Sin componendas
Alejandra María Sosa Elízaga**
Hay gente que cuando quiere armar un artefacto que compró o le regalaron, considera que no necesita el instructivo, y lo deja en el fondo de la caja.
También hay gente, que cuando cocina con receta, va alterando ingredientes o gramos a su antojo.
Y al parecer las cosas les resultan bien, el aparato queda armado, aunque sobraron unas piezas que quién sabe dónde iban, y el platillo queda rico, aunque no sepa como se suponía que debía saber, como le sucedió a una amiga, a la que su suegra le dio una receta, ella le cambió todo porque no tenía lo que hacía falta, y su marido le dijo: ‘¡te quedó igualita a la de mi mamá!’, parece que le cambió lo mismo que ésta le cambiaba!
A veces los que no saben seguir instrucciones o recetas se salen con la suya.
Pero lo que aplica a la vida cotidiana, no suele aplicar a las cosas de Dios.
Cuando Él pide algo, espera que le hagamos caso.
No podemos imitar a quien deja el manual en la caja y esperar que las cosas resulten bien si nos sobran partes. Nos puede suceder que dejemos fuera piezas claves como el amor, la paciencia, el perdón, y aunque de momento todo parezca funcionar de maravilla, tarde o temprano vendrán las descomposturas y serán irremediables...
De igual modo, no podemos imitar a quien cambia una receta y espera que sepa bien el resultado. Nos pueden faltar o sobrar algún ingrediente fundamental, por ejemplo la sal para darle sabor a la tierra, como nos lo pide el Señor (ver Mt 5, 13), o la dulzura, para equilibrar la acidez o la amargura...
Quizá por eso en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Dt 4, 1-2.6-8), Moisés, el hombre que Dios eligió para guiar a Su pueblo a través del desierto hacia la tierra prometida, le pide a la gente que cumpla los mandatos y preceptos de Dios, y especifica: “No añadirán nada ni quitarán nada a los que les mando: Cumplan los mandamientos del Señor que yo les enseño, como me ordena el Señor mi Dios.” (Dt 4,2).
Parece mentira, pero desde que el Señor nos dio los mandamientos, ¡no los hemos cumplido bien ni un solo día!
Él nos pide no mentir, y nosotros pensamos: ‘bueno, esto que estoy diciendo es una mentirita piadosa’.
Él nos pide no robar, y racionalizamos: ‘bueno, esto que sustraigo de mi oficina realmente no es robo, es un auto préstamo, ya lo devolveré algún día...’
Él nos pide fidelidad y justificamos: ‘bueno, engañar a mi cónyuge por internet, de seguro no cuenta...’
¿Qué parte de ‘No añadirán ni quitarán nada’ no entendemos?
Nos sentimos más listos que Dios, creemos que sabemos mejor cómo hacer las cosas.
Y ¿cuál es el resultado? Ya lo estamos viendo, mejor dicho padeciendo.
¡Ay, si se pudiera regresar el tiempo a ese momento en que Dios dio a Su pueblo los diez mandamientos, cabría pedirle que por favor haga que baje fuego del cielo y nos dé una leve achicharrada cada vez que no los cumplamos al pie de la letra, a ver si así no nos acostumbramos a pasarlos por alto!
Quién sabe cómo fue que nos empezó a parecer normal no tomar en serio lo que Dios pidió, considerarlo sólo un texto bonito de la Sagrada Escritura, interesante para leerlo, estudiarlo, meditarlo, enseñarlo y comentarlo, pero no para vivirlo.
Este domingo llega, como siempre, oportuna la Palabra de Dios a recordarnos que estamos llamados a cumplir los mandamientos.
No han pasado de moda. Ni hay al final letras chiquitas que digan ‘aplican restricciones’.
Hay que seguir el consejo que nos da el apóstol Santiago en la Segunda Lectura (ver Stg 1, 17-18.21-22.27): “Pongan en práctica esa palabra, y no se limiten a escucharla, engañándose a ustedes mismos” (Stg 1,22).
A diferencia de un instructivo, en la que con frecuencia descubrimos que hay indicaciones que no corresponden al modelo que estamos armando, y a diferencia de recetarios, en los que suele dar lo mismo sustituir un ingrediente por otro, cuando se trata de cumplir lo que nos pide Dios a través de Su Palabra, como quien dice, cuando se trata de seguir las precisas instrucciones que vienen en el manual de nuestro Fabricante, no hay excepciones, a todos nos toca amar, ayudar, perdonar, no abusar, no humillar, no mentir, no robar, no matar...
Pidámosle al Señor que nos ayude a cumplir, sin componendas, Su voluntad, y nos libre de querer hacer lo que tarde o temprano nos pueda echar a perder...