman las malas noticias y las predicciones catastrofistas que infestan los medios de comunicación.
A ellos, la oscuridad, la soledad, la inseguridad, les apocan el corazón.
Y ¿a ti?, ¿a ti qué te encoge el corazón?
Sea cual sea tu respuesta, Dios tiene algo que decirte, y te lo dice a través del profeta Isaías:
“Digan a los de corazón apocado:
‘¡Animo! No teman.
He aquí que su Dios, vengador y justiciero,
viene ya para salvarlos’.” (Is 35, 4)
Es curioso que primero nos dé ánimo, nos pide no tener miedo, y luego nos dice que Él es “vengador y justiciero”. Eso no suena muy tranquilizador que digamos.
Pero sí lo es, porque no se refiere a que se va a vengar de nosotros, sino de nuestros enemigos. Y ojo, que nadie piense luego luego en la suegra o en el compañero del trabajo que no lo saluda, no. Nuestros verdaderos enemigos son el mal, el pecado, la muerte.
Dios prometió venir a salvarnos de ellos.
Y, ¿cuál sería la señal de que esto se cumpliría?
Lo anunció Isaías:
“Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos,
y los oídos de los sordos se abrirán.
Saltará como un venado el cojo,
y la lengua del mudo cantará.” (Is 35, 5-6a).
Este anuncio profético lo cumplió cabalmente Jesús, que devolvió la vista a los ciegos, hizo oír a los sordos, sanó a los cojos y a los mudos (como narra el Evangelio de este domingo, ver Mc 7, 31-37).
Pero no sólo lo cumplió entonce, lo sigue cumpliendo.
Jesús sigue dándonos ánimo, sigue rescatándonos de nuestro corazón apocado.
Nos abre los ojos, para que no vivamos sumidos, atemorizados por la oscuridad que impera a nuestro alrededor, sino nos percatemos de que Él está con nosotros, de que Él es nuestra Luz.
Nos abre los oídos para que no nos dejemos abatir por la palabrería vana de un mundo que promete lo que no cumple, que nos susurra mentiras al oído, sino lo escuchemos a Él, porque sólo Él es la Verdad y sólo Él tiene palabras de vida eterna.
Nos sana de nuestra cojera, nos libera del aislamiento, de quedarnos paralizados, encerrados en nosotros mismos, y nos anima a levantarnos de nuestra postración, seguirlo, e ir con Él al encuentro de los demás.
Y nos suelta la traba de la lengua para que podamos hablar con Él y de Él, para que podamos alabarlo y anunciar Su Buena Nueva a los hermanos.