y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Disponibilidad

Alejandra María Sosa Elízaga**

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Éste es uno de esos casos en que si uno se pone a imaginar lo que pudo haber pasado y no pasó, aprecia el doble lo que sí sucedió.

Nos los cuenta quien lo vivió en carne propia, el anciano profeta Samuel, en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Sam 3, 3-10.19), en la que recuerda, como si fuera ayer, el modo misterioso e inolvidable en que siendo apenas un muchacho, conoció a Dios.

 Dice que “servía en el templo a las órdenes del sacerdote Elí”, y una noche en que cada uno estaba durmiendo en su respectiva habitación, “dentro del santuario donde se encontraba el arca de Dios, el Señor llamó a Samuel.” y éste, creyendo que lo estaba llamando Elí, fue corriendo a su cuarto y le dijo: “Aquí estoy, ¿Para qué me llamaste?”, a lo que Elí le respondió: “Yo no te he llamado, vuelve a acostarte”.

Hace notar Samuel que él todavía no conocía al Señor, como explicando por qué no había sabido reconocer Su voz.

Aquello se repitió tres veces, pero a la tercera, “comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al joven” y le recomendó que se fuera a acostar y que si le llamaban respondiera: “Habla, Señor; Tu siervo te escucha”. Así lo hizo Samuel, y desde entonces el Señor estuvo siempre con él.

Eso fue lo que ocurrió, ahora consideremos lo que no ocurrió:

1. No ocurrió que al oír Samuel aquella voz que lo llamaba, pensara: ‘¡qué lata!, ¡es el viejito Elí, quién sabe qué quiera, que no me moleste, ahorita tengo sueño, lo atiendo mañana’, y se quedara arrebujado en su camita, sino que se levantó, seguramente de un salto, pues dice que fue “corriendo” a donde estaba Elí.

Su disponibilidad hizo la diferencia.

 Si no se hubiera levantado, a la mañana siguiente aquello tal vez le hubiera parecido un sueño, quizá le hubiera dicho a Elí ‘anoche soñé que me llamabas’ y cuando éste le hubiera dicho que no lo llamó, se hubiera quedado tan tranquilo, pero se hubiera perdido conocer al Señor.

 A veces algo aparentemente insignificante que nos sucede en el día, y el modo como respondemos (por ejemplo, si ayudamos o no a alguien, si vamos a Misa o no, si oramos o no), puede tener consecuencias que ni imaginamos.

 2. No ocurrió que a la segunda vez en que la voz lo llamó, Samuel hubiera dicho: ‘ni para qué me levanto, no tiene caso, no me llamaba Elí, alguien me está ‘tomando el pelo’.

 En nuestra vida de fe tenemos siempre la tentación de desistir. Si Dios no nos responde como esperamos, dejamos de orar; si no entendemos algún texto de la Biblia, dejamos de leerla, si un día no nos cayó bien el padre o su homilía, dejamos de ir a Misa; perdemos lo más por lo menos. Por algo Jesús nos invitó a perseverar.

 3. No ocurrió que cuando Samuel fue a preguntarle a Elí por qué lo llamaba, éste lo hubiera regañado por despertarlo y se hubiera ido enojando más y más hasta gritarle: ‘¡si me sigues despertando, ya verás!

La paciencia y comprensión con que respondemos a los otros, especialmente cuando más molestos son, puede darles la confianza que necesitan para acercarse a nosotros y, a través de nosotros, a Dios.

4. No ocurrió que Elí pensara que Samuel estaba soñando o imaginando voces y no le diera importancia al asunto. Se ve que lo ponderó y eso le permitió captar que allí estaba sucediendo algo especial.

A veces dejamos que la vida se nos vaya sin reflexionarla, sin preguntarnos los ‘cómos’ y los ‘para qués’ de lo que nos sucede, y perdemos la oportunidad de detectar el modo discreto pero maravilloso como Dios se nos hace presente.

 5. No ocurrió que Elí sintiera envidia de que esa noche Dios llamara a Samuel y no a él, y hasta le recomendara que se pusiera tapones de oído y se volviera a dormir.

 A veces en la vida de fe, se da la competencia, los celos, las envidias hacia personas a las que Dios elige para alguna misión, por grande o pequeña que sea.

 Y es una lástima, porque ello impide que se compartan experiencias que podrían ayudar y enriquecer a ambas partes.

 6. No ocurrió que Elí le dijera: ‘quédate despierto porque seguro vas a ser llamado otra vez.’ Aun siendo un profeta que podría haber presumido de tener gran familiaridad con Dios, no presumió de saber lo que Dios haría, y se limitó a recomendar a Samuel cómo responder si acaso era vuelto a llamar.

 En la vida espiritual nunca se puede pensar que ya se conoce a Dios y lo que quiere de nosotros. Hay que preguntárselo cada día, empezar cada día como por primera vez.

7. No ocurrió que Dios se desesperara de que Samuel no lo reconociera y pensara que ya no valía la pena seguirlo llamando.

 Dios nunca se cansa de buscarnos, de llamarnos, de esperar que nos demos cuenta, pero claro, no por ello hay que posponer el encuentro indefinidamente, porque su paciencia es infinita pero nuestro tiempo en este mundo no.

8. No ocurrió que Samuel no siguiera la recomendación de Elí, que pensara: ‘ni loco digo eso, es demasiado comprometedor, quién sabe qué me vaya a pedir esa voz’, sino que se atrevió a pronunciar, y obviamente a respaldar, esas palabras, y empezó así su sólida relación con Dios.

 A veces nos da miedo ponernos o poner a nuestros seres queridos enteramente en las manos de Dios, sentir que perdemos el control y se lo entregamos a Él, porque quién sabe qué pueda pedirnos que no estemos dispuesto a dar. Es un error. El, que nos creó, nos ama y nos conoce mejor que nadie, quiere sólo nuestro bien y salvación, nunca hará nada que pueda dañarnos, y lo mejor que podemos hacer es confiar y responder como responderemos a la Lectura este domingo en el Salmo Responsorial: “Aquí estoy, Señor, para hacer Tu voluntad”.

9. No ocurrió que luego de este encuentro con Dios, Samuel se olvidara de Él.

 A veces nos pasa que tenemos un encuentro personal con Dios, en un rato de oración, en un retiro, en un cierto momento en el que nos sentimos cerca de Él y gozamos de Su presencia, pero luego nos vamos olvidando, enfriando. En el libro del Apocalipsis reclama el Señor: “tengo contra ti que has perdido tu amor de antes” (Ap 2, 4).

Hasta aquí la reflexión sobre lo que pudo haber pasado y no pasó. Nos queda ahora que empezar a aprovechar el ejemplo extraordinario del anciano Eli y el joven Samuel, que a pesar de su diferencia de edad tenían en común algo que en nuestra relación con Dios nosotros también hemos de cultivar: su permanente disponibilidad.

*Publicado el 18 de enero de 2015 en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y en la pag. del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx), y en la pag de facebook de Ediciones 72. Conoce los libros y cursos de Biblia gratuitos de esta autora y su ingenioso juego de mesa 'Cambalacho' aquí en www.ediciones72.com