Un solo corazón
Alejandra María Sosa Elízaga**
“La multitud de los que habían creído tenían un solo corazón y una sola alma; todo lo poseían en común...Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían terrenos o casas, los vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles, y luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno...” (Hch 4, 32. 34-35).
Siempre que leo este texto que se proclama como Primera Lectura en Misa este Segundo Domingo de Pascua, me pregunto, ¿qué fue lo que pasó?, ¿cómo fue que esto dejó de ser así?, ¿en qué momento los creyentes dejaron (desde entonces y hasta ahora), de tener un solo corazón y una sola alma?, ¿cuándo sucedió que empezaron las diferencias y los que tenían más no sólo ya no compartieron sus bienes, sino que vieron con indiferencia que otros tuvieran menos?
No lo sé.
Supongo que sucedió cuando Constantino hizo del cristianismo la religión oficial del imperio y miles de personas se ‘convirtieron’ sin verdadera convicción, sólo por seguirle la corriente al emperador y quedar bien con él, y como no estaban dispuestas a cambiar de vida ni a despojarse de lo que tenían en favor de otros, racionalizaron todo el asunto como lo seguimos racionalizando hoy cuando justificamos no compartir con nadie lo que tenemos.
Y no puedo menos que preguntarme qué hubiera sucedido si eso no hubiera sucedido.
¿Cómo sería hoy el mundo, si ese pequeñito grupo de cristianos, que hoy ha llegado a mil millones en todo el mundo, hubieran seguido compartiéndolo todo?, ¿cómo sería hoy el mundo si en las comunidades, ciudades, naciones, cristianas, nunca hubiera habido pobres porque todos se hubieran asegurado que a nadie le faltara lo indispensable, y hasta que todos lo tuvieran, se hubiera avanzado al siguiente nivel, y al siguiente y al siguiente, cuidando que nadie se adelantara ni nadie quedara rezagado?
No habría ricos multimillonarios que dilapidan su fortuna en frivolidades, ni gente paupérrima que muere de inanición.
Probablemente a estas alturas, viviríamos en una confortable clase media, que nos permitiría disfrutar la existencia, sin excesos ni escasez.
Lamentablemente las cosas no son así.
Y hoy en día hay abismales diferencias entre los que tienen de todo y los que carecen de todo.
Por mencionar estadísticas sólo en nuestro país: hay 24 empresarios que se cuentan entre los más ricos del mundo (uno de ellas encabeza la lista), y, qué ironía, el mismo número pero al revés: 42 millones de pobres que viven en la más absoluta miseria.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Es tan gigantesco el reto que existe la tentación de cruzarse de brazos pensando que no hay nada que hacer, que lo poco que uno pueda hacer no serviría de nada.
Pero no es así.
Sí es posible hacer algo.
Somos mil millones de católicos en el mundo. Si cada uno hiciera su parte, ¡sin duda se notaría una diferencia!
Por lo pronto, podemos seguir estas cinco sugerencias prácticas:
1. Procuremos llevar un estilo de vida sobrio, austero, sin caer en las trampas del consumismo que nos empuja a comprar, a gastar, a querer tener cosas que realmente no necesitamos.
2. Revisemos con frecuencia tu ropero, despensa y cajones, aparta y compartamos con personas necesitadas lo que podamos, no esperar a que se haga viejo o caduque.
A veces justificamos con un ‘por si acaso’, guardar algo por si llegamos a necesitarlo. Con la misma frase podemos justificar donarlo, por si ya le hace falta a alguien hoy.
Recordemos que Teresa de Calcuta decía: ‘hay que dar hasta que duela’, y el Papa Francisco dice: ‘desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.’
3. Apartemos un porcentaje de nuestro dinero para apoyar a instituciones que ayudan a los más necesitados. Esta es una valiosa costumbre no sólo para quienes reciben sueldo o pensión, también para los niños, que así van habituándose a dar una parte de su ‘domingo’ para bien de los demás. Todo cuenta, nada es demasiado poco. Y aunque a veces ello implique un esfuerzo colosal, no quedará sin recompensa. A Dios nadie le gana en generosidad...
4. Cuando nos entre un inesperado dinerito extra, que lo primero no sea preguntarnos ¿qué gustito -o gustote- me daré?, ¿qué me compraré?, sino ¿a qué persona necesitada puedo beneficiar compartiéndole parte de esto?
5. Cuando haya una situación de emergencia, por ejemplo de refugiados o damnificados, haagmos un esfuerzo especial y donemos lo que podamos para apoyar a quienes los ayudan (por ejemplo a Cáritas o a Catholic Relief Services).
Hagamos realidad lo que propuso el Papa Francisco en un tweet hace unos días: “que las comunidades cristianas sean lugar de misericordia en medio de tanta indiferencia”.
Luchemos contra lo que él llama la ‘globalización de la indiferencia’, y en su lugar globalicemos la solidaridad, la compasión, volvamos a tener, como la primera comunidad cristiana, un solo corazón.