Por fuera y por dentro
Alejandra María Sosa Elízaga**
La gordita se mete con calzador en una faja para parecer delgada; el peloncito se peina de ‘pelo prestado’ para tapar su calva; la dama o el caballero entrados en años cubren sus canas con tinte de pelo.
Vivimos en un mundo en el que se nos alienta a aparentar lo que no somos, a proyectar una imagen falsa de nosotros mismos con tal de obtener la admiración y aprobación de los demás.
Y no sólo a nivel personal, sino social, político, cultural...
Abundan los personajes que ostentan un título universitario que no obtuvieron; los que presumen de un currículum que en realidad inventaron, y ni hablar de los ‘acabados de inauguración’: ya nos hemos acostumbrado a ver que de pronto se pinte de verde el pasto seco de un parque y se siembren unos arbolitos ‘chimirriosos’ que de seguro se secarán al tercer día, pero por ahora sirven para que el funcionario que hará la inauguración lo vea todo muy bonito.
Engañamos y nos engañamos.
Y no sólo sucede esto en la vida cotidiana, también, desgraciadamente, en el ámbito espiritual.
Es común proyectar por fuera mucha devoción, gran piedad, enormes sonrisas, exquisita amabilidad, una actitud muy servicial, y por dentro albergar soberbia, egoísmo, juicios, críticas, murmuraciones, resentimientos, odios.
Confiados en que los demás sólo ven el exterior, vamos por la vida conformándonos con ‘dar la pinta’, cumplir el mínimo, mantener las apariencias.
Pero entonces llega Jesús, que sí que puede vernos por dentro, y se da perfecta cuenta de nuestro ‘mugrero’. Y no se queda contento, ni permite que nosotros nos contentemos con vivir nuestra fe de manera falsa o mediocre, de dientes para afuera.
Tenemos un claro ejemplo de esto en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 5, 17-37).
La gente de Su tiempo, como la de ahora, había caído en la tentación de hacer lo mínimo, y a veces ni eso.
Por ejemplo, ante el mandamiento de ‘no matarás’, le parecía suficiente no quitarle a otro la vida, pero no tenía empacho en matar su buena fama, su buen nombre, su esperanza, su paz.
Sabedor de esto, Jesús pide que no sólo no matemos físicamente a otro, sino que no lo matemos con nuestra ira, con nuestros insultos, con nuestro desprecio.
Había contemporáneos Suyos, como los hay nuestros, que tal vez no cometían adulterio físicamente pero sí con la con la mente, con la intención.
Jesús no acepta eso.
No le parece suficiente que sólo cuidemos lo externo, preocupados por guardar las formas y quedar bien ante los demás, como esas amas de casa que barren el polvo, pero sólo ¡para ocultarlo debajo de la alfombra!
Jesús no lo admite.
Él quiere que hagamos limpieza a fondo, y que, al revés de lo que acostumbramos, esta vez empecemos de dentro hacia afuera.
Porque si vivimos de apariencias, tarde o temprano saldrá a relucir la verdad.
Como las lonjas que se desbordan por arriba y por abajo de la faja, delatan la gordura de su dueña; como un ventarrón que echa a volar un falso fleco delata la calvicie de su dueño; como las raíces blancas del pelo pintado delatan la edad de sus dueños, ¿qué puede delatarnos a nosotros? ¿En qué se nota lo que realmente pensamos, lo que realmente sentimos?
¿Cómo somos cuando bajamos la guardia?, ¿cuando dejamos de aparentar?, ¿cuando estamos solos o en confianza?
Es ahí donde debemos poner atención, porque es cuando surge nuestro verdadero yo.
Recuerdo una película del ‘año de la canica’, protagonizada por Raquel Welch, curvilínea estrellita de mediados del siglo pasado, en la que unos científicos realizaban un experimento que consistía en viajar en una especie de nave espacial, que había sido reducida a un tamaño infinitesimal e inyectada a un cuerpo humano, y lo recorrían todo a través del torrente sanguíneo, en un viaje fantástico de descubrimiento de lo que realmente había al interior del organismo.
Y me pregunto, ¿y si existiera una navecilla así para el alma?, si pudiéramos introducir, más allá de las capas y capas de nuestro impecable exterior, una navecilla espiritual que pudiera penetrar hasta el centro mismo de nuestro corazón, ¿qué encontraría?
Estamos a dos semanas de comenzar la Cuaresma y a buena hora quedamos invitados a atrevernos a echar un vistazo ahí donde tal vez nunca hemos mirado porque nos incomoda mirar: a nuestro interior, y no para espantarnos ni deprimirnos, sino para solicitar, a buena hora, la ayuda que necesitamos para sanearlo y embellecerlo, para que lo bueno que pueda apreciarse por fuera, no sea pura fachada, sino exterior de un edificio bien cimentado al interior, con la gracia del Señor.