Destino en construcción
Alejandra María Sosa Elízaga**
Si eres de las personas que creen que su ‘destino’ ya está ‘escrito’ por Dios y nada lo puede modificar, presta atención a la pequeña pero significativa frase que viene casi al final de la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Jon 3, 1-5. 10), la que afirma que Dios “cambió de parecer”.
Cabe hacer notar que no dice que Dios cambió, siendo Dios y por lo tanto eterno y perfecto, no cambia nunca; dice que cambió “de parecer”, es decir, que Dios había pensado hacer algo y luego decidió no hacerlo.
La Lectura, tomada del libro del profeta Jonás, va directo al grano para decirnos en pocas palabras que el Señor envió a Jonás a anunciar que la ciudad de Nínive sería destruida, que Jonás fue, lo anunció, y la gente de Nínive reaccionó con fe y conversión, por lo que “Dios cambió de parecer y no les mandó el castigo que había determinado imponerles” (Jon 3, 10).
Descubrimos aquí algo fundamental:
Que por mal que hayamos vivido, por terribles pecadores que hayamos sido, no estamos irremediablemente condenados, nuestro destino no está ya ‘escrito’, podemos cambiarlo, y si hasta ahora hemos dado tantas veces la espalda a Dios que mereceríamos irnos derechito al castigo eterno, todavía tenemos remedio, el Señor nos da la oportunidad de enmendarnos, y nunca se cansa de invitarnos a la fe y a la conversión.
¿Qué es la fe? No es, como se suele pensar, un conocimiento intelectual, no se trata simplemente de creer que Dios existe (la Biblia dice que también los demonios ‘creen’, y eso no les sirve de nada). La fe consiste en responderle positivamente a Dios, en aceptar lo que nos pide, en vivir como nos propone, en demostrarle con nuestras obras que aceptamos y anhelamos la salvación que nos ofrece.
Y ¿qué es la conversión? La gente suele pensar que el término se refiere al cambio que tuvo alguien que no era creyente o estaba lejos de la Iglesia y regresó, y sí, desde luego que eso es una conversión, pero no solamente. Convertirse significa, sobre todo, cambiar de mentalidad, de forma de pensar, para enderezar nuestro rumbo cuanto haga falta, y reorientar los propios pasos hacia Dios.
Fe y conversión van necesariamente juntas, la segunda es consecuencia de la primera, y son indispensables en la vida del creyente. Dios las tomó muy en cuenta para no castigar a los ninivitas, y fue lo primero que pidió Jesús cuando empezó a predicar: “Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15).
En este Tercer Domingo del Tiempo Ordinario, nos llega a buena hora la certeza de que no somos títeres del destino, que podemos cambiarlo si decimos sí al Señor y lo seguimos, como Sus discípulos, todo el camino.