Volverá
Alejandra María Sosa Elízaga**
Hubieran podido tomar lo que les dijeron como razón que justificara quedarse donde estaban.
Pero fue al revés: al oírlo, de inmediato se fueron.
En la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Hch 1, 1-11) dice que cuando Jesús ascendió al cielo, Sus Apóstoles se quedaron mirándolo, “viéndolo alejarse”, cuando en eso unos hombres vestidos de blanco, (descripción que en la Biblia suele hacer referencia a los ángeles), les dijeron: “Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse”.
“¿Volverá como lo hemos visto alejarse? ¡Ah, pues entonces aquí nos quedamos, para no perdernos verlo cuando vuelva!”, podían haber replicado los Apóstoles.
Sabiendo que volvería, podían haberse sentido justificados a sentarse a esperarlo, pero no fue así.
A las palabras de los hombres de blanco respondieron regresando de inmediato a Jerusalén (ver Hch 1, 12).
¿Por qué reaccionaron de ese modo?, ¿por qué el aviso de que Jesús volvería (y eso que pensaban que Su regreso era inminente), los movió a irse y no a quedarse?
Porque Él les había dejado una tarea, les había dado algo que hacer, y querían hacerlo antes de que volviera.
Les había pedido no alejarse de Jerusalén, pues ahí serían “bautizados con el Espíritu Santo” que los llenaría de fortaleza, y ser Sus testigos “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra” (Hch 1, 8).
Debían, pues, aguardar a recibir al Espíritu Santo y luego lanzarse a dar testimonio de su fe en el Señor, anunciar a todas las gentes “las maravillas de Dios” (Hch 2,11).
Así lo hicieron, y si Jesús hubiera vuelto entonces, ¡qué felicidad, que los hubiera encontrado cumpliendo Su voluntad!
Pero no volvió.
Tardó más de lo que pensaban.
Y algunos que probablemente habían tomado la despedida de Jesús como un ‘voy y vengo’, empezaron a inquietarse preguntándose por qué demoraba tanto, al grado de que Pedro y también Pablo tuvieron que dar tranquilizadoras razones (ver 2Pe 3,9; 2Tes 2,1-3).
Pero cabe hacer notar que esa aparente demora de la venida del Señor no los desanimó y supieron perseverar toda su vida esforzándose al máximo en cumplir lo que Él les pidió.
Nosotros hoy en día estamos en el mismo caso de ellos.
También aguardamos la Segunda Venida de Cristo, también recibimos el Espíritu Santo y también hemos sido llamados a predicar la Buena Nueva en el nombre del Señor.
¿Nos quedamos inmóviles mirando al cielo, viviendo una religiosidad que se limita a volver la mirada hacia Dios (y vivir de manera individual ‘mi Misa’, ‘mi oración’, ‘mi relación con Él’, y ya)? o bien ¿nos dejamos mover y nos ponemos en camino, como pide el Papa Francisco, al encuentro de otros que están necesitados de que les hablemos de Dios, no sólo con nuestras palabras sino sobre todo con nuestras obras?
Saber que Jesús volverá, y que tal vez tarde en volver, no ha de ser pretexto para quedarnos esperándolo con los brazos cruzados, sino motivación para apresurarnos a realizar, antes de que regrese, lo que nos ha mandado.