No aplican restricciones
Alejandra María Sosa Elízaga**
‘Aplican restricciones’.
Es una frase que suele venir en letritas microscópicas o pronunciada por una voz muy quedito y a mil por hora, cuando algo que se anuncia, se pide o se ofrece no aplica a toda la gente o en todos los casos.
Y tal vez muchos buscan afanosamente a ver si dicha frase aparece en la parte de abajo de la Biblia, o tal vez a un ladito de lo que pide san Pablo en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Tes 5, 16-24), pero es inútil, no viene, no la van a encontrar.
¿Por qué cabría aquí esperar que apliquen restricciones? Porque el Apóstol pide:
“Hermanos: Vivan siempre alegres; oren sin cesar; den gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús” (1Tes, 5,1-186), y eso de ‘siempre’, ‘sin cesar’ y ‘en toda ocasión’, nos suena demasiado permanente, quisiéramos que hubiera excepciones.
Pero no las hay. Veamos por qué.
Primero se nos pide que vivamos “siempre alegres”.
Y uno se pregunta: ¿es posible mantener una alegría constante?, ¿que no sea nunca interrumpida por el malhumor, la depresión, el desánimo, y demás emociones negativas que experimentamos cotidianamente ante las dificultades pequeñas y grandes de la vida?
Para hallar la respuesta es necesario primero no confundir la alegría que se experimenta en lo profundo del alma, que es a la que se refiere san Pablo, con esa supuesta alegría que ofrece el mundo, y que suele ser producto de un placer superficial y efímero.
Esta última aparente alegría es imposible de mantener, se rompe fácilmente a la primera contrariedad o una vez que el placer que la ha causado queda en el pasado.
La otra alegría, en cambio, tiene su razón de ser en lo que afirma el profeta Isaías en la Primera Lectura: “Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo en mi Dios” (Is 61, 10), que más tarde sería retomado por María en lo que ahora conocemos como el Magníficat y que este domingo se emplea como Salmo Responsorial: “Mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi Salvador” (Lc 1, 47).
Es posible alegrarse siempre si la razón de nuestra alegría es Dios, que está siempre con nosotros, en las buenas y en las malas, colmándonos de Su amor y de Su gracia.
En segundo lugar pide que oremos “sin cesar”, lo cual parece imposible de cumplir si se piensa que orar únicamente consiste en rezar oraciones, leer rezos, etc., pues necesariamente habría que interrumpirlos para comer, bañarse, dormir y realizar las diversas actividades de cada día. Pero para orar no sólo hay que hablar, también hay que escuchar, contemplar, adorar, incluso levantar un instante el corazón agradecido, enamorado, hacia Dios; mantener, como pedía san Francisco de Sales, la constante conciencia de la presencia de Dios.
Es posible orar sin cesar si a lo largo de la jornada no olvidamos que estamos siempre ante Dios, y lo vivimos todo volviendo constantemente hacia Él nuestra mirada.
Y por último, pide san Pablo que demos “gracias en toda ocasión”, lo cual a muchos creyentes puede parecerles absurdo, pues no creen que sea posible agradecerlo todo, en especial cuando sucede algo que consideran malo, o cuando Dios no ha respondido a sus oraciones como hubieran querido.
Pero es que la gratitud a la que se refiere san Pablo no está condicionada, no depende de si Dios cumple o no nuestras peticiones, deseos o caprichos, sino que brota, irrefrenable, cuando captamos que Dios nos ama con amor eterno e inmerecido, y que todo lo que hace o permite en nuestra vida es siempre para nuestro bien y santidad, porque nos ama tanto que quiere que podamos pasar con Él la eternidad.
Descubrimos así que tenemos muchas y muy sólidas razones para responder al llamado que nos hace san Pablo a vivir siempre alegres, orar sin cesar y agradecérselo todo a Dios, y por eso no conviene ni es posible aplicarle restricciones...