Desacostumbrarnos a acostumbrarnos
Alejandra María Sosa Elízaga**
Suele suceder que a quien le hacen un grandísimo favor, primero se apena, asegura que no quería molestar, se muestra renuente a recibirlo y por fin lo acepta agradecido.
Luego, si le siguen haciendo ese favor, poco a poco se va acostumbrando a contar con él, y también poco a poco deja de apreciarlo y agradecerlo.
Y por último, si un día dejan de hacérselo, se molesta y tal vez incluso reclama, porque ha llegado a considerarse merecedor de aquel favor, y se siente con derecho a exigirlo.
Así pasa también con relación a Dios.
Quizá de repente nos detenemos a considerar todo lo que hace por nosotros, y se lo agradecemos, pero al recibir todo eso cotidianamente, nos vamos habituando, lo damos por hecho, dejamos de considerar que lo obtenemos por puritita bondad divina y no por mérito nuestro, y si aquello nos falta, nos sentimos defraudados, nos enojamos, se lo exigimos a Dios como si fuera Su obligación proporcionárnolso.
Reflexionaba en esto al ver que en el Salmo Responsorial de la Misa dominical (del Sal 33), se nos pide que “demos gracias a Dios” y se nos recuerda que “la tierra llena está de Sus bondades”, oportuno llamado para que hagamos un alto y consideremos todas las cosas buenas que Dios ha creado, todo lo bueno que ha hecho por nosotros, incluido aquello que de momento duele o parece difícil, pero que nos hace crecer, nos fortalece espiritualmente, y dejemos que se renueve en nuestro corazón el gozo, la alabanza, la gratitud. Hemos de desacostumbrarnos a acostumbrarnos, verlo todo como por primera vez, como con ojos de niño, y expresarle nuestro profundo reconocimiento y gratitud.
El otro día escuché una provocativa pregunta que aquí te comparto:
Si mañana sólo contaras con lo que le agradeciste a Dios hoy, ¿con qué contarías?