Hoy como ayer
Alejandra María Sosa Elízaga**
¿Qué nos pasó?, ¿cuándo fue que dimos el lamentable ‘cambiazo’?, ¿cómo fue que dejamos de ser como éramos?
En la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Hch 2, 42-47) dice:
“En los primeros días de la Iglesia, todos los que habían sido bautizados eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones”, y más adelante añade: “todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Los que eran dueños de bienes o propiedades los vendían, y el producto era distribuido entre todos, según las necesidades de cada uno. Diariamente se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos, con alegría y sencillez de corazón, Alababan a Dios y toda la gente los estimaba.”
Quién sabe qué sucedió, cómo fue que poco a poco se fueron relajando las exigencias, los cristianos se fueron acomodando a sus circunstancias y dejaron, dejamos, de vivir como lo describe san Lucas, al grado de que hoy en día la gran mayoría de la gente considera que esa descripción se refiere a un grupito reducido de gente excepcional que vivió en tiempos de Cristo, y da por hecho, tal vez con triste resignación o tal vez con alivio, que las cosas ya no pueden ser así.
Pero eso no es cierto, ¡claro que pueden volver a ser así!, ¿sabes de qué depende? Ni más ni menos que de ti y de mí.
¡Sí! No nos sentemos a esperar a ver si se da un cambio general en el que nos veamos irremediablemente arrastrados, empecemos el cambio ya, hoy.
Está más al alcance de nuestra mano de lo que parece a primera vista.
Todo consiste en considerar seriamente qué es lo que hacían esos cristianos de los primeros tiempos, y ¡hacer lo mismo!
El texto bíblico dice que “eran constantes en escucha la enseñanza de los apóstoles”, para nosotros hoy eso implica apartar un tiempo diario o al menos semanal, para sentarnos a leer la homilía del Papa, o su mensaje del Ángelus, o saborear a pedacitos, reflexionándola y comentándola con otros, la Exhortación Apostólica ‘Evangelii Gaudium’ (‘La Alegría del Evangelio’).
Implica también conocer nuestra fe, tener en casa y leer el Catecismo de la Iglesia Católica; consultar los documentos vaticanos.
Hoy en día, contamos con la maravillosa facilidad de dar clic en una pantalla, sea de celular o de computadora, y tener a nuestra disposición el sitio oficial del Vaticano, que nos ofrece todos los discursos, homilías, textos, y documentos del Papa Francisco y sus antecesores (www.vatican.va). ¡Una riqueza extraordinaria que no nos podemos perder!
El texto bíblico también dice que eran constantes en la “comunión fraterna”, lo cual se refiere a la manera fraterna en que vivían, ayudándose mutuamente con verdadera solidaridad.
Es una invitación para que nosotros, a partir de este día en que celebramos la Fiesta de la Divina Misericordia, practiquemos todos los días obras de misericordia, espirituales (aconsejar al desorientado; enseñar al que no sabe; corregir al equivocado; consolar al afligido; soportar de buen grado al prójimo; perdonar las ofensas; orar por todos), y corporales (dar de comer al hambriento; de beber al sediento; vestir al desnudo; visitar al enfermo; hospedar al forastero; liberar al cautivo; sepultar a los muertos).
El texto bíblico menciona que los primeros cristianos eran constantes en “la fracción del Pan”, lo cual para nosotros equivale a ser constantes en ir a Misa, ojalá no sólo cada domingo, sino cada vez que podamos, también entre semana.
La Eucaristía es el centro de la vida del creyente, donde cargamos ‘pilas espirituales’, donde recibimos el abrazo del Señor, Su perdón, Su Palabra y a Él mismo como alimento de vida eterna. ¿Cómo lograríamos vivir en el amor sin recibir a Aquel que es el Amor?
El texto bíblico habla también de que los primeros cristianos eran constantes “en las oraciones”, ello implica para nosotros hoy dos cosas: la primera, ir a contracorriente de un mundo que nos invita a creernos autosuficientes; reconocemos que eso es falso, que no nos bastamos a nosotros mismos, que estamos necesitados de Dios, y la segunda, estar pendientes de las necesidades de los demás e interceder por ellos. Que no sólo pidas por ti o por los tuyos, sino por todos.
Sigue diciendo el texto bíblico que los creyentes compartían todo, que vendían sus bienes y ponían el dinero a la disposición de todos.
Eso no quiere decir que lo daban todo o que se quedaban sin nada, sino que sabían compartir lo que tenían, de modo que nadie acaparaba, nadie tenía más que otros y nadie pasaba necesidad.
Ello para nosotros hoy implica dar una buena revisada a la manera como manejamos y gastamos nuestro dinero. ¿Qué tanto empleamos para nosotros y qué tanto compartimos con los necesitados?, ¿en qué cosas superfluas gastamos un dinero que podría haber remediado necesidades indispensables de otros hermanos?
Termina el texto bíblico mencionando dos características de los primeros cristianos: su “alegría y sencillez de corazón”, y hace notar que toda la gente los estimaba.
Claro, quien tiene esas características se gana enseguida a los demás.
Pensemos, sin ir más lejos, en el Papa Francisco: su alegría y sencillez de corazón ha conquistado a propios y ajenos, y lo mismo sucedió con los dos nuevos santos canonizados este domingo: el Papa Juan XXIII y el Papa Juan Pablo II.
Esas dos cualidades fueron características suyas que estamos llamados no sólo a admirar sino a imitar.
Podemos ser alegres, si ponemos la razón de nuestra alegría no es la salud, que puede mermarse, ni el dinero, que puede esfumarse, ni siquiera nuestros seres queridos, que pueden irse o morirse, sino en Dios, fuente de una alegría que nada ni nadie nos puede arrebatar.
Y podemos también ser sencillos de corazón, si recordamos que seguimos a Aquel que dijo que “no vino a ser servido, sino a servir” (Mt 20,28), Aquel que, siendo el Señor, se puso a lavar los pies a Sus discípulos y nos pidió hacer lo mismo (ver Jn 13, 1-15).
Tal vez lo único que sucedía entonces que no cabe esperar que suceda ahora es eso de que “toda la gente los estimaba”.
Hoy en día vivir los principios cristianos es ir a contracorriente del mundo y caerle muy mal a mucha gente, pero eso no debe ser motivo de desánimo.
En la Segunda Lectura de la Misa dominical, san Pedro nos recuerda que ahora nos sostiene la misericordia del Señor y nos protege Su poder, y lo que nos espera como recompensa es la salvación, por lo que nos pide: “alégrense, aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de todas clases, a fin de que su fe, sometida a la prueba, sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, el día de la manifestación de Cristo.” (1Pe 1,6-7).
Alegrémonos, pues, vivamos con sencillez y pidámosle al Señor que nos conceda Su gracia para ser coherentes como creyentes y recuperar, si no la estima, sí la credibilidad que tenían los primeros cristianos por su testimonio de fe, esperanza y caridad.