El Señor es mi Pastor
Alejandra María Sosa Elízaga**
Se lo fui recitando quedito, despacito, al oído.
Y su expresión se fue suavizando, serenando, cerró sus ojitos y se quedó tranquilo.
Era un viejito al que le llevaba la Sagrada Comunión. Estaba ya en las últimas, y había pasado la mañana muy inquieto, pero cuando escuchó las palabras de este Salmo se llenó de paz.
Se trata del Salmo que se proclama este domingo en Misa (el 22 en la Liturgia, el 23 en la Biblia), y es, sin duda, uno de los textos más conocidos, amados y memorizados de toda la Sagrada Escritura.
No he conocido ni creo conocer jamás alguien a quien no le conforte, conmueva o al menos le parezca bello.
¿Qué tiene de especial?
Para descubrirlo hay que repasarlo y reflexionarlo.
El Señor es mi Pastor
¿Qué significa esto? Que tenemos Alguien que vela por nosotros; que en este mundo ‘ancho y ajeno’, como lo llamaba el escritor Ciro Alegría, no estamos solos.
Quien no tenga familia, amigos, conocidos con los que pueda contar, y sienta que a nadie le importa lo que le pase, leer este Salmo le permite comprender que está en un error, que sí hay Alguien que se ocupa, que se preocupa, que le cuida, que no le olvida ni le abandona nunca, que no está solo, que es ovejita de un rebaño, y tiene un Pastor.
En verdes praderas me hace reposar
Aquel que dijo: ‘Vengan a Mí todos los que estáis fatigados y agobiados por la carga, y Yo os daré descanso” (Mt 11,28), es en verdad el único capaz de aligerar lo que nos agobia, ayudarnos a encontrarle sentido y dejar atrás toda inquietud y angustia.
Parafraseando ese Salmo que dice que si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles y que si el Señor no guarda la ciudad en vano vigilan los centinelas (ver Sal 127, 1), cabría decir que si el Señor no da el reposo, en vano intenta el hombre descansar. Se afanará buscando ‘relajarse’ con alcohol, con drogas, comprando cosas que no necesita, aturdiéndose con placeres momentáneos, pero quedará vacío y más desasosegado que antes.
“Sólo en Dios descansa mi alma” (Sal 62,2), sólo sabiendo que allí está el pastor, puede la ovejita echarse sobre la hierba y dormir sin temor de despertar como la abuela de la caperucita roja, en la panza del lobo...
Quienes se sienten tristes, ‘achicopalados’, agobiados por problemas, y van a visitar a Jesús, a pasar un ratito ante el Santísimo a desahogarse ante Él, salen distintos, con renovado ánimo, con nuevas fuerzas para enfrentar su situación. Como dijo el salmista: “Haz la prueba y verás, qué Bueno es el Señor. Dichoso el hombre que se refugia en Él.”(Sal 34, 9).
Y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas.
Las ovejas no beben agua corriente, y no me refiero a que beban agua embotellada y de buena marca, ja ja, sino a agua que corre, agua de río. Claro, instintivamente evitan acercarse, porque corren el riesgo de caerse, ser llevadas por la corriente, y ahogarse.
El pastor debe conducirlas a manantiales de aguas tranquilas.
¿Hacia dónde nos conduce nuestro Pastor?
Hacia el manantial inagotable que brota de Su costado, hacia la sangre y el agua que es, como dijo a santa Faustina, la vida de las almas, la fuente de los Sacramentos, signos sensibles y eficaces de Su gracia y Su misericordia por nosotros.
Nuestro Pastor nos conduce al manantial inagotable de Su amor, el único capaz de abrevar nuestra sed y en verdad reparar nuestras fuerzas.
Dice el profeta Isaías “Los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas, se remontarán con alas como las águilas; correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán.” (Is 40, 31).
Por ser un Dios fiel a Sus promesas, me guía por el sendero recto.
Duele cuando alguien promete algo y no lo cumple, sea el político que no realiza aquello a lo que se comprometió durante su campaña, o el esposo que falta a sus votos matrimoniales. Y desgraciadamente es lo más común.
Entonces viene como un bálsamo para el alma la certeza de que Dios no falla, siempre cumple lo prometido, y Sus promesas son ¡maravillosas! Nos promete nada menos que ¡el cielo!, ¡la dicha eterna!, enjugar las lágrimas de todos los rostros y llevarnos a gozar de una felicidad que no termina! ¡No hay nada mejor que eso!
Y en estos tiempos en que tantos se han ido chueco, por caminos que los llevan a ya no saber qué está bien y qué está mal; que en lugar de ser ovejas del Pastor se vuelven borregada manipulada que sigue ciegamente lo que difunden los medios de comunicación, los grandes desinformadores y malformadores de conciencia de hoy en día, qué alivio saber que tenemos un Pastor que nos conduce por una senda segura, recta, sin desvíos, hacia nuestra salvación.
Así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú estás conmigo. Tu vara y Tu cayado me dan seguridad.
Con el pastor conduciéndola, la oveja no teme tener que atravesar por sitios oscuros en lo que no ve claro por dónde va, le basta escuchar sus pisadas, sentir cómo la empuja suavemente con su vara, para que no se desvíe del rebaño, saber que si se cae, la levantará con su cayado.
También nosotros tenemos la certeza de que no importa qué nos toque vivir, qué dificultades grandes o pequeñas, Aquel que prometió: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20), nunca nos abandona. Y con Él a nuestro lado, no hay nada que no podamos enfrentar y superar.
Como decía santa Teresa, sólo Dios basta.
Tú mismo me preparas la mesa a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes.
En verdad nuestro adversario el diablo se ha quedado despechado al ver lo que ha hecho por nosotros nuestro Pastor: Nos ha ungido, con el óleo santo en nuestro Bautismo, nos ha hecho hermanos Suyos, hijos adoptivos de Su propio Padre, y por si fuera poco, nos ha invitado a un banquete en el que nos ha dado a comer Su Cuerpo, Pan de vida eterna, y nos ha dado a beber Su Sangre, Cáliz de eterna salvación.
Tu bondad y Tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida;
San Pablo afirma que nada puede apartarnos del amor de Dios (ver Rom 8, 35-39).
Dios nos ama con misericordia, es decir, pone Su corazón en nuestra miseria, nos ama con todo y a pesar de nuestras miserias.
Decía Benjamín Franklin que ‘nada es seguro en este mundo más que la muerte y los impuestos’. Cabría decir más bien que nada es seguro más que la misericordia de Dios.
Como dice el salmista: “Los días del hombre duran lo que la hierba; florecen como flor del campo que el viento la roza y ya no existe. Pero la misericordia del Señor dura por siempre” (Sal 103, 15-17).
Y viviré en la casa del Señor por años sin término.
La esperanza de la ovejita es pertenecer siempre al rebaño del pastor.
La nuestra también.
Esperamos que un día venga por nosotros, nos cobije en Sus brazos y nos lleve a ese lugar especial que nos ha prometido y nos ha preparado, en la casa de Su Padre, nuestro redil celestial.