El banquete de la sabiduría
Alejandra María Sosa Elízaga**
Cuando alguien organiza una comida, suele invitar a quienes comparten sus mismos intereses, su profesión, sus gustos, gente con la que tiene algo en común, aunque no sea más que un parentesco lejano o que vive por el mismo rumbo.
Por ello llama la atención, que en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Prov 9, 1-6), se nos dice poéticamente que la sabiduría se edificó una casa, preparó un banquete, puso la mesa y envió a sus empleados a invitar, ¿a quiénes? a los sencillos y a los faltos de juicio.
¿Qué?, ¿la sabiduría no invitó a los sabios?
No. ¿Por qué? Porque fuera de ella nadie es sabio.
La sabiduría de la que habla el autor bíblico no es una sabiduría humana, es la sabiduría de Dios, y en este mundo nadie la tiene, si no la recibe de Él.
Pero para recibirla hay que reconocerse necesitado de ella.
Por eso invitó a los sencillos, a los que sabrían abrirse, sin reticencias ni complicaciones, al don de la sabiduría, e invitó también a los faltos de juicio, que definitivamente estaban muy necesitados de ella.
Es interesante que al invitarlos les dice. “Vengan a comer de mi pan y a beber del vino que he preparado.” (Prov 9, 5).
Los invita a sentarse a su mesa.
En la mentalidad oriental, compartir la mesa es entrar en comunión de vida; así que resulta significativo que la sabiduría quiera que entren en comunión con ella en dos ámbitos: en el quehacer cotidiano, representado por el pan, fruto del trabajo diario, y en el descanso, representado por el vino, que simboliza lo festivo, lo gozoso.
Como quien dice, los invita a vivirlo todo, la rutina y la fiesta, lo de todos los días y lo especial, las pruebas y las victorias, las tristezas y las alegrías, con sabiduría.
Y para ello les pide: “dejen su ignorancia y vivirán: avancen por el camino de la prudencia”. (Prov 9,6).
¿Cómo puede alguien dejar su ignorancia?
Solemos pensar que lo contrario de la ignorancia es el saber, entendido como estudio, preparación académica, tener un título, muchos conocimientos...
Pero en la Biblia la sabiduría no consiste en saber mucho, sino en elegir lo mejor, y ¿qué es lo mejor?, lo que nos conduce hacia Dios.
De ahí que a la petición de dejar la ignorancia, siga la propuesta de ir por el camino de la prudencia.
¿Qué es la prudencia?
Es, junto con la justicia, fortaleza y templanza, una de las cuatro virtudes morales, también llamadas ‘cardinales’ porque son como un eje (en latín cardo), fundamental de la vida del cristiano.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la prudencia: “es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo”. (CEC 1806). Y añade que: “Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.” (ídem)
Queda claro por qué la sabiduría invita a la prudencia, porque son parientas cercanas, que se ayudan, se complementan mutuamente. No se da una sin la otra.
Con razón en la Segunda Lectura dominical (ver Ef 5, 15-20), san Pablo pide que nos portemos “no como insensatos, sino como prudentes”, y que tratemos “de entender cuál es la voluntad de Dios” (Ef 5, 17), es decir, que seamos sabios.
Y ¿cómo podemos lograr esto? Aceptando la invitación que nos hace la sabiduría a comer de su pan y beber de su vino. ¿A qué nos suena esto?
Sin duda es un anuncio del banquete eucarístico, en el que Jesús nos invita a comer del Pan de vida y a beber del Cáliz de la salvación, a entrar en comunión de vida con Él, recibirlo, dejarlo actuar en nosotros, permitirle compartirnos, comunicarnos Su sabiduría.
En este domingo se da la rara coincidencia de que las tres lecturas se relacionen entre sí. La Primera nos invita metafóricamente al banquete de pan y vino de la sabiduría, y a ser prudentes, la Segunda reitera el llamado a ser prudentes y sabios, y en el Evangelio se concretiza esa invitación en la Eucaristía (ver Jn 6, 51-58).
Quedamos pues invitados a acercarnos con sencillez de corazón al banquete de la sabiduría, cuya casa es Jesús mismo, que nos da a comer el pan y el vino que nos ha preparado, Su Cuerpo y Su Sangre, para rescatarnos de la insensatez y darnos fuerzas para poder vivir sabia y prudentemente, cumpliendo en todo, como Él, la voluntad de Su Padre.