Obras y testimonio
Alejandra María Sosa Elízaga**
Nos han enseñado a ganarnos lo que recibimos.
Nos sentimos orgullosos cuando desquitamos el sueldo, cuando merecemos la buena calificación en un examen, incluso quien recibe un premio en un concurso de televisión, queda satisfecho si piensa que se lo ganó porque jugó bien.
Pero cuando se trata de la salvación, en otras palabras, cuando se trata de poder pasar la eternidad con Dios, con María, con todos los santos habidos y por haber, cuando se trata de alcanzar esa felicidad que no tendrá final, es imposible ganarla por nosotros mismos.
Nada, pero lo que se dice nada que pudiéramos hacer, podría garantizarnos la entrada al cielo.
Ni ‘portarnos bien’, ni ser ‘buenas gentes’. No hay pilones celestiales que podamos canjear por un boleto de ingreso, ni revendedores en la puerta.
Por nosotros mismos jamás habríamos podido saldar la deuda que teníamos con Dios.
Tuvo que venir Jesús a pagarla, a rescatarnos, a redimirnos.
Él nos trajo la salvación. Él nos abrió la puerta del cielo.
Pero eso no significa que ya todos estemos salvados, queramos o no (decía san Agustín: ‘Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti’), ni que no tengamos que hacer nada para aceptar la salvación.
Sí hay algo que tenemos que hacer. Y es importante saberlo.
Los hermanos separados dicen: ‘basta la sola fe, si tú crees en Jesús y lo aceptas como tu Señor, serás salvo’.
Pero eso no lo enseña la Biblia.
No basta tener fe.
Dice el apóstol Santiago: “también los demonios creen” (Stg 2,19), y no por eso se salvan.
La Iglesia nos enseña que para aceptar la salvación que Cristo nos da gratuitamente, se requieren la fe y las obras, es decir, creer en Jesús y decir sí a lo que nos pide (porque la fe no consiste sólo en tener un conocimiento intelectual, sino en adherirse a la voluntad del Señor), y demostrar con obras, es decir, con hechos concretos, nuestra fe.
Hasta allí vamos bien, pero tal vez quienes vayan a Misa este domingo, y pongan atención a la Primera Lectura (ver Ef 2, 4-10), se pregunten, entonces ¿por qué dice san Pablo que la salvación no se debe a las obras? ¿Acaso está en contradicción con lo que enseña la Iglesia?
No lo está.
San Pablo se refiere a que la salvación no depende de nuestras obras, para que no creamos que con nuestras obras nos salvamos, pues sólo Jesús tiene el poder de salvar, y lo emplea gratuitamente, por pura misericordia Suya.
Lo dicho por san Pablo es, sobre todo, para que nadie presuma (se gloríe) de sus obras.
Pero no dice que no debamos hacer obras.
En su carta a los romanos aseguró que seremos juzgados por nuestras obras (ver Rom 2,6) y en su carta a los corintios llegó incluso a decir que podemos tener fe como para mover las montañas, pero que si no tenemos caridad (es decir, amor que se exprese en obras), no somos nada. (ver 1Cor 13).
El propio Jesús nos invitó a hacer buenas obras que muevan a la gente a dar gloria a Dios (ver Mt 5,16), y en la parábola sobre el fin del mundo, planteó que los justos se salvarán por sus obras (ver Mt 25, 31-46).
Por eso la Iglesia nos propone, en especial en este tiempo de Cuaresma, que hagamos obras de misericordia, espirituales (enseñar al que no sabe; dar buen consejo; corregir al que se equivoca; perdonar al que nos ofende; consolar al triste; soportar con paciencia los defectos del prójimo; rogar a Dios por vivos y difuntos), y corporales (visitar a los enfermos; dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; albergar al peregrino; vestir al desnudo; visitar a los presos; enterrar a los muertos).
Es que nuestras obras demuestran que aceptamos el don de salvación que el Señor nos regala.
Es lo que dice Santiago en su carta: “Por mis obras te demuestro mi fe” (Stg 2, 18).
Así pues, queda claro que la salvación es un don gratuito que recibimos inmerecidamente, pero queda claro también que estamos llamados a demostrar, con nuestras obras, que la aceptamos.
Con ello no sólo agradecemos a Dios tan gran regalo, sino damos testimonio que puede impactar a quienes nos rodean y abrirlos al don de la salvación.
Al respecto dice el Papa Francisco:
“Parto de una frase de Papa Benedicto XVI. La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción… La atracción la da el testimonio.
Consejo primero: testimonio. O sea, vivir de tal manera que otros tengan ganas de vivir. Como nosotros. Testimonio. No hay otro. No hay otro.
Vivir de tal manera que otros se interesen en preguntar ¿por qué? El testimonio. El camino del testimonio. Que de eso no hay nada que lo supla. Testimonio en todo.
Nosotros no somos salvadores de nadie. Somos transmisores de alguien que nos salvó a todos. Y eso solamente lo podemos transmitir si asumimos en nuestra vida en nuestra carne, en nuestra historia, la vida de ese alguien que se llama Jesús. O sea testimonio. Testimonio.” (Discurso pronunciado el 27/10/14).